Para no olvidar

Tenía sobradísima razón el cantautor argentino, León Gieco, cuando en un frugal arranque de lucidez afirmó que: “la Cultura es la sonrisa que brilla en todos lados, en un libro, en un niño, en un cine o en un teatro”. La cultura es el oxígeno del espíritu, del alma, y por ello organizaciones como la UNESCO la han descrito como la que: “da al hombre la capacidad de reflexionar sobre sí mismo. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos”. Un hombre digno y consciente es, a su vez, un hombre libre y realizado.

Hace unos días, una amiga me envió un hermoso escrito que data de 1931; este texto que no ha sido marchitado por el tiempo, antes bien ha sido remozado por el mismo, fue redactado por Federico García Lorca, el gran poeta español, aniquilado por el fanatismo político que imperaba en la España de la guerra civil. Abusando de su paciencia, quisiera compartirlo con ustedes. Su titulo: “Medio pan y un libro”:

«Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que, por falta de medios y por desgracia suya, no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas, sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque, lo contrario, es convertirlos en máquinas al servicio del Estado; es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura, porque sólo a través de ella, se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.”

Todo grupo humano, que quiera mejorar profundamente las condiciones de este país tan polarizado y tan dolido, con innumerables personas sedientas de redención material y espiritual, no debe olvidar que, más allá de la macroeconomía, del trabajo decente, de la competitividad, está el ser al que hay que elevar a los niveles que merece en su dimensión humana. No debe soslayarse este aspecto en los planes de gobierno, antes bien deben pulirse como una de las columnas principales del edificio-nación a construir, pues sólo de esta manera estaremos respondiendo holísticamente a la realidad a transformar. En el fondo, la cultura es ese fluido en el que el alma se mueve plena y escala las alturas para los que hemos sido creados.

En estos días alguien recordaba, que el sentido de la vida no estaba en el vivir,, sino en el saber el para qué se vive.

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