Precio de Costo y Precio de Reposición

Es una verdad de Perogrullo que cuando se cabalga sobre una inflación cercana o superior al 50% anual, el precio de todos los bienes y servicios aumentan en forma sistemática a lo largo de un tiempo relativamente corto. Cinco o más por ciento al mes -como fue el nivel del IPC del mes de octubre recién pasado- implica un incremento de precios superior al 1% semanal. Ese incremento de precios afecta no solo a los bienes y servicios finales -que van a ser adquiridos por los consumidores-, sino que afecta también a los insumos y materias primas que van a ser adquiridos por los empresarios para producir las mercancías que finalmente van a satisfacer las necesidades de los consumidores.

Si un empresario  compró materias primas, insumos y trabajo humano por un valor total de 100, para producir bienes que se venden en 110, se puede decir -con algunos supuestos simplificadores-  que sus costos son 100 y que obtiene una ganancia de 10. Este hipotético empresario puede, en circunstancias normales, carentes de inflación, quedarse con los 10 -destinarlos a su propio consumo y el de su familia- y destinar los otros 100 que obtuvo de la venta de sus mercancías a reiniciar el proceso productivo. Puede volver a comprar materias primas, insumos y trabajo por valor de 100, y volver a producir mercancías  que se pueden vender en el mercado por un precio de 110. Pero si todo esto sucede en tiempos de inflación -por ejemplo, si estamos frente a una inflación de 10 %- el empresario que vende en 110, no puede quedarse con 10 de ganancia y volver a adquirir todo lo que necesita para producir con los 100 restantes.  Mientas él producía y vendía, los precios de las materias primas, insumos y del propio trabajo, subió a 110. Con los 110 que obtuvo no le alcanza para reeditar su proceso productivo en las mismas condiciones que antes. Si quiere seguir consumiendo -él y su familia por valor de 10-, tiene que destinar solo 100 a la reproducción de su actividad productiva. Con esos 100 solo puede producir aproximadamente el 90% de lo que producía anteriormente. La inflación, en este eventual escenario, no solo  genera baja de la producción, sino que genera una manifiesta descapitalización del empresario y, posiblemente, un despido de algunos de sus operarios.  

Una posibilidad distinta es que este hipotético empresario -aun cuando no tenga una bola de cristal- visualice lo que sucederá con los precios en el futuro cercano, y para poder seguir en el negocio en que ha estado siempre, decida vender en 120 los primeros bienes y servicios producidos, no ya en 110. Con 120 puede volver a  comprar los mismos insumos que antes, que tendrán ahora un costo en el mercado de 110, y puede seguir produciendo y vendiendo la misma cantidad de mercancías. Pero esto implica que no vende de acuerdo a sus costos históricos, sino que vende de acuerdo al eventual costo de reposición, con lo cual la inflación se generaliza y se acelera, dando  un brinco superior al inicial. Además, contablemente, este empresario aparecerá obteniendo una ganancia de 20%, pues tiene costos de 100 y vende en 120, lo cual parece altamente especulativo. Si la expectativa de inflación fuera mayor que la mencionada, el incremento de los precios en función del costo de reposición sería mayor aun. Es decir, la expectativa respecto a  los precios futuros determina o condiciona los precios presentes.

Otro escenario posible es que el Gobierno les asegure a los empresarios que sus costos seguirán en 100, o subirán levemente, con lo cual no habría razón alguna como para que nadie suba sus precios a  120, a menos, claro está, que nadie le crea al Gobierno sus promesas o sus planes. Si el Gobierno diera señales claras, sensatas y creíbles, avaladas por medidas coherentes y sistémicas de política económica, podría generar una matriz de opinión en el sentido de que los precios no subirán, y eso podría ser un elemento poderoso para lograr que efectivamente no suban. Pero si la liquidez monetaria crece en más del 50% anual y las devaluaciones del Bolívar se suceden una a otra en forma encubierta o disfrazada, y si el déficit fiscal crece en forma sostenida, sobre todo en época electoral, y el presupuesto fiscal es un juego de política ficción, es posible que cunda la incertidumbre y la desconfianza y más de alguien piense que los precios van a seguir subiendo.

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