¿Surge nueva disciplina? (Parte II)

Cuando hacia el final del siglo XIX comenzó a surgir la psicología, ésta, por supuesto, no era una disciplina. Era algo nuevo, ajeno a lo hasta entonces conocido, que no tenía puesto en ninguna parte. Y como tenía que ver con la mente y no, por ejemplo, con biología o electricidad, lo primero que se consideró fue que aquello pertenecía a la Filosofía. Tal vez, para algunos, los originarios de las nuevas ideas eran disidentes de la Filosofía que darían el traste con las viejas bases de esa rama del saber. Y pasó mucho tiempo de confusiones y esfuerzos para que la psicología terminara siendo una disciplina con vida propia, tan independiente y ajena a la Filosofía como lo podría ser la medicina.

Pues bien, para mi, lo mismo está ocurriendo hoy día con la nueva rama del saber que está surgiendo. Ni siquiera los pioneros de la nueva disciplina parecen estar conscientes de que están creando una nueva rama del saber. Algunos de ellos se imaginan que lo que están haciendo es revolucionando el arte, acabando con el arte que hemos conocido hasta ahora, para implantar un nuevo orden. Pero así como la psicología no podía acabar con la filosofía, tampoco la nueva disciplina puede acabar con el arte. El arte es un patrimonio de la humanidad, y es, y será siempre, proporción, armonía, balance, ritmo, movimiento, composición. Pretender tirar eso por la borda es tan descabellado como descartar la civilización y volver a la edad de piedra. Cuando todos esos principios se descartan para producir algún resultado específico, se está trabajando en otra disciplina ajena al arte.

Trabajos de altísimo valor como “La extracción de la piedra de la locura” deberán, eventualmente, ser presentados al público como lo que son: como expresión de una nueva disciplina. Mientras se presenten como obras de arte, será imposible evitar que el público los acoja con expresiones como “si eso es una obra de arte, entonces cualquier habitación llena de trastos, o cualquier depósito de chatarra, es una obra de arte”. Y es necesario admitir que esos comentarios no se pueden descartar a la ligera. Insistir en seguir presentando como obras de arte a trabajos que no lo son, sólo conduce a que se pierda el valor de esos trabajos, que si lo tienen en otra dimensión.

El nombre largo de la nueva disciplina podría ser: “Ciencia de la comunicación de emociones y de conceptos profundos, sin el uso de palabras”. Habría que buscar un nombre corto.

Los trabajos dentro de esta nueva disciplina, no tendrían que circunscribirse sólo a los sentidos de visión y audición. Es posible imaginar obras complejas que estén dotadas de movimiento, y que echen mano de todos los sentidos y de avanzadas tecnologías para transmitir al espectador lo que jamás podría transmitirse a través de sólo palabras.

Los creadores de obras en la nueva disciplina, podrían venir de los más variados sectores de la sociedad. Ha sido una cuestión solamente circunstancial el que hayan sido los artistas plásticos los creadores de las primeras obras. Un especialista en cuestiones ambientales, con imaginación y creatividad, pudiera hacer una obra de mejor calidad que un artista plástico, a la hora de querer hacer ver lo que será la vida en el planeta en pocas décadas, si la rata de crecimiento de la contaminación continúa al valor actual. O, una persona salida de los estratos sociales más desposeídos, podría estar en mejor posición, si tiene imaginación y creatividad, de elaborar una obra que sea capaz de hacer sentir, a alguien que no la ha experimentado, la miseria.

Deberá haber salones o ambientes y espacios especiales para exhibir los trabajos de la nueva disciplina, que no sean los salones de arte. Por ejemplo, me puedo imaginar que alguien trasladó, con todos sus detalles intactos, un baño de negocio de carretera venezolana a un salón de exhibición de la nueva disciplina. Y allí, en el medio del salón, está la obra: orines en un piso de cemento deteriorado; excremento en un retrete cuya cadena no bajó el último negligente usuario; papel higiénico usado, por todas partes; puertas de metal, oxidadas; moscas por montones… Y, en el lugar apropiado, el nombre de la obra: “Haciendo Turismo en Venezuela”.

Ante una obra tal, no presentada como obra de arte, el espectador sabría que está en presencia de un modo de expresar, mejor que en un artículo en un periódico, que el turismo en Venezuela tiene, todavía, un largo camino por recorrer.

Como podemos observar, dado el contexto dentro del cual es presentada la obra mencionada, a nadie se le ocurriría decir “eso también lo puedo hacer yo”; como a nadie que supiera leer y escribir se le ocurriría decir, al ver un artículo en un periódico sobre ese tema, “eso también lo puedo escribir yo, pues yo sé leer y escribir”.

Implantar lo expuesto en estos dos artículos generaría resistencias. Pero invito a reflexionarlo: la armonía que se origina cuando hay claridad y cada cosa está en su puesto, no tiene precio.

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