Estados Unidos, Colombia y Brasil son los tres países que más pesan en el comercio exterior de Venezuela, siempre y cuando se haga abstracción de las ventas de oro a Suiza y de las ventas de petróleo a China. Una buena diplomacia mandataría, por lo tanto, que se fuera extraordinariamente cuidadoso en lo que se dice y en lo que se hace en el campo de las relaciones diplomáticas, económicas y comerciales con todos y cada uno de esos tres países, pues lo más altos intereses del presente y del futuro de Venezuela así lo exigen.
Sin embargo, esos tres países son un ejemplo de los líos que se busca gratuitamente Venezuela. Desde los tiempos tempranos de la presidencia de Hugo Chávez, éste se dedicó a pelear, en cada discurso que pronunciaba, contra Estados Unidos, viniera o no viniera al caso. Al poco andar, se buscó también pleitos con Colombia: apoyó a la guerrilla interna, movilizó tropas a la frontera, retiró embajadores, redujo el comercio, etc. Ahora es el turno de Brasil. Los brasileños hicieron lo que estimaron conveniente hacer con la Presidenta Dilma Rousssef, cuestión con la cual uno puede o no estar de acuerdo. Lo puede lamentar o no. Pero lo hicieron dentro de su ordenamiento legal y constitucional. No se puede frente a estos hechos retirar al embajador y congelar las relaciones con ese país. Ningún país latinoamericano – fuera de algunos pocos países del Alba, tampoco todos – ha actuado de esa forma. Los más cautos han lamentado las circunstancias personales que enfrenta la destituida presidenta, pero han seguido adelante con las relaciones diplomáticas y comerciales con el nuevo gobierno.
El mundo no es como quisiéramos que fuera. Hay países que funcionan en materia de institucionalidad política en una forma que no nos gusta para nada. Pero no rompemos relaciones diplomáticas con ellos. Hay países que no respetan para nada los derechos humanos ni las libertades civiles y políticas. Tampoco estamos rompiendo relaciones con ellos. Nos quedaríamos solos. Puros e incontaminados, pero solos y aislados. Pero, además, nadie creería en nuestra solitaria batalla contra el mal, pues internamente las cosas funcionan, en nuestro propio país, de una forma que no es ejemplo para nadie, ni en derechos humanos ni en respeto a los derechos civiles y políticos.
¿Deberían todos los países que no están de acuerdo con la forma como el Presidente Maduro administra el país retirar sus embajadores? ¿Deberían congelar sus relaciones diplomáticas, económicas y comerciales con Venezuela, porque no están de acuerdo en cómo funcionan las cosas en este país? El que piense que sí, no entiende nada de cómo funciona ni la diplomacia ni el mundo de hoy. Si el gobierno venezolano pregonara seriamente eso como doctrina en el campo de las relaciones internacionales, correría el riesgo de quedarse extraordinariamente solo, pues las críticas a sus violaciones a la constitución y a los derechos humanos, civiles y políticos, han provenido de muchos países de Europa y de América. ¿Deberían todos ellos retirar sus embajadores de Caracas?
Tenemos que acostumbrarnos a vivir en un mundo plural, conformado por países que son muy diferentes, muchos de los cuales no nos gustan para nada. Pero debemos tener con todos ellos buenas relaciones diplomáticas, económicas y comerciales. Eso, no por el puro gusto de parecer bien educados, sino porque los intereses del país así lo mandatan. Cuando queramos dar peleas internacionales en pro de una causa que nos `parezca justa, no hay que actuar por la vía de romper con todos los que piensan de una forma diferente, sino que hay que actuar por la vía de la diplomacia internacional. Hay organismos internacionales donde se procesan las diferencias e incluso donde se juzga a los trasgresores de esos principios, sobre todo en materia de derechos humanos, que han pasado a ser parte constitutiva del derecho internacional. Además, está toda la diplomacia bilateral, para salvaguardar, en condiciones políticas cambiantes, aquellas cuestiones ya establecidas que se desean conservar como piedras consolidadas de las relaciones bilaterales, aun cuando cambien las personas e incluso las instituciones.
Venezuela exportó hacia Brasil, en el año 2014, un total de 1.255 millones de dólares. En el año 2015 esas exportaciones bajaron a 746 millones de dólares, según datos reportados por la Aladi. Es dable suponer que ese bajón tan pronunciado tiene que ver con la caída de los precios del petróleo, que pesa bastante en la canasta de exportaciones venezolanas hacia Brasil. Pero, aun así, se trata de un volumen sustantivo de ventas externas. ¿Sostener y/o incrementar esas exportaciones no es parte constitutiva de los intereses permanentes de Venezuela en sus relaciones con Brasil? ¿No ayuda eso a los intereses actuales y de largo plazo de Venezuela? ¿No se crean con ello producción, empleo, ingresos, impuestos y salarios en territorio nacional? No puede ser que todo eso tenga menos importancia que dar su apoyo a los camaradas y amigos del Partido de los Trabajadores. La diplomacia no puede girar en torno a las simpatías y las relaciones personales – y menos aún la diplomacia y las relaciones con los países vecinos – sino que tiene que girar en torno a los intereses de más largo plazo del país.