Nos dejó el físico John Wheeler

Se fue una de las grandes figuras y científico de la Física, John Wheeler , quien hacía las preguntas: ¿Por qué la materia?, ¿Por qué el universo?, ¿Por qué nosotros? En palabras de Max Tegmark, cosmólogo de la Universidad de Pennsylvania, «La creatividad de Wheeler, hizo que la física volviese a ser divertida», y más si ésta va acompañada de pirotecnia, como lo escribió Josep Emili Áreas.

El diario La Nación, de Buenos Aires, escribe una nota muy interesante al respecto, en donde señala, que John A. Wheeler, fue un físico visionario que ayudó a desarrollar la teoría de la fisión nuclear, les dio a los agujeros negros su nombre y discutió acerca de la naturaleza de la realidad con Albert Einstein y Niels Bohr, murió en la mañana del domingo último por una neumonía en su casa de Hightstown, Nueva Jersey, a los 96 años.

John Archibald Wheeler había nacido el 9 de julio de 1911 en Jacksonville, Florida. Fue el hijo mayor de una familia de bibliotecarios y obtuvo su doctorado en la Universidad Johns Hopkins a los 21 años. Un año después, tras comprometerse con una vieja amiga, Janette Hegner, después de sólo tres citas, viajó a Copenhague a trabajar con Bohr, padre de la revolución cuántica que había conmovido los cimientos de la ciencia moderna con afirmaciones paradójicas sobre la naturaleza de la realidad. Participante del Proyecto Manhattan, lamentó no haber podido cambiar el curso de la guerra para salvar a su hermano Joe, que murió en combate en Italia, en 1944.

Fueron Wheeler y un estudiante, Hartland Snyder, quienes sugirieron que las ecuaciones de Einstein encerraban una predicción apocalíptica. Sugirieron que una estrella de suficiente masa, podría colapsar en un punto tan denso que ni siquiera la luz podría escapar. En el centro, el espacio estaría infinitamente curvado y la materia sería infinitamente densa, un aparente absurdo conocido como «singularidad».

Durante una conferencia en Nueva York, en 1967, Wheeler acuñó el nombre de «agujero negro» para designar esta dramática posibilidad para la estrella y para la física. Pero sus contribuciones fueron innumerables. En su cumpleaños número 90, Dyson dijo que Wheeler fue, en parte, un «maestro artesano» que decodificó la fisión nuclear y, en parte, poeta. «El poético Wheeler es un profeta -dijo- que como Moisés, mira hacia la tierra prometida que algún día su pueblo heredará.»

Wheeler tuvo también una vida familiar plena, junto a su esposa, que murió hace un año, tres hijos, ocho nietos, 16 bisnietos, seis tataranietos y 11 choznos.

Wheeler era un profesor joven en 1939, cuando el físico danés Niels Bohr llegó a los Estados Unidos y le confió, que unos científicos alemanes habían tenido éxito en la fisión de átomos de uranio. En pocas semanas, él y Bohr habían delineado una teoría de cómo funcionaba la fisión nuclear.

Como profesor en Princeton y luego en la Universidad de Texas, en Austin, Wheeler estableció la agenda para generaciones de físicos teóricos, utilizando la metáfora tan efectivamente, como el cálculo para capturar la imaginación de sus estudiantes y colegas, y para plantear preguntas que, con sus mentes ardientes, los enviarían a las barricadas a confrontar con la naturaleza.

Max Tegmark, cosmólogo del Instituto Tecnológico de Massachusetts, dijo de Wheeler: «Para mí, fue el último titán, el único superhéroe de la física que todavía se sostiene».

Con su liderazgo, Princeton se transformó en el más importante centro de investigación de la teoría general de la relatividad, un campo de investigación que estaba moribundo por su escasa conexión con los experimentos.
«El rejuveneció la relatividad general; la convirtió en un tema experimental y la sacó de la órbita de los matemáticos», dijo Freeman Dyson, teórico del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, donde hoy trabaja el físico argentino Juan Maldacena.

Entre los estudiantes de Wheeler estaba Richard Feynman, del Instituto Tecnológico de California, cuyo trabajo sobre una sugerencia aparentemente insensata de Wheeler lo condujo a un Premio Nóbel. También Hugh Everett, cuya tesis en mecánica cuántica, con la dirección de Wheeler, sugirió la posibilidad de que existieran universos paralelos que se cruzaran y se dividieran continuamente, noción que Bryce DeWitt, de la Universidad de Texas, en Austin, denominó «muchos mundos» y que se ha transformado en uno de los temas favoritos de muchos cosmólogos tanto como de escritores de ciencia ficción.

Recordando sus días de estudiante, Feynman dijo una vez: «Algunos creen que Wheeler se volvió loco en sus últimos años, pero siempre estuvo loco».

A los 21 años, obtuvo el doctorado en física por la Universidad Johns Hopkins. A los 24 años, después de contraer matrimonio, embarcó a Copenhague y de la mano de Niels Bohr, se inició en el mundo cuántico para desafiar y entender esas leyes subatómicas que gobiernan las partículas, que configuran todo inicio de materia, con todas sus paradojas y su principio de incertidumbre. Junto con Bohr, también desarrolló la teoría de la fisión nuclear. En 1951, Wheeler se involucró en el Proyecto Manhattan donde, con Edward Teller, consiguen la primera simulación por ordenador de la explosión de la superbomba de hidrógeno. Tras regresar, en 1958 al mundo académico, rejuveneció la teoría de otro maestro de Princeton, la relatividad general de Einstein y donde el ingenio de Wheeler la sintetizó diciendo: «El espacio dice a la materia cómo debe moverse; la materia con su gravedad dice al espacio cómo debe curvarse, deformarse». Pero, hasta hoy, ha estado buscando ese confuso matrimonio entre lo cuántico y la gravitación, (la relatividad general).

Nos recuerda Emili sobre Wheeler, que en 1960, Wheeler se convertiría en el líder defensor de las estrellas oscuras, colapsadas por efecto gravitatorio, (agujeros negros). Sobre sus ecuaciones sostenía, “… hay un modelo estelar para estrellas masivas de vida corta que, al final de su ciclo energético, aún conservan una masa residual superior a 2,2 masas solares y en donde las reacciones nucleares de fusión, ya muy agotadas, son incapaces de sostener las capas externas de la estrella, rompiéndose el equilibrio entre la presión de la radiación y la gravedad. La contracción gravitatoria vence y toda esta masa estelar, irremisiblemente, se derrumba implosionando hacia su centro, formando la denominada singularidad, donde la densidad y la curvatura espacio-tiempo son infinitamente intensas. Allí, la enorme gravedad desplaza la luz cada vez más hacia el rojo, se hace más oscura milisegundo a milisegundo, y, en menos de un segundo, es demasiado oscura para ser vista”.

En octubre de 1967, durante una conferencia sobre púlsares en Nueva York, Wheeler apodó a esta agonía estelar como agujero negro. Pero fue en 1969, cuando armó el gran revuelo con su peculiar lenguaje descriptivo y metafórico, ocasionándole severas criticas por parte de los editores de revistas científicas como el Physical Review, al teorizar que un agujero negro no tiene pelo . Es decir, que desde el horizonte, o esfera imaginaria que envuelve y delimita el agujero negro, no puede sobresalir ni manifestarse ninguna propiedad magnética ni material, como tampoco, radiar cualquier información que proceda de su interior.

Para la mayoría de los colegas de Wheeler, resultaba difícil creer que este hombre de espíritu conservador, comedido y de cortesía inagotable, fuera consciente de la interpretación lasciva y obscena de su frase. Aun así, ésta atrevida frase, poco a poco fue adoptada por la comunidad científica.

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