¿Surge nueva disciplina? (Parte I)

El espectador que recién había llegado a la exposición, no había ocultado su rechazo por la obra de arte colocada sobre el piso. “Si quien hizo eso es un artista, entonces el albañil que hace trabajos en mi casa también lo es, y de mucho más talento; a diario, hace mejores cosas que eso”.

Me encontraba parado frente a la obra, examinándola, cuando el espectador había llegado junto a otras personas, a quienes dirigió sus palabras. La obra era, simplemente, un montón de arena tirada sobre el piso, formando un pequeño promontorio. Su creador la había llamado, si recuerdo bien, “Erosión y Desolación”.

Situaciones como la anterior son frecuentes en el mundo del público asistente a salones de arte. Y son reflejo, por una parte, de un público perfectamente capaz de calibrar y de juzgar, que siente que se le está tomando por tonto, y, por otra parte, de una confusión que no existiría si en el mundo del arte se entendiera que, de su seno, está surgiendo una nueva disciplina que le es independiente por completo. Para aclarar lo que quiero decir, veamos el siguiente ejemplo.

Supongamos que en épocas prehistóricas, a esos artistas de entonces que pintaban las paredes de las cuevas con bisontes y cazadores se les hubiese ocurrido crear el equivalente de nuestros salones de arte: “cuevas de arte”; cuevas donde los artistas podían acudir a pintar sus obras sobre las paredes, para luego abrirlas al público. Imaginemos, además, que uno de los precursores de la rueda, por desconocimiento de dónde ubicar su propia y naciente sapiencia y por no existir sitios donde exhibir ideas que no fuera en las “cuevas de arte”, hubiese presentado su idea de la rueda allí, como si se tratase de un trabajo similar a los otros expuestos. Y supongamos que, a tal efecto, hubiese dibujado sobre la pared, al lado de los bisontes y cazadores de los otros participantes, una línea curva cerrada, parecida a un círculo, como representación de su idea sobre la rueda. Y, así las cosas, se abre la exposición al público. No sería difícil imaginar la reacción de los asistentes a la exposición. Habrían dicho, refiriéndose al dibujo de aquel precursor de la rueda: “¡ese dibujo lo hace cualquiera!; comparado con los bisontes y cazadores, ¡no tiene ningún mérito!”

Como podemos ver, la presentación de la idea de la rueda como si hubiese sido una obra de arte, habría sido una equivocación completa. La trascendencia, el valor, la importancia de la obra, todo ello, habría quedado oculto. Lo lógico habría sido entender que aquella obra estaba fuera de puesto; que una nueva disciplina del saber humano estaba naciendo y que, a pesar de que para expresarse usara elementos similares a los usados por los artistas, eso no le negaba su total y completa independencia del mundo del arte. Veamos, ahora, cuál es la nueva disciplina que está naciendo y que, por equivocación, está exponiendo sus primeros trabajos en salones de arte, donde no pertenecen.

Hace algunos años el artista plástico, Javier Téllez, expuso en el Ateneo de Valencia una instalación que denominó “La extracción de la piedra de la locura”. Una instalación, para quienes no recuerden el término, es un conjunto de objetos diversos relacionados de alguna forma, colocados en un lugar dado de una sala de exposiciones; quien frecuente salones de arte, seguramente las habrá visto. La instalación en cuestión ocupaba una extensión considerable de la planta baja del Ateneo; estaba compuesta de muchos elementos, y su tema central era el mundo de un enfermo mental. Los elementos constitutivos de la instalación habían sido traídos del Hospital Psiquiátrico de Bárbula, ubicado cerca de Valencia. Aquello parecía un pequeño psiquiátrico, con todos los elementos típicos y necesarios de una institución tal, incluyendo un antiguo equipo de los usados para aplicar descargas eléctricas a las cabezas de los pacientes afectados por estados obsesivos. Había, adicional, equipos de sonido que reproducían lamentos o quejidos de pacientes del hospital, aunque no sé si eran genuinos o grabados para la ocasión; el efecto era muy real.

Debo decir, a este punto, que aunque mi formación universitaria no fue en el ámbito de la Psicología o de la Psiquiatría, cuando realizaba mis estudios tomé cinco cursos semestrales, de nivel universitario, de Psicología. Soy un gran amante de esa disciplina. Esa afición me llevó a visitar un psiquiátrico en Nueva Orleáns, en Estados Unidos, y otro en Venezuela: el Hospital Psiquiátrico de Bárbula. Y también me llevó, esa afición, a realizar una investigación personal de varios años en el tema del Subconsciente. De manera, pues, que podría decir que, para el momento de ver la instalación de Téllez, yo conocía con bastante profundidad el mundo de un enfermo mental.

Por tanto, habría sido de esperar que el ver aquella instalación no aportaría nada nuevo para mí. Sin embargo, ¡que extraordinario aporte fue el visitarla! De hecho, la visité varias veces, dado lo mucho que me impactó.

Todo mi conocimiento y experiencia en el ámbito de la Psicología no me habían introducido dentro de la dolorosa dimensión de un enfermo mental, como lo hizo la obra “Extracción de la piedra de la locura”. El autor se las había arreglado para presentar una síntesis de lo que era un psiquiátrico por dentro, ¡que era mejor que el psiquiátrico mismo! Había echado mano de técnicas y principios novedosos para lograr ese efecto. Sin usar palabras, había logrado que el espectador, por unos momentos, entrara en simbiosis con el tenebroso mundo de un enfermo mental recluido en un psiquiátrico; que sintiera su desazón, su miedo, su aislamiento, su soledad, su falta de afecto, su falta de todo. Recuerdo cómo el autor representó a un enfermo mental tirado en su cama. Se buscó una cama de hierro, de esas sencillísimas y de bajo valor que se usan en instituciones públicas. La cama, toda, estaba oxidada: su copete y su malla causaban repulsión. Sobre la malla oxidada, sin colchón, el autor colocó, representando al enfermo, una gran piedra sucia, que ocupaba más de la mitad de la cama. Y al conjunto lo colocó en un rincón apartado y en penumbras. Han pasado muchos años, y todavía siento el impacto emocional que aquella escena causó en mí. Era como ver un ser humano abandonado allí, a quien nadie visitaba, sumergido en la más profunda soledad, indefenso, vulnerable, temeroso de un algo del que nadie lo protegería. Un despojo humano que podía volver a la vida, si a alguien le importara.

Con el tiempo, comprendí algo que considero de extrema importancia: que trabajos como el de Téllez, eran el alba de una nueva disciplina. Una disciplina en el ámbito de las comunicaciones humanas. Una disciplina que, al ser dominada, podía permitir la transmisión de emociones y de conceptos profundos sin usar palabras. Y que personajes como Téllez eran, en realidad, más que artistas plásticos, los pioneros de la nueva disciplina. Sin embargo, la obra fue presentada dentro del ámbito del mundo del arte, como lo sugiere el propio sitio donde fue exhibida. Pero, ¿era lo allí expuesto una obra de arte?

Continuaremos con este análisis en el próximo y último artículo sobre el tema.

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