Yo condené a muerte a Franklin Brito

Agustín Blanco Muñoz – En toda revolución el desacato a las disposiciones se paga hasta con la vida.

Franklin Brito levanta el primer expediente contra el socialismo del siglo XXI autoproclamado como fórmula para la salvación-superación de las grandes miserias que carcomen esta sociedad.

Y supuso que su alerta sería acatada y respaldada por el grueso de una población amante de una democracia comprometida con el bien social.

Pero nada de esto ocurrió. Prevaleció la decisión gubernamental de liquidar a quien se atrevió a enfrentar abierta y públicamente al régimen.

Al ser secuestrado en el Hospital Militar, Franklin Brito estaba condenado a muerte. Se sabía que no detendría su profunda denuncia contra un sometimiento que ahora se tildaba de socialismo liberador.

Una pelea que no podía dar en forma individual. Pero todos nos limitamos a observar su lucha denodada y valiente.

Por ello a la hora de sacar las cuentas sobre la acción que emprendió es inevitable admitir que hace un año lo matamos y todavía no tenemos conciencia de nuestra condición de culpables, miedosos, cómplices, cobardes y delincuentes.

Con nuestra actitud de simples observadores, pasamos a avalar la decisión del régimen-oposiciones de liquidar a Franklin Brito.

Preferimos asumir la actitud del conforme y agradecido por las propias miserias que se le imponen, en medio de una sociedad tomada por los valores e ideales de los invasores.

Nuestras raíces milenarias de la solidaridad y el acercamiento humano-espiritual quedaron a un lado desde que se nos convirtió en una sociedad provisional de vencedores y vencidos.

Desde entonces prevalece un poder que se basa en el despojo y la humillación. Y no ha habido proceso capaz de cambiar el rumbo de esta historia definida por la iniquidad.

A las mayorías simplemente se les utiliza en cuanta empresa planifican y adelantan los dueños de su destino.

Las independencias, repúblicas o supuestas democracias, las más de las veces encubridoras de dictaduras, han apuntado hacia el mismo objetivo: el beneficio de los propietarios.

Y esto se ve claramente en la historia de este despojado que, a pesar de luchar con su propia vida por lo que consideró justo, simplemente engrosó la lista de los derrotados en este orden que tiene ya más de cinco siglos andando a “paso de vencedores”.

Al dominio lo que le interesa es el control de la sociedad en su conjunto a partir de sus reglas convertidas en leyes que deben cumplir los condenados a esa acción. Los otros permanecen en el disfrute.

Franklin Brito, guiado por su conciencia, decidió dar una pelea por lo que consideró patrimonio familiar, ganado con su trabajo.

Y para el régimen era inadmisible que alguien se atreviera a retar al mando-poder que responde hoy a los lineamientos del socialismo creado por Marx y actualizado a las condiciones del presente siglo.
Por ello el alto mando bolivariano decidió dar un escarmiento que sirviera para avisarle a todos los osados y levantiscos que no habría contemplación. Y si era del caso asesinarlos, así ocurriría.

Franklin leyó perfectamente la ferocidad del monstruo socialista. Y sabía que estaba sólo. De allí el silencio cómplice de esas oposiciones a la hora de su muerte y días posteriores, interesados en que nada alterara el escenario electoral.

En este punto hubo una perfecta concordancia entre el régimen y sus oposiciones. Y en este sentido, cuando a Franklin Brito se le secuestra en el Hospital Militar, no hay protesta institucional a su favor. Apenas iniciativas individuales y de pequeños grupos.

Esto quiere decir que el régimen obtuvo abierta licencia para liquidarlo.

Porque Franklin Brito llamaba a luchar de manera radical por el respeto a la propiedad adquirida sin la mediación de acciones fraudulentas y deshonestas.

Para el régimen-oposiciones, sus propuestas estaban fuera de lugar y correspondían a una persona desquiciada a quien no había que prestar atención.

Un “defensor de los DDHH” nos dijo en una oportunidad que con este señor no se podía llegar a acuerdos porque era muy intransigente y por ello muy difícil hacerlo desistir de unos objetivos no alcanzables en las presentes condiciones.

La pregunta era inevitable: ¿Entonces va irremisiblemente hacia la muerte? Creo que él no quiere que se le ayude a salvarse.

Y este funcionario tenía razón: Franklin Brito no estaba dispuesto a negociar un acuerdo con el régimen sobre la base de aceptar que buena parte de sus reclamos no estaban justificados.

A conciencia, escoge el camino del sacrificio acusador, hiriente, libertario. Preferible aceptar la condena a muerte que llegar a un arreglo humillante con el régimen y sus oposiciones que echaría por el suelo la autenticidad de su ejemplo.

Y ese orden recayó directamente en la humanidad de Franklin Brito en medio de nuestra pasividad-silencio que nos convirtió en otros culpables por la vía de la complicidad, el acuerdo tácito del cobarde y miedoso que decide no meterse en nada. El propio delincuente que convalida cuanto actúa la dominación en un expaís.

Por ello, hace un año matamos a Franklin Brito. Y nos sigue mirando atónito desde su camino.

¡Qué historia, amigos!

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