Salvador Allende

El 11 de septiembre se conmemora el 38° aniversario de la muerte de Salvador Allende, en el palacio de La Moneda, en Santiago de Chile. En esta ocasión esa fecha luctuosa viene acompañada, por vez primera, con la confirmación -dada por el resultado de un análisis realizado por un grupo calificado de forenses internacionales- de que Allende murió por la vía de la ametralladora que él mismo accionó, como forma final de impedir que los militares que asaltaban el palacio lo apresaran con vida. Este episodio de su muerte refleja la consecuencia de Allende con lo que había sido permanentemente su prédica y su accionar durante todas sus largas décadas de actividad política en Chile: él defendería la constitución y la democracia con su propia vida, y jamás renunciaría al mandato y a las responsabilidades que el pueblo le entregara.

Sin embargo, más allá del tremendo valor moral y político que tuvieron las circunstancias de su muerte, Salvador Allende merece ser recordado como un hombre que tuvo un accionar protagónico en la política chilena, durante gruesa parte del siglo XX. En los 40 años previos a su elección como Presidente de la República, Allende fue Ministro de Salud, diputado y senador, lo cual implica que desarrolló permanentemente su actividad en el seno de la institucionalidad política existente. Allende siempre pregonó que era posible, respetando esa institucionalidad, realizar cambios sustantivos en las estructuras económicas y sociales del país, que implicaran ampliar los espacios de la libertad, la igualdad y la independencia económica. El apelar a la violencia, a los levantamientos militares, a los golpes de estado, a los golpes audaces de una minoría, no estuvo nunca dentro de su concepción de la política. Para Allende la génesis y la fuerza de un gobierno, como el que él quería encabezar, sólo podía descansar en el apoyo constante y consciente del pueblo organizado. De allí que Allende dedicó su vida a organizar y a encabezar un movimiento político que tenía, como centro y como motor, a los más pobres y desposeídos dentro de la sociedad chilena. Fue un organizador y un luchador incansable, que nunca dejó de acompañar a los obreros en sus luchas reivindicativas, ni a los campesinos en sus luchas por la tierra y la reforma agraria, ni al conjunto de la sociedad chilena en sus demandas de más y mejor democracia.

Allende jamás pensó en la democracia como una cuestión meramente instrumental, que sirve para alcanzar el poder -o por lo menos para llegar al gobierno- y que después puede reemplazarse por sistemas autoritarios, represivos o dictatoriales. El pensamiento político de Allende se ha sintetizado muchas veces, diciendo que era realizar profundas transformaciones en la sociedad chilena –nacionalizar el cobre, el petróleo y el hierro, acabar con los monopolios, llevar adelante una radical reforma agraria– respetando irrestrictamente los derechos humanos y las libertades civiles y políticas, que el pueblo chileno había conquistado a lo largo de la historia del país. Esa mixtura de socialismo y democracia, constituye la esencia del pensamiento allendista.

Hasta el día de hoy, sigue abierto el debate de si un proyecto de esa naturaleza, era viable en el Chile de los70 y en medio de la guerra fría. Es lícito discutir sobre el grado de realismo y de utopía que estaban presentes en esa fórmula de socialismo y democracia.

Pero Allende, seguido por millones de chilenos, levantó esa bandera y se comprometió, lucho y murió por ella. De allí que Allende, hasta el día de hoy, sea el más alto ejemplo de la moral y la consecuencia con que es posible asumir la política.

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