Un Completo Viraje

Creo que en una buena medida hay consenso alrededor de la necesidad de dar un gran viraje en Venezuela. Un cambio de rumbo que nos lleve a un nivel donde impere la justicia, la seguridad jurídica y personal, el desarrollo cultural de la población, el progreso colectivo y la madurez ciudadana.

Conseguir un viraje como el descrito no puede ser enteramente obra de un equipo de Gobierno, aunque sin duda su accionar sería un buen catalizador de voluntades. Debe ser, muy por el contrario, el resultado del esfuerzo de millones de connacionales, procurando mejorar internamente, para desde así mejorar su entorno, iniciar proyectos emprendedores, generar bienestar y armonía social. Pienso que sobre este segundo aserto, no tan evidente como el primero, tampoco deben existir discrepancias mayores.

Este conjunto de estructuras mejoradoras de la condición del país debe partir de nuestra idea de lo que queremos, llevada a cierto detalle. Probablemente, y para el campo de la tecnología el Profesor argentino, Amílcar Herrera (fallecido en 1995), lo supo expresar en términos diáfanos para su área de experticia: “ la formulación de una estrategia científica y tecnológica de largo plazo, sólo puede basarse en una visión clara de la sociedad que se quiere construir”. Este concepto es perfectamente válido para nuestra realidad educativa, penitenciaria, de salud y seguridad, entre otras.

Venezuela, la que se ha comparado siempre con el cuero seco (“se pida por un lado y se levanta por el otro”), debe lograr acuerdos que pasen por el deslastrase de esa malsana mentalidad rentista, heredada del oro negro y la aluvional cantidad de ingresos que reporta. Si, hay que invertirlo en crecer, pero no sostenerse en él como la única fuente de sustento aniquilando otros esfuerzos.

No se trata de sustituir este pésimo y delirante Gobierno, por otro que más o menos acometa transformaciones y se mueva en dirección contraria a la ruta trazada por esta no-administración, estriba, fundamentalmente, en pensar en grande y construir alianzas y consensos de larga duración para avanzar, trabajando con fuerza en la consecución de los objetivos que se tracen. Significa empinarnos y ser grandes para romper con el paradigma del esfuerzo mediatizado, de la meta lograda parcialmente ya que no hay nadie que nos lo reclame, porque nadie hace seguimiento. Se trata de ser grandes en visión y en voluntad, a nivel ciudadano y a nivel del estamento político, que debe pensar más en el plan de estadista que en el de dirigente tradicional.

Después de casi tres lustros de pertinaz improvisación y dosis altas de resentimientos cruelmente incentivados y peor aprovechados, ameritamos de trabajo en equipo, de diseño del país posible y deseable, pero también de la voluntad acerada para lograr ese cambio profundo, duradero, sostenible.

A nuestro alrededor, países como Chile, Brasil. Perú, Colombia, han dado muestras de la efectividad de generar políticas socioeconómicas y técnicas, para abrir oportunidades auspiciosas a sus habitantes. Políticas que dinamizadas por la disciplina vislumbran un futuro mejor en sociedades que parecían signadas por calamidades imposibles de resolver. Estas sociedades recurrieron al diálogo, al simple y benéfico ejercicio de compartir criterios, de escucharse, de ponerse manos a la obra entre todos.

¿Es posible llegar a tener un país pleno, el cual legar con orgullo para las generaciones que vendrán? Muchos venezolanos de buena voluntad deseamos contribuir en la edificación de un país sin excluidos, con seres pensantes, donde la dignidad sea verbo activo y no consigna postiza y vana, donde ya la gente no espere sino que tenga el sabor de estar en el país que merece por esfuerzo y por convicción. Un verdadero país soberano.

Sí no logramos producir, entre todos, ese gran viraje, de seguro, pasado algún tiempo, todo ciclo amargo se repetirá, con el agravante que en un futuro ese petróleo, que a duras penas nos sostiene, dejará de tener ese potencial que hoy posee para gracia y desventura nuestra. Pensémoslo.

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