¿Quién soy?

“Ego sum qui sum, (Yo soy quien soy)”
Dios a Moisés, (Éxodo 3,14)

¡Vaya, qué pregunta! y la respuesta no puede ser otra que: un “ser viviente”.

¿“Ser viviente”? Sí, pues podría ser como Simón Bolívar, (“El Libertador”), quien no lo es, pero que no ha dejado de existir, puesto que está en la historia y en la mente de quien/es ha/n oído hablar de él o ha/n leído acerca de él en alguna parte. Entonces, hay una gran diferencia a tener presente: yo existo en la vida real, (al igual que quien lee estas líneas), mientras que para aquél ya no es así.

Ahora, ¿dónde existo? En muchos ámbitos: 1- en el cuerpo donde halla vida mi persona; 2- en la mente de quien/es sabe/n de mi existencia personal; 3- en el corazón de quien/es tiene/n algún sentimiento -aprecio, amor, etc.- hacia mi persona; 4- en el listado de clientes personales del banco al cual confío mis ahorros; 5- en el pasado imperfecto, en los pensamientos de quien/es me ha/n tratado o ha/n escuchado hablar de mi persona; 6- en la multimalla mundial, pues el nombre de mi persona está allí; y quién sabe en cuántos espacios más. Todas estas aseveraciones dan a entender la idea de que soy… un ser y que ese ser es… ¡mi persona!

Ante esta verdad, cabe preguntarse: ¿qué es una “persona”?

Según los griegos, “persona” es sinónimo de “máscara”, por aquello de la “personalidad”: el modo de conducirse un humano, siendo bueno leer el poema “El loco”, de Gibrán Khalil Gibrán, pues allí se explica muy bien tal tríada. El significado médico de tal vocablo es aun más complejo, multidimensional y fascinante: persona es un ser intangible e invisible, (porque es un “ente inmaterial”: incorpóreo), que tiene un instante de ser concebido, un momento de nacer, un modo de vivir y de comportarse, (temperamento y carácter), que interactúa con su entorno, que se atribuye derechos y deberes, que se considera poseedor de dignidad y merecedor de respeto, que tiene principios y valores, que puede escoger entre diseñar y construir su éxito, (razón por la cual deberá incrementar y perfeccionar sus aptitudes y competencias para canalizar fructíferamente su energía), o fundar su fracaso, (para lo que sólo basta estancarse, lo cual lleva hacia la debacle), siendo el arquitecto y maestro de obra de su legado, y hasta tiene un segundo para morir, pero que puede trascender más allá de su existencia terrenal, (como es el caso de “El Libertador”).

En el párrafo anterior, se asentó la expresión “ente inmaterial”: ¿por qué? Porque la persona -por ser absolutamente abstracta: etérea- no es ese cuerpo donde ella se halla. Esto es tan cierto que se puede afirmar que nadie ha visto la imagen de sí mismo, pues lo que ve en una fotografía, en un monitor de tv, o en una película es… la imagen del cuerpo donde está: no la de su persona. Es más, la figura que se ve en un espejo no es fiel reflejo de la del propio cuerpo, sino otra que es… su inverso.

Si lo duda, póngase frente a un espejo y fíjese bien: mientras su cuerpo cierra el ojo derecho, la imagen del espejo está cerrando el izquierdo. ¿Lo sigue dudando o se le hace difícil admitirlo? Si es así, pídale a alguien que se ponga frente a usted y a un lado de ese espejo; al hacerlo, cierren ambos el ojo derecho. Ahora, vea ambas figuras, (la mostrada por el espejo y la de quien está al lado de éste), y percátese de que la del espejo está cerrando el ojo izquierdo; al revés que lo están haciendo su cuerpo y el otro, que están guiñando con el derecho. Por ende, esto que nadie ha visto su propia persona… debería estar en el libro “¡Aunque Ud. no lo crea!” (de Ripley).

¿Adónde pretendo llegar con todo esto? A que se comprenda y admita que el cuerpo es una cosa y que la persona, propiamente dicha, no es ese cuerpo. ¿Por qué busco eso, cuál utilidad puede tener esto en lo gerencial?: que los miembros de las organizaciones -independientemente de su nivel jerárquico- vayan hacia lo verdaderamente substancial y provechosamente trascendental, huyendo de lo superfluo, (algo que les puede llevar hacia donde no se debe), y gestionando contextualmente -entre muchísimos elementos, (nociones, técnicas, etc.)- lo “personal” para dejar un legado multidimensional, entre lo cual ha de estar que se supo reconocer lo que significa ser “persona”, respecto de sí misma y de las demás, algo que solamente se alcanza cuando se puede responder la pregunta: ¿Quién soy?

Quien puede responder tal pregunta es, porque sabe que la dimensión de lo personal se halla en el marco de lo mental: el escenario de los pensamientos. ¿Qué es un pensamiento?: el producto de una función energética de la psique -no es una acción mecánica, ni de otro tipo- que se hace perceptible en la mente del pensador, mediante imágenes, (no a través de textos u otra clase de manifestaciones). Para despejar este galimatías, conviene pasearse por las máximas siguientes: 1- “Como se piensa, así se es” (Proverbios 23,7); y 2- “Conócete a ti mismo”, con la cual Sócrates propuso al humano, alcanzar la verdad mediante el auto-conocimiento, siendo ventajoso considerar que Aristóteles dijo que el fin último de la vida es la felicidad, (independientemente de lo buscado por cada persona).
A la sazón, lo importante es… la persona; el ser que existe donde se piensa, (la psique), porque aquélla no es más que eso: un ser de “la nada”, que paradójica y simultáneamente, “lo es todo”; por cuanto, si la mente ha muerto, (la condición fisiológica que determina lo que se denomina “el estado vegetativo”), los médicos están autorizados para declarar la extinción de la persona y desconectar todos los dispositivos que mantienen vivo al cuerpo donde ésta se hallaba.

Entender y admitir lo expresado acá, permite afirmar que el ser humano es -literalmente- el resultado de lo que -como “persona”- piensa que es, pues con sus pensamientos construye sus condiciones, determina sus acciones, (proactivas y reactivas), hace sus negocios y relaciones, escoge su comportamiento ante las más disímiles circunstancias y así va formando su legado. William E. Henley, lo dijo muy bien: –“Soy el dueño de mi destino”; de aquí el valor de habituarse a tener pensamientos de naturaleza correcta: armónicos, (con una vida buena, saludable, equilibrada, ejemplar y de coexistencia respetuosa), algo que pide disposición, (actitud), y preparación, (estudio, entrenamiento, etc.), tenaces en pro de una excelente aptitud para desempeñarse -aprovechando las fortalezas, reduciendo las debilidades- dentro de los linderos de la ética y de la moral, sin dar lugar al “pretender ser”, (producto del “suponer ser”), porque lo único que ha de tener cabida es “ser”, teniendo perennemente entre ceja y ceja, que los integrantes de toda organización, son personas y no cualquier otra cosa.

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