Pintar seres fallecidos

No sé como será para otros pintores, pero, para mí, al menos desde una perspectiva psicológica, no es lo mismo pintar retratos de personas vivas que de personas ya fallecidas.

La foto anexa corresponde a un cuadro de 1,0m x 1,5m, hecho en acrílico sobre tela, y titulado “Lastenia, Arturo y Lastenia”; corresponde al tipo de pintura que hago actualmente, desde 1998. Los personajes retratados allí son: Lastenia Tello de Michelena, esposa del gran pintor Arturo Michelena, y de este último. Murieron en 1958 y 1898, respectivamente. Mientras ejecutaba ese cuadro me ocurrió algo curioso, que narraré después que haga unas consideraciones previas.

Es común para mí pasarme desde mes y medio a tres meses trabajando sobre un cuadro, desde su planificación a su ejecución definitiva. El tiempo depende del número de personajes involucrados, del número de los diversos objetos que los acompañan, de la complejidad de la composición, entre otros. No me gusta pintar personajes ficticios; me gusta que correspondan a personajes reales, vivos o ya fallecidos. Esto es bastante más laborioso que pintar personajes ficticios, que no tienen que parecerse a nadie. Siendo así, el tiempo de ejecución de un cuadro se prolonga. Pintar un personaje real, y, obsérvese, pintarlo, no sólo dibujarlo, es un proceso de intensa concentración de varios días. Es concentrarse en cada detalle de los ojos; en cada faceta de la mirada; en cada línea y sombra de la nariz, de las cejas, de las mejillas, de las orejas, del pelo, de la boca, del mentón, de la frente…Un sin fin de detalles que lo llevan a uno a fundirse con el personaje y a notar aspectos del mismo que uno antes no había notado; aún si el personaje fuese un familiar o una persona amiga que veíamos con frecuencia.

En cierta oportunidad, por ejemplo, ejecutando el rostro de uno de mis hermanos, y mientras pintaba sus ojos y afinaba detalles de su mirada, sentí, de pronto, que quien me miraba desde la tela ¡era mi madre! Y esto me sorprendió por cuanto, hasta ese momento, nunca había considerado a mi hermano parecido a mi madre. Sin embargo, no me cupo la menor duda: ¡aquella mirada era la de mi madre! Y esa es, para mí, una experiencia común.

Pero tener en mi mente a un personaje que pinto no es sólo un fenómeno de varios días, mientras termino el rostro. El personaje es parte de la estructura del cuadro y, así, mientras dure la ejecución del mismo, dicho personaje estará involucrado en mis pensamientos y emociones. Esta situación, entonces, puede durar semanas o meses. Y yo me he preguntado, en el caso de pintar personas fallecidas, si esto de tenerlos en la mente, involucrados en mis emociones, continuamente, con intensa concentración, traerá alguna consecuencia a nivel parapsicológico.

Voy a cerrar estas reflexiones narrando el hecho curioso de que hablé al inicio.
El cuadro de la foto me llevó tres meses, entre planificación y ejecución. Una noche, como a las 7 pm, me encontraba solo en mi estudio de pintura trabajando sobre el cuadro, al que ya tenía bastante avanzado, y me sentí cansado. Dejé los pinceles, y, sentándome al lado de la mesa donde estudio y planifico mis trabajos, cerré mis ojos. Fue entonces cuando algo cayó, con fuerza, sobre la mesa. Me estremecí involuntariamente, pero no de temor sino como reacción al fuerte ruido momentáneo. Inmediatamente, como era de esperarse, examiné detenidamente la mesa, en busca de lo que allí había caído, pero no encontré nada; sólo estaban mis papeles en desorden, como de costumbre. Terminé mi trabajo por ese día y me dispuse a regresar a casa. Así que bajé hasta donde tenía estacionado mi automóvil, y lo abordé. Era una noche despejada y tranquila. Al encender el motor, se puso en funcionamiento el limpiaparabrisas del vidrio trasero. Eso me sorprendió de sobremanera. Resulta que ese era el primer automóvil que yo tenía que tuviese limpiaparabrisas trasero, y no lo había usado ni sabía donde se ponía en acción. Tuve que encender la luz interior del vehículo, para ver dónde se apagaba dicho artefacto. Y encontré los controles, después de examinar cuidadosamente el panel de botones, en la parte derecha de ese panel; allí nunca había incursionado, por cuanto todos los botones que yo usaba estaban en el lado izquierdo del mismo panel. Total, partí hacia mi hogar; pero no pude olvidar lo que había pasado.

Seguramente, lo narrado aquí tendrá explicaciones racionales y sencillas; pero mi intención no es meterme en asuntos esotéricos: quiero, simplemente, compartir con los demás aspectos de la vida de un pintor que, entre otras cosas, pinta cuadros con personajes reales, fallecidos o no.