Una maestría (A Joaquín Márques Graca)

La literatura es letra viva, palpitante y amena. Cuando adopta la forma de novelas históricas o que al menos contienen dentro de su trama episodios determinados en el tiempo, nos envuelve en detalles, conocimientos y sobre todo en  la inmensa fortuna de entender eras, personajes y circunstancias de un modo más directo y grato, que cuando se intenta esa misma labor a través de los textos formales. Dicho esto, aclaro con énfasis, sin menoscabo de los libros de historia, entre los cuales hay verdaderas joyas. Pongamos por ejemplo el siglo XX venezolano, hay una serie de novelas que leídas con cierta secuencia, detalle y deleite, discutidas en círculos de lectura y tertulias, pueden erigirse como una especie de “Maestría Literaria” sobre el devenir histórico nacional de ese período tan importante para comprender pasado y futuro de esta dolida patria.

Hay varias novelas que facilitan la visión de las tres primeras décadas del pasado siglo: “Fiebre” (Miguel Otero Silva) con su narración de los hechos protagonizados por la generación del 28, las andanzas de valientes jóvenes empeñados en conseguir democracia. “Falke” (Federico Vegas), con la historia de un puñado de soñadores venezolanos que en un barco venido de Europa, arribó en agosto de 1929 a las costas de Cumaná con el objetivo de derribar a la tiranía de Gómez, y precisamente sobre el Benemérito, dos novelas más que aportan interesantes detalles de su psicología y entorno: “En la casa del pez que escupe el agua” (Francisco Herrera Luque) y “Oficio de Difuntos “(Arturo Uslar Pietri).

Para el período de Isaías Medina Angarita, e incluso el previo, el del General López Contreras, se tiene la magnífica novela de Francisco Suniaga: “El pasajero de Truman”, que relata, entre otras cosas, el episodio de la súbita locura del candidato y virtual Presidente de la República, Dr. Diógenes Escalante, hecho que, en parte, precipitó el golpe de estado del 18 de Octubre de 1945. La Junta de Gobierno, instalada después del derrocamiento de Rómulo Gallegos, es escrutada por Federico Vegas mediante una novela capital: “Sumario”, crónica del asesinato del Presidente de la Junta de Gobierno, Coronel Carlos Delgado Chalbaud y los interesantes detalles del juicio posterior.

Hay otra novela de MOS que cubre un período muy especial de la historia contemporánea de la nación: “Oficina número 1”, en ella se da cuenta del establecimiento de los primeros sindicatos en los pozos petroleros que surcaban la geografía de nuestro país.

La época de la dictadura formal de Pérez Jiménez es abordada por José Vicente Abreu en “Se llamaba SN”, Miguel Otero Silva en “La muerte de Honorio”, y tocada tangencialmente en “Los pequeños seres” del talentoso Salvador Garmendia.

Una serie de novelas abordan la insurrección y guerrilla de los 60: “País Portátil” de Adriano González León”, “Historias de la Calle Lincoln” de Carlos Noguera, “El round del olvido” de Eduardo Liendo, “Cuando quiero llorar no lloro” de Miguel Otero Silva Y “Entre las breñas “de Argenis Rodríguez.

Para los 70-90 hay una novela de Isaac Chocrón que resulta emblemática para esta atrevida maestría: “50 vacas gordas”, la cual podría ser complementada, de alguna manera,  con una obra de Ibsen Martínez titulada “Simpatía por King Kong”

¿Qué decir de los tiempos actuales a manera de “valor agregado” con la literatura nacional? Hay unas novelas que reflejan parte de las características que va adquiriendo el país desde las postrimerías del siglo XX: “Blue Label” de Eduardo Sánchez Rugeles, “Chulapos mambo” de Juan Carlos Méndez Guédez .

Pasearse por estos libros puede dar muchas luces, y hacer verdad aquella frase del genial escritor argentino: “¡Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!”.

Twitter: @jamedina1