Comercio Regional con Monedas Locales

Mucho se ha hablado en los círculos políticos y económicos latinoamericanos, sobre la posibilidad de que el comercio entre los países de la región, se haga en monedas locales y no en dólares. En realidad esa no es una iniciativa nueva ni utópica. Pero tampoco es una iniciativa que genere grandes olas de entusiasmo, en aquellos países donde eventualmente se pudiese aplicar.

Supongamos la existencia de  dos países – llamémosles  país A y país B– los cuales llevan adelante entre ellos un comercio bilateral más o menos equilibrado, es decir, que las exportaciones e importaciones de  cada uno, en el comercio con el otro, son más o menos iguales, y supongamos, además, que cada uno de estos países tiene un sistema cambiario estable y de libre acceso. En esas condiciones sucederán dos cosas de mucha importancia: si el país A recibe la moneda local de país B,  en pago con sus exportaciones, rápidamente gastará ese dinero en importaciones desde aquel país, y por lo tanto, ningún país terminará acumulando la moneda local del otro. El comercio bilateral puede, en esas condiciones, realizarse sin la necesidad de dólares, entre otras cosas, porque cada una de las monedas locales de A y B es tan buena y tan segura como el propio dólar. Pero además, si llegase algún agente económico a acumular cierta cantidad de  la moneda local de país vecino, y la desease convertir en dólares, lo puede hacer sin problema alguno, pues el mercado cambiario, tal como ya hemos dicho, es estable y de libre acceso.

El problema se complica cuando el comercio entre ambos países no está equilibrado, cuando uno tiene una tasa de inflación sustantivamente más elevada que el otro, o cuando el mercado cambiario en uno de los países no es estable ni de libre acceso.

Si el comercio entre A y B no está equilibrado -es decir, si las exportaciones e importaciones recíprocas no son similares- sino que, por ejemplo, A le vende a  B por valor de 100, pero le compra a B solo por valor de 60, y si  el comercio se hace en monedas locales, entonces el país A acumulará moneda local del país B, a razón de 40 por período. 

El país A probablemente no tiene mucho interés en acumular la moneda local de B -que solo sirve para hacer compras en B-. Pasado un cierto umbral, A querrá que B le entregue dólares a cambio de las unidades  monetarias de B que se le han acumulado. Aquí tiene entonces que hacer su aparición  el dólar, como moneda internacional que permita cerrar el ciclo de intercambios  que se realizó inicialmente en monedas locales. Si B no tiene suficientes dólares como para responder por ese déficit que se le ha acumulado, todo este esquema se viene abajo.

Si la inflación es muy alta en el país B, recibir moneda de ese país se convierte en un riesgo, pues la cantidad de mercancías que se  puede comprar con ella se reduce día a día. También se reduce la cantidad de moneda del propio país A que se puede adquirir con la moneda de B. Por lo tanto, el poseedor transitorio de la moneda de B se ve inclinado a  deshacerse de ella cuanto antes, so riesgo de una pérdida cambiaria de cierta importancia. En otras palabras: El tener  moneda del otro país tiene un  costo, que nadie quiere pagar. La tasa de cambio arrastra una tasa de riesgo inflación o riesgo devaluación, que encarece los costos de transacción. En esas circunstancias, este tipo de comercio en monedas locales solo llega a tener vigencia en espacios pequeños, tal como zonas fronterizas, donde es fácil deshacerse rápidamente de la moneda de uno o de otro país.

A nivel de la Asociación Latinoamericana de Integración, ALADI, se ha implementado durante muchos años un mecanismo -regido por el Convenio de Pagos Recíprocos- consistente en que el banco central del país A paga a sus exportadores el monto correspondiente a las  ventas realizadas al país B, quedando el banco central del país B endeudado con el banco central del país A. Lo mismo sucede con las exportaciones realizadas por el país B al país A.  Al cabo de cierto período de tiempo –cada tres meses o algo así- se hace el balance entre ambos bancos centrales. Si las exportaciones son más  o menos iguales a las importaciones, el saldo deudor neto entre ambos países es cercano a cero. Si hay una deuda pequeña a favor de uno de los países, éste debe hacer el pago correspondiente en dólares. Nuevamente el dólar interviene al final del proceso de intercambio, y no en cada una de sus fases. Pero si el país A exporta al país B una cantidad sistemáticamente superior a las compras que allí realiza, se acumula un saldo deudor que el banco central de B pasa a adeudarle al  banco central del país A.  En esas circunstancias es probable que el  banco central de A no quiera darle sistemáticamente crédito al  país B, pues la función de los bancos centrales no es estar financiando operaciones de comercio exterior. Así vistas las cosas, el sistema tiene corta vida.

La pregunta que queda pendiente es la siguiente: ¿A cuál esquema de los analizados se parece el comercio exterior de Venezuela con cada uno de sus socios comerciales de América Latina?

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