Negociar: Cuando y con quien

Un conflicto político institucional, como el que presenta Venezuela hoy en día, tiene que pasar, en algún momento, por algún proceso de negociación.  Eso parecen saberlo y aceptarlo todos los agentes políticos que de una u otra forma tienen responsabilidades en la conducción del conflicto. El problema es con quien negociar y en que momento.

 Son muy pocos hoy en día los que piensan seriamente que este conflicto se termina – o que se termina favorablemente para la oposición democrática – por la vía de la rendición, la aniquilación, la implosión o la disolución de las fuerzas gubernamentales.  Eso ha sucedido muy pocas veces en los procesos de transición de la dictadura a la democracia, y no parece muy viable que Venezuela pase a engrosar ese pequeño grupo de excepciones.

Pero antes de negociar cada parte busca acumular la mayor cantidad de fuerza, precisamente para lograr la derrota total del enemigo – si eso se ve como posible – y/o para llegar al momento de la negociación en las mejores condiciones concebibles. Y mientras se avanza en ese proceso de acumulación de fuerzas ninguna fuerza quiere negociar. Un ejemplo: cuando las fuerzas aliadas llevaban adelante una ofensiva arrolladora contra Hitler, en la Segunda Guerra Mundial, se negaron a negociar, y ni siquiera a aceptar una rendición pactada. Tanto los rusos en el frente oriental, como los norteamericanos en el frente occidental se jugaron por la toma de Berlín y por la rendición incondicional del régimen hitleriano, porque era evidente que la correlación de fuerzas se movía día a día a favor de aquellos. Pero en El Salvador, o en Colombia o en Nicaragua – en nuestra América – la solución de conflictos de larga duración solo se pudo lograr por la vía de la negociación. Determinar cual es el momento adecuado para negociar es parte del arte de la política. No negociar, porque se está avanzado en materia de acumulación de fuerzas, es sabio. No negociar nunca y bajo ningún pretexto, asumiendo que la negociación es siempre una traición o un hecho moralmente repudiable, es no entender nada de política.

El otro problema es con quien negociar. Se ha dicho mil veces, pero siempre es necesario recordarlo, que se negocia con el enemigo, con los malos, con los que están en la acera opuesta. No con los amigos ni con los buenos.  Además, hay que negociar con aquellos que están en condiciones de asumir compromisos que permitan generar una solución al conflicto. Es decir, negociar con los que tengan o mantengan una cuota de poder. En el conflicto venezolano actual, se podría teóricamente pensar que con quien habría que negociar en algún momento es con Nicolás Maduro. Es posible, pero también es posible que él no sea, ni hoy ni mañana, el interlocutor válido, lo cual puede ser objeto de otros artículos o reflexiones. También podría pensarse – siempre en un plano teórico, cercano a la ciencia política – que es posible negociar con la dirección del partido gobernante, tratando de que ésta acuerde cosas diferentes que las que estaría en condiciones de negociar el individuo que detenta el poder. En el caso presente, eso se ve difícil, por el escaso peso político que tiene esa dirección y por el alto grado de dependencia con respecto al Ejecutivo. Es posible también, en el campo teórico, que la negociación, por lo menos en el momento último del proceso, se haga con la cúpula de las fuerzas armadas, que defendiendo total o parcialmente los intereses de los otros dos posibles interlocutores anteriormente mencionados, generen sus propias proposiciones, basadas en sus propios intereses, de corto y de largo plazo, que quieran ser salvaguardados en esa posible negociación que genere un nuevo orden social, político y económico.  Lo interesante, en todo caso, es que los dos primeros posibles interlocutores no pueden negociar sin ponerse de acuerdo previamente, de alguna manera, con el tercero, mientras que este último puede, en determinadas circunstancias, negociar prescindiendo tranquilamente de diálogos previos con los dos primeros.

En todo caso, lo importante al negociar no es analizar si los interlocutores son o no santos varones – parientes cercanos de los ángeles y arcángeles – sino ver si el dialogo y la negociación con ellos es útil o no.

Información tomada de: www.talcualdigital.com