Sobre la Desigualdad y la Pobreza

Durante siglos ha imperado en el terreno filosófico la idea, de que la desigualdad es una calamidad impuesta por los dioses a la sociedad humana, de la cual no nos podremos librar jamás, aun cuando hagamos algunos esfuerzos -siempre con resultados muy modestos- para limar sus manifestaciones más  aberrantes. Se trata de la hipótesis más conformista y conservadora sobre esta materia.

Sin embargo, desde la Revolución Industrial, al menos, han surgido voces que postulan que la economía capitalista empuja a las sociedades hacia estadios de creciente bienestar.  Los procesos de inversión productiva, de producción creciente de bienes y servicios, la mayor productividad del trabajo humano y el empuje ininterrumpido de la ciencia y de la técnica, eran no solo los mecanismos a través de los cuales la sociedad podía llegar a eliminar la pobreza y la desigualdad, sino que eran el destino inevitable hacia el cual caminaba la humanidad. Después de la Segunda Guerra Mundial, esa visión optimista se apropió del concepto de desarrollo económico, el cual debía ser la senda, la meta y la aspiración de todas las sociedades contemporáneas, y el estadio en el cual se superarían todos los males de las épocas anteriores.  

Pero, en medio de esta fiesta de optimismo, en el siglo XIX, surgió la voz heterodoxa de Carlos Marx que postuló, que la sociedad capitalista no se encaminaba hacia estadios de menor desigualdad y de menor pobreza, sino todo lo contrario. Los procesos de concentración y de centralización del capital, junto con el proceso igualmente intrínseco al capitalismo de permanente innovación tecnológica -identificada por Marx como la modificación de la composición orgánica del capital-, llevaban a intensificar los procesos de desigualdad, en cuanto a percepción de ingresos. Los pobres se hacían más pobres y los ricos más ricos. Se generaba y se reeditaba cíclicamente el proceso de pauperización del proletariado, aun cuando entre los propios marxistas siempre estuvo presente el debate sobre, si Marx se refería a una pauperización absoluta –es decir, cada vez menos acceso a bienes y servicios– o a una pauperización relativa –una captación menor del valor generado en la sociedad-, independientemente de las mercancías en que ello se plasmara.  De cualquier forma, la pobreza y la desigualdad acompañarían al sistema capitalista durante toda su existencia, aun cuando con fases o ciclos de mayor o de menor intensidad, y la única forma de eliminar esos flagelos era cambiar de raíz el sistema capitalista mismo.

Hoy en día, la polémica asume otras formas: hay quienes se limitan a seguir postulando que la pobreza y la desigualdad se suprimirán, cuando se alcancen fases más elevadas de desarrollo económico. Otros, en cambio postulan que la lucha contra la pobreza y la desigualdad  -además de ser banderas que se justifican a sí mismas desde un punto de la moral y de la justicia social–, son objetivos que se conjugan armónicamente con la lucha por mayores estadios de desarrollo económico. En otras palabras: Que la disminución de la pobreza y de la desigualdad, ayuda a alcanzar mayores tasas de crecimiento económico y genera un círculo virtuoso, en el cual el crecimiento ayuda a eliminar la pobreza y la eliminación de la pobreza  ayuda a alcanzar mayores niveles y tasas de crecimiento económico. Podría decirse que la pobreza y la desigualdad son la expresión de capital humano que se pierde en el seno de la sociedad, pues hay un potencial de producción, productividad,  creatividad y emprendimiento que no logra desarrollarse. Trabajadores sanos, educados, con acceso a vivienda digna, a la recreación y al descanso, y con una adecuada seguridad social no son el resultado del largo proceso de desarrollo económico, sino la situación necesaria como para  alcanzar esos estadios superiores de la sociedad.   

De allí entonces que, en los tiempos actuales, las derechas económicas y políticas no se limitan a  propiciar el desarrollo económico como receta para todos los males habidos y por haber, ni las izquierdas se limitan a propiciar el cambio del sistema capitalista, para alcanzar el mismo objetivo, sino que las primeras  y la segundas compiten frente a la ciudadanía -entre otros muchos temas  y propuestas-   respecto a la eficacia y la profundidad de las políticas sociales que cada una propicia.

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