Sobre el dialogo

Dialogar no es malo. Más aún, es sumamente sabroso. Quien no ha participado de un buen diálogo de café con sus amigos se ha perdido una de las cosas buenas de la vida. Si el café se reemplaza por unas cervezas bien frías ese diálogo sigue siendo grato y placentero. El diálogo académico, donde todo está permitido, en aras de la búsqueda desinteresada de la verdad, es una fuente de donde nace la ciencia y toda filosofía. El diálogo con sus familiares es imprescindible cuando hay algún entuerto que arreglar. O el dialogo con la esposa aun cuando se trate meramente de renovar sin motivo alguno los lazos de amor. Si no dialogáramos, el mundo no sería mundo. 

Solo cuando reinaban los reyes o sátrapas absolutos estos no necesitaban dialogar con nadie, excepto con sus propias conciencias, para tomar decisiones que afectaban a millones de personas. Pero en los tiempos modernos, todas las sociedades han institucionalizado espacios de diálogo entre sus corrientes opuestas, para que estas se conozcan y se escuchen, lo cual ya es un objetivo bien positivo, o para llegar a posiciones comunes sobre cómo hacer funcionar el mundo que les rodea, lo cual es un objetivo más positivo todavía. 

En Naciones Unidas todo el mundo dialoga con todo el muido. En los Parlamentos que existen en casi todas las naciones civilizadas del mundo contemporáneo lo que se hace es dialogar, para llegar a leyes que sean lo más consensuadas posible.

Pero hay que distinguir entre el dialogar por el mero placer de dialogar –  como cuando dialogamos con los amigos en torno a un café o a unas cervezas, donde nadie espera que nos pongamos de acuerdo sobre nada –  del dialogar para ponerse de acuerdo sobre algún tipo de problema que afecte a todos los participantes. Confundir estos dos tipos de diálogo puede traer muy malas consecuencias. Porque el primer tipo de dialogo no tiene objetivo, meta, ni urgencia alguna. A lo más compartir alguna información o algún chisme interesante. El segundo tipo de dialogo, en cambio debe tener una agenda clara, e incluso plazos, para que no devenga en una versión de lo primero.

Y si se trata del dialogo actual entre la oposición y el gobierno, y se elige la primera forma de dialogo, entonces se puede realizar en la Asamblea Nacional, donde de hecho se dialoga todos los días, o en un café que sea del agrado de todas las partes, o en algunos otros lugares agradables que hay en la capital o en sus alrededores.  Se dialogaría por el placer de dialogar. Pero si se quiere dialogar para ponerse de acuerdo en algún problema en concreto que motive el interés a todas las partes, entonces hay que ponerse de acuerdo con anterioridad en la agenda, en los plazos, en los protocolos e incluso en los moderadores.

En materia de agenda, creo que los problemas económicos, de seguridad, de la libertad de los presos políticos, y el gran problema del funcionamiento y de la legalidad y legitimidad de las instituciones del estado, dan cuenta de lo principal que debe ser discutido. Con relación a los plazos no hay que tomarse más de dos o tres semanas. Más de eso, ya se convierte en una perdedera de tiempo. El asunto de los moderadores tiene una tremenda importancia. Tanta, que el gobierno partió por poner sus moderadores, incluso antes de saber con quiénes y sobre que iban a dialogar. Sería justo que la oposición estableciera sus propios moderadores, para que trabajen en conjunto con los del gobierno, y organizaran ese diálogo lo mejor que puedan.