Una universidad se construye con sus docentes

«Dejamos de temer aquello que se ha aprendido a entender.»
Marie Curie

El presente un siglo XXI pleno de cambios y transformaciones está demandando universidades que realmente estén comprometidas con su misión, que capacite, forma a profesionales integrales, capaces de ser los líderes que el país requiere para garantizar desempeños, desarrollo, cambios que beneficien al país y a todos los que en el habitan.

Alguna universidades venezolanas, que son mayoría, no se han identificado todavía con lo que representa contar con un profesorado altamente capacitado, académico, investigador, poseedor de los conocimientos modernos, que además los sepa interpretar y transmitir. Siempre se le ha dado oportunidad a profesores sin experiencia, quienes se incorporan producto de los arreglos políticos, compromisos de los grupos de poder, cofradías que imperan en las universidades, dándole preferencia a la amistad, a la familia, otros compromisos, sin importar la formación académica.

Todo ello ha traído como resultado una formación, capacitación de profesionales, que deja mucho que decir, en pro de la solución a las necesidades, problemas que el país afronta.

A ello se agrega, otro factor sumamente determinante en la captación del profesorado que se necesita en la actualidad, como es, la poca motivación del incentivo económico, que deja mucho que decir, en un país que tiene capacidad económica para garantizar sueldos, acordes a la calidad de vida que actualmente se necesita. Los profesionales que podrían ejercer la docencia, son captados por empresas, otras instituciones en donde se les ofrece mejores sueldos.

Es difícil de entender cómo un país como Venezuela, que tiene grandiosas entradas económicas, producto de su riqueza natural, como lo es el petróleo, el que sus gobiernos, incluyendo el actual , no se identifique por incentivar la educación en todos su niveles, ofreciendo salarios, sueldos justos de acuerdo a la categoría profesional, como es el de ser educador, quien es el que garantiza la formación de los profesionales, que el país necesita para su desarrollo.

Lo que es más negativo: Se le posterga su derechos, sus prestaciones ganadas, las cuales no se pagan a su debido tiempo, haciendo que se acumulen y se tenga deuda de muchos millardos de bolìvares, y cuando deciden pagar, la moneda ha sufrido devaluaciones; y lo que más criticable es, que al hablar de pago en el futuro, los educadores que ya han cumplido con sus derechos, no saben si vivirán para disfrutarlo.

Desde luego, aunado al serio problema de docentes altamente comprometidos, en pro de capacitar a los profesionales que se requieren, hay otros factores que también deben ser considerados, como lo cita el Dr. Julio Durand, que la chatura de valores morales que trascienden de la docencia y de la investigación, corre pareja -a menudo- con la dejadez y miseria de las instalaciones materiales. No se pueden achacar todo el déficit moral y material a la falta de presupuesto, sino a la falta de ideas y de esfuerzo por el bien común. ¿Por qué un espacio público no puede movilizar la inteligencia creadora de una cátedra de exitosos profesores, y crear un plan «sustentable» para poder cambiar las bombitas de luz que se queman? O para evitar que unos alumnos terminen de cursar una asignatura, más vacíos y pobres de ideas e ideales que cuando comenzaron? Por eso, no es raro que los graduados dejen la universidad, sin ninguna sensibilidad por lo que es público y de todos. Pienso que esa conducta es la que han visto en sus profesores, que nunca donaron un libro a la biblioteca, ni transmitieron todo lo que saben.

Los alumnos, futuros ciudadanos dirigentes, aprenden muy bien de sus profesores, que el otro no es un colega ni un socio, sino un potencial enemigo que puede arrebatarle el cargo docente. En esos casos, pasa a ser lícito y práctica aceptada, servirse de cualquier innoble artilugio para impedir el acceso a un cargo docente, al que no es del mismo palo. Y entonces, ven en pequeña escala, la dinámica de la lucha por el poder, que no se busca para servir, sino para servirse de la institución para el proyecto personal. No es raro que, habiendo tenido tantos ‘ejercicios prácticos’, luego esa lucha por el poder para fines personales o corporativos, se reproduzca en los demás escenarios de la vida argentina, en las prácticas execrables de gran parte de la clase política, ya sea en el Congreso de la Nación o en un club de barrio.

Los profesores cobran muy poco en dinero, aunque a veces, no tan poco en prestigio, en acceso a variados privilegios, a viajes, a becas explícitas o implícitas. Parecería aceptado que, cuando se cobra poco, se puede faltar a clase y llegar tarde, escamotear esfuerzos personales y conocimientos, abusar de los docentes auxiliares, mentir y plagiar, o enseñar lo mismo que dejó de usarse hace 20 años. También, los alumnos comprueban, con mirada perpleja, que la institución, sostenida con el esfuerzo de muchos, puede cumplir la dudosa función de refugio, austero aunque amistoso, para grupitos de cháchara inocua, de ideologías marginales, que no podrían ganarse la vida honradamente en otro sitio.

Es necesario, un genuino renacer de la preocupación por el bien común en la universidad, para que luego pueda volcarse al resto de la sociedad. La universidad como organización, tiene por delante encarar un cambio muy grande de cultura: Abandonar la cultura del egoísmo y la fragmentación, por la cultura de los valores compartidos, del trabajo bien hecho y la vocación de servicio.

Concretamente, es necesario que en las universidades venezolanas se genere un cambio en donde el academicismo sea su principal fuente, apoyado de moral, ética; que se elimine y denuncien los concursos amañados, que garanticen en la contratación de sus profesores, excelencia educativa, que sean verdaderos generadores de nuevas ideas y de transmisión de conocimientos, acordes a las realidades que el presente demanda. De no ser así, la universidad venezolana estará generando profesionales con muchas debilidades, afectando seriamente el problema que se afronta, como es el de no garantizar una buena educación con el grado de excelencia.

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