REFLEXIONES SOBRE EL HAMBRE

Según los datos publicados recientemente por la FAO, en el año 2021 había en el mundo 828 millones de personas padeciendo hambre, lo cual representa el 9.8 % de la población mundial.

Esa cantidad implica un aumento de 48 millones de personas con respecto al año 2020.

A su vez, la cantidad de personas padeciendo hambre, existentes durante el año 2020, fue 150 millones por arriba de la que estaba presente en el año 2019.

Estas cifras indican claramente que el problema del hambre viene aumentando en el mundo por lo menos desde el año 2020, y no tiene nada que ver, en su origen, con la guerra entre Rusia y Ucrania. El problema viene de más atrás, aun cuando es evidente que éste se agrava a partir de la situación económica y política que se presenta en el año en curso.

Las cifras muestran que la emergencia del Covid en el año 2020, como problema planetario, condujo a la hambruna a 150 millones de nuevas personas con relación al año 2019. Eso fue en alta medida consecuencia de la caída mundial del PIB, a los problemas de comercialización que se crearon, básicamente en el atochamiento de puertos y a la carencia de conteiner y de barcos.

No todos los pobres y los que pasan hambre en del mundo radican en áreas rurales. Una gran cantidad de ellos son pobres urbanos. Eso lleva a postular que la pobreza y el hambre tienen más que ver con la distribución del ingreso que impera en cada país que con la división entre urbano y rural. En las ciudades habita una parte importante de la población que no tiene ingresos para efectos del  “consumo habitual de alimentos suficientes como para proporcionar la cantidad de energía alimentaria necesaria a fin de llevar una vida normal, activa y sana”. (Definición de “hambre” por parte de la FAO)

No se le puede, por lo tanto, echar la culpa del hambre en el mundo, solo a lo que pase en el campo. Todos los estudios postulan que la producción actual de alimentos en el mundo sería suficiente para alimentar a toda la población mundial. La causa fundamental del hambre radica, entonces, en el grado de concentración del ingreso existente en nuestras sociedades, en las formas de apropiación, distribución y comercialización de los alimentos, así como en los hábitos de consumo y de despilfarro de la producción existente.

Estas reflexiones no solo son significativas con relación a lo que sucede en el mundo y/o en otros países del planeta, sino que también tiene que ver con lo que sucede en Chile. Todo indica que la canasta de bienes alimenticios ha aumentado y probablemente seguirá aumentando de precios en el mercado interno chileno, por causas tanto internas como internacionales.  Ello necesariamente se traducirá en menor consumo de alimentos por parte de aquella parte de la población que se encuentra en los límites de la pobreza y del hambre, las cuales ingresarán de lleno dentro de esas categorías.

Para enfrentar esta situación hacen falta medidas en tres frentes. Por un lado, hay que aumentar la producción interna de alimentos, lo cual implica generar los incentivos y las ayudas correspondientes al campesinado. No hay ni remotamente que intentar solucionar la crisis por la vía de medidas restrictivas hacia el campo, que impliquen hacer descansar la solución del problema sobre los hombros del campesinado. Los campesinos no son el origen del problema, pero pueden ser parte activa de la solución.

 Otra vía complementaria por donde se podría enfrentar el eventual problema del hambre es dar ingresos compensatorios a los sectores más vulnerables, urbanos o rurales.

Finalmente, pero no lo menos importante, hay que profundizar las medidas tributarias y de política económica general que impliquen un crecimiento del ingreso y a una mejor distribución del mismo.