Mateo Manaure encandiló los Cielos de Caraballeda

Mery Sananes – El sol se ha empeñado en dibujarle paletas de colores al cielo. En estos días, tan oscuros de nuestro expaís, ofrece una sinfonía de tonalidades, un derroche de pasteles, un lienzo cambiante.

En sus horas recoge los sepias de Armando Reverón, los naranjas de Mateo Manaure, los violetas de Claude Monet, los azules de Joan Miró, y toda la gama de colores que anidan en las pupilas de los niños que sueñan.

Hace unos días nos sorprendió un amarillo tostado, como si Armando Reverón, desde sus talleres cósmicos, hubiese decidido armar un lienzo con la totalidad del cielo y desde allí perfilar sus líneas cromáticas.

Esta vez fueron los Suelos de mi Tierra de Mateo Manaure, quienes hicieron aparición como una ofrenda gigantesca a estos tiempos de destrozos y tristezas. Como si de esa amalgama de sentimientos, pudieran brotar las semillas que requerimos para repoblar los suelos de este expaís con florerías.

Y esto nos hace pensar que hay que mirar al cielo para leer en él, los escritos inmemoriales que dan testimonio de nuestra estructura celeste, de la dimensión de la ternura que albergamos, de la noción de raíz que abriga el planeta en su totalidad, de esa genética olvidada, preterida, que nos hace a todos hermanos.

Y que hay que observar los suelos de esta tierra y de todos los territorios donde habita la esperanza de un hombre atormentado, fraccionado y subvertido en su capacidad de ser. Allí en esa lectura profundamente amorosa que le da Mateo Manaure, que le permitió derramar toda la gama de color en ese sueño de ver la tierra florecer en sus majestuosos primores.

Nada es casual ni por azar en el breve ciclo de la vida, en el que nos toca estar presentes. Y estos cielos son escritura esencial para comprender quienes somos.

Ese gigantesco espejo que cada día nos deletrea la vida, hay que mirarlo, masticarlo con pasión, engullirlo con avidez, para que nos revele el entendimiento capaz de aprehender lo sencillo por encima de la complejidad de todo lo intrascendente. La vida más allá de tanta muerte que se ha enseñoreado sobre estas tierras. La tarea de ser y hacer lo que somos sobre esta pesadilla en la que nos han convertido la existencia, en esta poca cosa en la que hemos devenido, plegados como estamos a cualquier vanidad, horror o desparpajo.

Que no sean los blancos y negros del Guernica de Picasso los que remonten nuestros cielos. Invoquemos ahora los girasoles de van Gogh, los verdes de El Ávila de Manuél Cabré, los rostros de niños y los cellos de Rafael Franceschi, las líneas geométricas de Carlos Cruz Diez, las paletas de Joan Miró, y todos los que quieran añadir a una lista innumerables de creadores de sueños, y tal vez comencemos a irrigarnos de esas semillas, y comenzar a fundar un tiempo distinto.

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