¿Por qué?

Me acomodé, con la prisa que pude en el sillón que me señalaba la mano del entrevistado. Él vestía una camisa estampada que bailaba a su antojo como la luz de reflector de cine que inundaba la estancia. Hice accionar la grabadora sin preguntarle nada, el ruido no le puso sobre aviso aunque si le disparó una especie de imperceptible temor. Encendió un cigarrillo y me encaró con la poca energía  que le quedaba después de la huida. Por supuesto conocía de sobra mis preguntas antes de que se las formulara, pero es impúdico adelantarse a lo inexorable. De la calle llegaban ruidos que no importaban, discontinuos y con amorfa tonalidad. Apagó el cigarrillo y sólo le pregunté: ¿Por qué?

No respondió de inmediato, aunque era más que obvio que el monstruo que le habitaba tenía esa respuesta afilada como un cuchillo de matarife. Nerviosamente buscó un segundo cigarrillo y no articuló palabra ante de paladearlo con ímpetu. Tras la bocanada de orgasmo, espetó la respuesta (mientras hablaba, mis oídos no daban crédito a todo aquello): <<El poder es como una bella mujer que jamás envejece, por el contrario a cada segundo se vuelve más firme, más ampulosa, más apetecible. Por el placer indescriptible  que me brindaban sus carnes fue preciso pagar cualquier precio. Refocilar, amigo mío, nunca estuvo mejor empleado que en estos manjares palaciegos. ¿Quiere otra respuesta? Esa es la única honesta. Por esa mujer mataría de nuevo miles de veces sin cesar>> Como sobraban las preguntas cancelé,  aterido, la grabación. Aún, después de muchos años tiemblo al oír la jactanciosa voz del que fuera nuestro Presidente y gran genocida,  y sigo sin entender, en toda su crudeza vil e injusta, la respuesta.

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