Treinta años sin Betancourt

Un 28 de septiembre de 1981 dejó de existir un hombre sin el cual no es posible pensar en la evolución política de Venezuela del último siglo: Rómulo Betancourt. Con evidente acierto, en dias recientes, y con motivo de un nuevo aniversario de AD, se le denominó “Sociólogo Nato” por ese concimiento que tuvo de lo afirmativo nacional. Eso fue , y mucho más, este Guatireño universal por sus posturas antidictatoriales y progresistas; y no digo democráticas, pues bajo ese manto se esconde más de un fariseo y truhán.

En su haber cuenta con algunos desaciertos, entre los cuales cabe mencionar el de no haber podido atajar las alevosas y costosísimas desviaciones de su partido, el cual encarnó en tiempo ya remoto, las esperanzas de Juan Bimba: el del bollo de pan en el bolsillo y la preparación a medias.

Sin duda, que lo rescatable en la figura de este incansable luchador político que fue Betancourt, es tanto su inconmensurable capacidad de trabajo como sus cualidades de hombre y estadista. Incluso hombres como el desaparecido historiador Manuel Caballero, que fue su adversario, reconoce en su libro “Betancourt, politico de nación”, la ardorosa ambición de Betancourt de transformar positivamente al país, la profunda y decida identificación con los problemas nacionales y ese liderazgo tenaz y trepidante.

Tuvo Rómulo Betancourt un proyecto, y lo llevó a cabo con constancia y quemante pasión, hasta ganarse ese lugar de excepción, destinado a los hombres fundamentales en la edificación de naciones, como lo confirma él mismo en una carta a Prieto Figueroa en el año 1967: “No aspiro a posiciones ni a honores de ninguna clase. Mi puesto en la historia —grande, regular o pequeño— ya lo tengo adquirido: «Lo bailado no me lo quitará ya nadie», para decirlo con la malicia gaucha de Martín Fierro.”
Todas estas carácterísticas las reunía en su persona el jefe político que fue Betancourt. Tal vez una poco conocida, sea la de ser profundamente pragmático y tener sentido claro del terreno que estaba pisando en cada circunstancia de su accionar.

Cuenta el Dr. Enrique Tejera Paris, en sus memorias del segundo gobierno de Betancourt, que el Dr. Gabaldón, ministro de Sanidad, le envió a través del padre de Tejera un mensaje, para que a su vez, conversara con el Presidente Betancourt, quien no lo había recibido en la cuenta durante algun tiempo, que al ministro le pareció dilatado y preocupante. El Dr. Tejera, para ese entonces en funciones como Gobernador del Estado Sucre, tuvo oportunidad de hablar con Betancourt durante una visita a Miraflores. Rómulo le oyó pacientemente y luego le dijo algo como esto: “ Mira chico, yo al Dr. Gabaldón no le puedo atender por el momento. Mi tiempo está dedicado integramente a la parte económica y a la materia militar. Yo le designé por sus alta competencia, ¡que trabaje!. Es como en tu caso, yo te designo, si lo haces bien, es lo que se esperaba y espero de ti, si lo haces mal, te cambio”.

En estas tres décadas, sin la presencia fisica de Betancourt, han pasado infinidad de cosas, entre ellas la defenestración de un Presidente constitucional y la elección de otro que lleva doce años generando involuciones y no pocas desgracias en una cada vez más depauperada Venezuela. Cuanta falta hace que saquemos experiencia de la sagacidad, contundencia, capacidad de organización, coraje politico y voluntad férrea que exhibía en su persona, ese lider que estudiaba los problemas nacionales y se sabia rodear de gente capaz, comprometida con un futuro mejor para todos, como puede apreciarse, por colocar dos ejemplos: en el desarrollo de Guayana y en la construcción del puente sobre el lago de Maracaibo, ocasión en la que se tomó la gráfica que ilustra este artículo.

Quiera Dios se aprendiese algo de ese legado de Betancourt, legado que tanta falta hace en momentos tan aciagos para la nación como los presentes.

La historia nos enseña que los trabajos y las grandes obras no se pierden en el tiempo, aunque asi parezca; muy por el contario, se incorporan a eso que algunos llaman la conciencia colectiva. La gran obra de hombres como Betancourt está allí, en ese amor inderrotable que tenemos los venezolanos por la democracia y por la libertad. Ese y no otro, es el gran fruto de la pasión indeclinable de este venezolano que soñó con un país que había que construir entre todos.

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