El listado de achaques que llegan con la edad es más bien amplio. Uno de los que genera más quejas y motiva más conversaciones entre nuestros mayores es la artrosis. Y esto no se debe a una casualidad, sino a la estadística. El Estudio EPISER de la Sociedad Española de Reumatología (SER) ha analizado la prevalencia -o número de casos- de artrosis sintomática en la población general y ha revelado que el 10,2% de la población tiene artrosis de rodilla y el 6,2%, de manos. Estos porcentajes se disparan a medida que aumenta la edad. Se ha constatado que, a partir de los 40 años, aumentan los signos radiológicos característicos de la artrosis en rodillas, manos, caderas y columna vertebral.
El desgaste que ocasiona la artrosis (de artros, articulación, y osis, degeneración) se puede acelerar por una causa mecánica (por exceso o falta de ejercicio, sobrecargas e impactos que repercuten en la articulación). El hueso, que no está preparado para soportar las presiones y los roces continuos de la articulación, se lesiona poco a poco y se altera la estructura de la articulación. La consecuencia es una pérdida de la función, con una limitación creciente por fuertes molestias. En la artrosis este dolor brota con la movilización de la articulación y cesa en reposo, a diferencia de la inflamación propia de la artritis reumatoide, en la que el dolor no remite en reposo.
El diagnóstico se fundamenta mediante la radiología u otras pruebas de imagen que permiten comprobar hasta qué punto está desgastada la articulación. Su detección no es sencilla. Mientras que una persona puede tener mucha artrosis y no sufrir dolor, otra puede tener poca artrosis y, en cambio, padecer mucho dolor. El principal problema es que esta enfermedad no se diagnostica de inmediato. Los afectados piensan que sus dolores son normales e, incluso, los propios médicos en ocasiones los minimizan. Por ello, entre la aparición de los primeros síntomas y su diagnóstico transcurren, en ocasiones, varios años.
Prevenible, sólo en parte
Tres causas principales marcan el desarrollo de la enfermedad: la genética de cada individuo, el paso del tiempo y el trabajo o uso que se hace de las articulaciones. De los tres, la genética y la edad no son corregibles. Cada persona nace con una predisposición genética determinada y el tiempo pasa para todos, pero sí se puede actuar sobre el tercero, el trabajo que se realiza con la articulación, con el fin de protegerla, retardar la aparición de la artrosis y, si ya se ha desarrollado, ralentizar su evolución.
Entre los factores que se deben evitar sobresale la obesidad. El exceso de peso sobrecarga la articulación, ésta se degrada aún más y favorece la artrosis de rodilla y de cadera. Seguir una dieta pobre en sustancias antioxidantes y vitaminas, como la C, la E y la D, también contribuye a que se desarrolle este mal.
Los trabajos que fuerzan las articulaciones y los que acarrean actividades muy repetitivas conllevan un alto riesgo de brote de artrosis. Lo mismo sucede con el deporte de alta competición. Sin embargo, tan perjudiciales son las posturas y movimientos que sobrecargan las articulaciones como el sedentarismo o reposo, que las descargan. Si una persona permanece en reposo durante mucho tiempo, el cartílago no recibe la suficiente presión del líquido articular, a través del cual le llegan los nutrientes que precisa. Por este motivo, los reumatólogos insisten en que es necesario que se realicen movimientos para prevenir la artrosis, pero sin generar fatiga.
Tratamiento contra el dolor y desgaste
Una vez que se desarrolla, la artrosis no tiene marcha atrás. El cartílago no se regenera y, por lo tanto, cuando se inicia su desgaste, lo único que se puede conseguir con la medicación actual es frenarlo. La premisa más importante para que el tratamiento funcione es la colaboración del paciente. Es imprescindible su implicación de forma activa, ya sea con la medicación o con otro tipo de terapias.
Medidas farmacológicas
El tratamiento farmacológico depende de los síntomas del paciente. El nuevo modelo de terapia no sólo se basa en el control del dolor, sino también del desgaste asociado. En teoría, al frenar el desgaste de la articulación, debería disminuir el dolor, aunque desgaste y dolor no siempre van asociados.
El dolor se trata con analgésicos de distintos tipos en función del perfil y las necesidades de cada paciente, pues la sensación dolorosa varía mucho de uno a otro y no se correlaciona con el desgaste articular. Se utiliza desde el paracetamol a los fármacos opiáceos, que se administran cuando el dolor es más intenso.
El desgaste se trata con fármacos que contienen sustancias del cartílago que se degradan en la enfermedad. Actúan como un suplemento, ya que apenas producen efectos adversos y son elementos constituyentes para el propio cartílago, hasta el punto de que en Estados Unidos no se les considera fármacos, sino nutracéuticos (nombre que reciben los alimentos funcionales). Estos medicamentos reciben el nombre de sysadoas, acrónimo inglés de «fármacos sintomáticos de acción lenta en el tratamiento de la artrosis».
Entre ellos figuran el ácido hialurónico, que se administra por vía inyectada intraarticular, el condroitín sulfato, el sulfato de glucosamina y, el más reciente de todos, la diacereína. No obstante, los estudios que se han realizado sobre la efectividad de estos fármacos no son concluyentes. La Sociedad Internacional de Investigación en Osteoartritis (OARSI) recomienda que se administren al menos durante seis meses seguidos. El problema es que muchos pacientes se cansan y abandonan el tratamiento. Pese a todo, y aunque su efecto sea lento y no muy pronunciado, ésta es la única arma terapéutica de que disponen en la actualidad para frenar la evolución de esta enfermedad. Además, seguir estos tratamientos a largo plazo no entraña problemas, por los pocos insignificantes efectos adversos que tienen.
Se están investigando nuevas opciones farmacológicas, como la aplicación de colágeno para tratar el cartílago, según recoge un estudio publicado en la revista «Internacional Journal of Medical Sciences» este mismo año 2009. Y también tratamientos biológicos para la artrosis (un enfoque que ya se utiliza en otras enfermedades reumatológicas), como tanezumab. Un estudio de fase II con este fármaco, publicado en Estados Unidos, ha demostrado que es eficaz para tratar el dolor artrósico, porque actúa bloqueando el estímulo doloroso en el cerebro.
Medidas no farmacológicas
Son variadas y comprenden desde la descarga de la articulación hasta el fortalecimiento de la musculatura. También se debe mantener la amplitud de los movimientos (ya que con la artrosis estos se limitan cada vez más), seguir una dieta adecuada y adoptar en la actividad diaria medidas ergonómicas. Así, los cuidadores de pacientes deben aprender a movilizarlos sin cargar sus propias articulaciones, y es apropiado que los trabajadores de oficina se acostumbren a mantener las pantallas de los ordenadores a una buena altura y utilizar sillas ergonómicas.
Medidas quirúrgicas
Si los fármacos y el resto de acciones terapéuticas no funcionan, el último recurso se encuentra en el quirófano. Cuando el nivel de desgaste de la articulación es irreversible, se puede recurrir a la cirugía para implantar una prótesis (de rodilla o de cadera, por ejemplo) que la sustituya. Su aplicación ha evitado numerosos casos de invalidez por artrosis.
Consejos para personas con artrosis
1. Evitar, ante todo, la pérdida de movilidad, sobre todo las personas con artrosis avanzada que se mueven de forma limitada.
2. Mover las articulaciones cuando están calientes: mover las manos sumergidas en agua caliente durante cinco minutos, mejora la movilidad y el dolor.
3. Mover la espalda en la ducha mientras cae agua caliente.
4. Realizar un masaje transversal en las rodillas, con una pomada y ungüento.
5. Hacer estiramientos diarios.
6. El mejor ejercicio para el paciente es aquel que le guste hacer: no sirve de nada aconsejar un deporte que no guste, porque al final se abandona la práctica. Es preferible caminar media hora diaria de forma asidua.
FUENTE: Enrique Ornilla, jefe de la Unidad de Reumatología de la Clínica de la Universidad de Navarra, España.
Fuente: http://revista.consumer.es/web/es/20100101/salud/75372.php