Saber escuchar es un arte

¡Antes me resultaba prácticamente imposible mantener la boca cerrada! En parte porque me preocupo excesivamente por la gente y quiero emplear la sabiduría que he adquirido con las experiencias que he vivido en ayudar a los demás. Estaba tan entusiasmado que casi nunca esperaba a que los demás terminaran sus frases para expresarles lo que pensaba. Durante mis clases sobre liderazgo personal descubrí que muchas personas hacen lo mismo, a menudo con los mejores argumentos del mundo. Cuando por fin comprendí completamente el poder de saber escuchar, me quedé absolutamente sorprendido de la cantidad de veces que interrumpía a los demás sin escucharles. ¡Siempre me había considerado una persona que sabía escuchar!

En tu próxima reunión de trabajo o discusión familiar, escucha a los demás y no los interrumpas. Observa qué está ocurriendo. ¿En qué medida se están escuchando unos a otros realmente? ¿Qué oportunidades se pierden a causa de las interrupciones? ¿De quién son las ideas que se ignoran? Piensa si este comportamiento tiene alguna utilidad y cómo puedes compartir lo que has aprendido. ¿Qué cambios pueden adoptarse para alcanzar mejores resultados? Recuerda que para pedirle a alguien que cambie su comportamiento, éste debe ser consciente de las ventajas que conlleva el cambio.

Es disparatado, porque nos gustaría poder estar seguros de que tomamos las mejores decisiones posibles en todos los aspectos de nuestras vidas, pero ¿cómo podemos hacerlo si nunca dejamos que los demás terminen de hablar? A menos que escuchemos a la gente, no podremos comprender completamente qué intentan decir. Con frecuencia, a pesar de no disponer del cuadro completo de una situación damos un paso adelante y tomamos una decisión, y después dedicamos una gran cantidad de tiempo a resolver los problemas que hemos contribuido a crear.

Hace poco leí un artículo fascinante en una revista sobre los lanzamientos espaciales Columbia y Challenger. La conclusión final era que los accidentes nunca debieron haberse producido porque había personas en las escalas inferiores de la organización que eran conscientes de cuáles eran los problemas existentes. Sin embargo, nadie les escuchó.

El camino de baldosas amarillas

Imagina que paseas por un camino de baldosas amarillas en dirección a un bonito castillo. No puedes ver el castillo claramente porque está oculto por la niebla, pero estás completamente seguro de que quieres llegar hasta él y explorarlo. Mientras caminas, te encuentras con un grupo numeroso de personas y piensas que te pasarán por ambos lados. Pero no es así: se abalanzan sobre ti, te pisotean y golpean. Cuando se han ido, te incorporas y sigues tu camino hacia el castillo. Poco después te encuentras con dos buenos amigos. Ellos marchan por otro camino y, después de charlar durante un buen rato, te convencen de que camines con ellos antes de ir al castillo. Disfrutas del paseo con ellos pero después regresas al camino por el que ibas al principio, el que lleva el castillo. A continuación, te encuentras con una persona que sabe exactamente donde vas y no quiere que vayas. Esta persona se pone violenta y en determinado momento te arrastra fuera del camino. De hecho, si hubiera habido algún policía en las inmediaciones hubiera arrestado a esta persona por violencia física.

Ahora imagina este escenario. Te encuentras en una reunión y tienes una idea que todavía no has definido totalmente pero aún así quieres compartirla. Sin embargo, cada vez que intentas abrir la boca encuentras con que hay alguien tan ocupado en expresar sus ideas que no te deja hablar.

O, quizá quiera que escuches sus ideas primero.

O, alguien te dice que no tendrán en cuenta tu idea porque ya han tomado una decisión.

¿Cuál es la diferencia entre estas dos situaciones? Yo me atrevería a afirmar que no existe ninguna. Una implica la violencia física; la otra, mental. Cada vez que interrumpes a la persona que está hablando en realidad cometes un acto de violencia mental.

Toma conciencia de esta situación. Pon en práctica los segundos extras en escuchar las ideas completas que la gente te quiere expresar. Muérdete la lengua por unos segundos (sin que te duela) y verás cosas sorprendentes.

Cuando permites que tus seres se expresen, das pie al entendimiento, a la comprensión, al respeto y a la preparación de un buen terreno para una excelente y certera decisión.

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