¿Puede usted juzgar una pintura? (IV)

Continuando con el tema del artículo anterior, la existencia de caminos para mover la mirada dentro de un cuadro, es un tema de la pintura denominado “ritmo y movimiento”. Pero no crea el lector que tendrá que meterse con los detalles de ese tema para poder detectar si una obra es o no deficiente en ese aspecto; veamos.

Alguna vez habrá usted entrado a la sala de recibo de una casa que no había visitado antes, para encontrarla llena de objetos valiosos, de diferentes tamaños, materiales, formas y colores; lámparas de bronce, estatuillas de fina porcelana, ceniceros de cristal, tapetes y alfombras de colores…Y habrá pensado, para sus adentros, que prefería la modesta sala de recibo de su casa, con objetos de menos valor; pero que era más grata de mirar. ¡Aquella sala de objetos valiosos, le había parecido una quincalla! ¡Allí nada parecía ocupar el puesto que le correspondía! ¡La imagen misma de la ausencia de armonía! Y no era que usted fuera decorador, ¡no! Usted, simplemente, sabía que allí la decoración estaba mal; que allí había un desorden de tamaños, de materiales, de formas y de colores.

Pues bien, eso es lo mismo que usted experimenta ante un cuadro, donde el tema de ritmos y movimientos ha sido mal manejado; si la pintura es abstracta, sentirá que las diferentes manchas de diferentes tamaños, formas, colores y tonos no forman un todo armonioso; y si es figurativa, los diferentes objetos le darán la misma impresión que las diferentes manchas del abstracto. Y si antes, cuando miró la sala y no le gustó, no tenía usted que ser decorador, ahora no tiene usted que ser pintor. Usted, simplemente, tiene que confiar en su sentido del orden y la armonía.

Otro aspecto importante en la estructuración de una obra de arte pictórica es el que exista en dicha obra un “motivo principal”. Entre las varias zonas del cuadro, debe haber una que sea la primera que capte la atención del espectador, y que sirva de punto de partida para los senderos que nos llevarán al resto de la obra. A esa zona se le denomina “motivo principal”. No tiene que ser un objeto específico, simplemente una zona que atrape la vista. Para lograr esto, el pintor se vale de diferentes medios: la elección, dentro de la tela, del sitio donde coloca el motivo; del contraste de tonos (por ejemplo, muy claro contra muy oscuro); del contraste de colores (por ejemplo, rojo contra verde); del tamaño de la zona, entre otros. El motivo principal hace que el resto de las zonas del cuadro le estén supeditadas, como si estuviesen allí para realzarlo. Contribuye, de esta manera, a darle a la obra esa sensación de unidad, de que hemos ya hablado. Si se me permite la comparación, es como en esas familias en donde los hijos e hijas se han casado y se han ido, pero que giran alrededor de la casa de los padres; desaparecidos éstos, se rompe la estructura invisible que mantenía juntas las partes.

En cuanto al sitio para colocar el motivo principal, a nuestra vista le agrada que esté sobre o cerca de los “puntos de oro” de la tela, ocupando el puesto de uno o más de ellos. En total hay cuatro. En la ilustración que acompaña a este artículo están indicados por cuatro pequeños círculos que forman un rectángulo. Están puestos allí sólo para ilustrar las posiciones, no siendo partes de esta ilustración. Hay dos oscuros de la mitad de la tela hacia arriba, y dos claros de la mitad hacia abajo.

El motivo principal de la ilustración es la palabra DEPROIMCA. He usado para su destaque lo siguiente: máximo contraste de tonos (muy claro contra muy oscuro); máximo contraste por color (cálido en las letras contra un fondo, parcialmente, de color frío); tamaño de las tetras (grandes); invasión de los dos puntos de oro inferiores.

El proceso de poner primero la mirada sobre el motivo principal, y luego desplazarla hacia otras partes de la obra es, usualmente, muy rápido: fracciones de segundo. Por eso, a veces uno no se da cuenta de ello. Pero aunque en la tela haya otras zonas que nos parezcan muy atractivas, el motivo principal siempre llamará para sí una atención especial, aún cuando esas otras zonas le gusten más a nuestra visión subjetiva. El motivo principal no es, necesariamente, la zona del cuadro que más nos guste; es sólo la más llamativa. Puede ser, incluso, la que menos nos guste. Esa es una cuestión subjetiva.

Todo lo dicho hasta ahora, en relación a la sensación de unidad entre las varias partes de una obra, como consecuencia de los caminos para la visón y del uso del motivo principal, se puede resumir en esta ley fundamental: en una pintura debe haber variedad; pero dentro de esa variedad debe haber unidad. ¡Nada complicado! Es como decir: en una tienda deben haber muchas cosas que ver, pero no debe parecer una quincalla.

Cuando en una obra se han manejado bien los temas de balance; de ritmos y movimientos (caminos); de realce de un motivo principal y de debidas proporciones de claros a oscuros, y uno siente que todo está en su debido puesto, se dice que dicha obra tiene buena “composición”. Componer una pintura es la más importante fase de su creación. Un bodegón, por ejemplo, puede tener manzanas y botellas pintadas con gran fidelidad, pero si está mal compuesto será un trabajo perdido. A la inversa: si las manzanas y botellas están mal pintadas pero la composición es buena, la obra tendrá una calidad que cualquiera podrá notar.

En el próximo artículo trataremos el tema del color.

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