Xenofobia y muerte

El venezolano Andrés Bello llegó a Chile empujado por las dificultades económicas para mantener a sus numerosos hijos. Chile hoy lo considera uno de sus grandes hombres, porque fundó su Universidad postcolonial y contribuyó extraordinariamente a poner sólidos cimientos educativos y legales de su naciente república.

Venezolanos fueron presidentes en 4 repúblicas latinoamericanas. El venezolano Rafael María Baralt fue nombrado miembro de la Real Academia de la Lengua Española, a pesar de haber participado en la reciente y sangrienta guerra de la Independencia contra España. La República venezolana tuvo nacidos en el extranjero que la sirvieron como ministros, generales y magistrados. En todos los casos los países receptores salieron ganando. Es un hecho demostrado que en las migraciones, ganan económicamente los países receptores de una población adulta, cuya crianza y formación son muy costosas; pero todavía es mayor el enriquecimiento humano. Así se han formado Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina, Brasil… con muchas decenas de millones de europeos que, obligados por la necesidad económica o por la intolerancia y la persecución, llegaron a sus costas. Por eso durante todo el siglo XIX Venezuela deseó atraer inmigración, elaboró muchas leyes para fomentarla, desde los albores de la República con el Libertador al frente, y lamentablemente fracasó, pues el clima y las enfermedades tropicales, reforzadas por las incesantes guerras, nos privaron de talentos y de productores en cantidad grande y sostenida, como se deseaba.

En el siglo XX, en los días de la segunda guerra mundial y en las dos décadas siguientes, Venezuela tuvo la fortuna de convertirse en el país del mundo que más europeos recibió en proporción a su población. Hoy una quinta parte de los venezolanos son hijos o nietos de inmigrantes, como fueron Miranda, José Félix Ribas, Juan Germán Roscio o Andrés Bello.

Nuestro país tiene mucho que aprender de otros, pero tenemos algunas cosas ejemplares en las que podemos dar lecciones a los europeos. Una es la apertura, sin racismo, ni discriminaciones religiosas. Los inmigrantes del último medio siglo lo apreciaron, lo disfrutaron y lo han retribuido con su corazón, con su talento y creatividad y con sus hijos venezolanos. Expulsados y perseguidos de sus tierras, aquí fueron médicos en Sanare o Tunapui, agricultores en Timotes, Quíbor o Turén, conserjes y empleados domésticos en La Florida, ordeñadores en Machiques, pequeños comerciantes en Sabaneta o Libertad y sabios profesores en la UCV o en la ULA.

Primero fue Europa, que nos envió portugueses, italianos, españoles, vascos, judíos, centroeuropeos de muchas lenguas; luego América Latina en la época de las dictaduras, chilenos, colombianos, dominicanos, argentinos o uruguayos, ecuatorianos o peruanos. La laboriosa presencia de árabes y de chinos ha sembrado de iniciativas nuestra geografía. Con todos ellos y otros Venezuela ha salido ganando espiritual y materialmente.

La xenofobia o el odio al extranjero es una estupidez, pero además es un crimen, es matar lo más humano que tenemos, el derecho a vivir nuestra propia identidad especifica sin fronteras. Venezuela en eso ha sentado cátedra de humanidad, sin pretenderlo y sin presumir. La xenofobia que mata y empequeñece, debe ser aislada y denunciada como las terribles pestes, pues es contagiosa; una vez que toma fuerza, es difícil de apagar. Por eso es cuestión de Estado el establecimiento de un cordón sanitario a este intento de algunos insensatos de disminuir a Venezuela.

En la Biblia se le recuerda al pueblo de Israel, y a través de él al mundo cristiano: “no maltrates ni desprecies al extranjero; acuérdate que también tú fuiste extranjero en Egipto”. Nos recuerda que al negar al otro porque tiene distinta raza, religión o nacionalidad, nos negamos a nosotros mismos, en nuestra condición y dignidad humana, sin adjetivos. Los cristianos hemos vivido la vergüenza histórica de vivir y transmitir en diversos momentos y por diversas razones la peste de la xenofobia. Negando a nuestros fundadores judíos, (Jesús, María y los apóstoles), se persiguió a los judíos, a cuyo templo en Jerusalén acudía fielmente la primera comunidad cristiana. En el mundo europeo la guerra entre cristianos, (¡alegando razones religiosas!), fue un pecado contra natura, pues negaba la esencia misma del cristianismo y de la universalidad católica.

Al entrar al tercer Milenio el Papa Juan Pablo II confesó este pecado, en la parte que le corresponde a la Iglesia católica. Ahora, hemos de practicar nuestro propósito de enmienda con el ¡nunca más! Porque, como dice el apóstol Juan, el que odia al otro ya es un asesino y Dios no puede vivir en él.

La xenofobia siembra el odio al otro por ser otro, de distinta lengua, raza, religión, cultura o nación; por eso siembra muerte y miseria. No hay que desdeñarla, ni pensar que no prosperará porque es irracional. Ciertamente la irracionalidad es la característica de la xenofobia, pero los grandes y más destructivos movimientos sociales que llevan a exclusiones, dominaciones, guerras y ruinas, son irracionales, crean falsos mitos, apelan a emociones y llegan a movilizar millones; incluidos doctores y estudiosos. Estamos a tiempo para evitar.

Fuente: http://www.ucab.edu.ve/