Se solicitan gestores públicos más virtuosos

Se ha dicho en diferentes escenarios y en las últimas décadas, que cualquiera sea la filosofía de gobierno seleccionada para conducir los destinos de nuestros pueblos, estos deberían adoptar, en el plazo más inmediato, criterios internacionales de calidad y transparencia, como manera de proteger a nuestras sociedades.

En relación a la calidad, no sólo se trata de la calidad en los productos y servicios que nos ofrecen las empresas, se trata de que los clientes, usuarios o ciudadanos deben ser cada vez más exigentes, no seguir aceptando bajos niveles de calidad. Asimismo, los ciudadanos debemos insistir en que el sector público mejore la calidad de sus servicios; el sector público es simplemente como cualquier otra ¨empresa¨ con los clientes; y en honor a la verdad, su actuación deja mucho que desear.

Sino logramos alcanzar los niveles de calidad requeridos para producir nuestros bienes y servicios y que, además, podamos venderlos en el mercado internacional, estamos destinados a quedar rezagados en este mundo globalizado. El rezago, en comparación con las economías emergentes de nuestro continente en cuanto a las prácticas de gestión de la calidad, nos hará perder importantes oportunidades de modernización de los procesos de gestión pública, que es donde estamos en mayor minusvalía y, por ende, se perderá la oportunidad de promocionar nuestras empresas nacionales en el ámbito internacional, captar nuevas inversiones, incrementar las recaudaciones y generar empleos. En otras palabras, nos haremos más pobres, ya que no basta con disponer de recursos naturales, sino se gestionen adecuadamente.

Por su parte, la transparencia y el control ciudadano son cualidades que deben distinguir a toda sociedad democrática. A mayor transparencia tiene que corresponder más control ciudadano y viceversa. Tenemos que reprochar los desastres causados por errores humanos en empresas de alto riesgo; pero, al mismo tiempo, reprochar la desidia, la ineficacia, ineficiencia y, especialmente la corrupción, tanto en el sector público como privado. Estos flagelos nos estan haciendo mucho daño; pareciera que vivimos en una sociedad cada día más anarquizada, que se nos esta yendo de las manos.

Aristóteles decía, que lo que debe buscarse esencialmente en la vida es la virtud. Borges por su parte decía, que la probidad es lo más importante. Cuando las instituciones delinquen, se contraría el concepto aristotélico del estado virtuoso. El ideal aristotélico era que la sociedad fuese regida por líderes de corazón puro y distinguida inteligencia, por almas superiores, que pudiesen darle al pueblo el mayor grado posible de felicidad. Afirmaba que un sistema político era perfecto, si los hombres elegían un género de vida virtuoso, que se traduciría en respetar la Ley y vivir en paz; es decir, que fuesen ciudadanos de calidad, que respondieran a las expectativas de sus pueblos.

Desde luego, ya en su época, el filósofo era consciente de que a los hombres les atraen más la riqueza, el poder y la fama, y es evidente que las cosas no han cambiado. Sobre esto, traigamos a colación que Freud hizo una magnífica reflexión en ‘El malestar en la cultura’: también para el padre del psicoanálisis era claro, que a los hombres no solían moverlos los valores esenciales de la vida, sino los símbolos del poder y la acumulación.

No obstante, Aristóteles destaca dos cualidades en los pueblos: inteligencia y valor, porque ambas serían suficientes para producir una mejor democracia. Y aunque la utopía siga sin cumplirse en las sociedades democráticamente subdesarrolladas como la nuestra, creo que vale la pena seguir anhelando y exigiendo gobiernos que garanticen al pueblo el mayor grado posible de felicidad, lo que va de la mano de la virtud. Atributo que no puede ser sólo del gobernante: también tiene que ser una propiedad de los ciudadanos, pues sin ciudadanos virtuosos, no hay ética y sin ética no hay transparencia. En otras palabras, la calidad personal es la madre de todas las demás calidades. La calidad personal es importante para su sentimiento de autoestima, su bienestar, su efectividad, actitud y comportamiento.

Pienso, sin embargo, que lo que más conviene a una sociedad democrática, en términos éticos, es el referente aristotélico. Desde su perspectiva del Estado virtuoso, veo en la justicia, por ejemplo, una institución clave para generar transparencia; pero el poder judicial, aquí y en América Latina, registra una baja confianza. Se trata de un poder que, a decir de la ciudadanía, no es enteramente confiable, porque genera una alta impunidad y obstaculiza la competitividad.

Esperemos que, en el futuro, la sociedad sea más meticulosa al momento de seleccionar a los gestores públicos de los años por venir, y se incluyan otros criterios en la evaluación y decisión. Más que haber pasado por la universidad, requerimos que nos demuestren, con hechos, que poseen calidad personal y que tienen una vida caracterizada por la transparencia; de lo contrario, nos seguirá pasando lo mismo: más fracasos.