“Cada hombre se aferra a alguna mujer
como si así aferrara la eternidad.”
Mario Benedetti
Con una triste alegría recibió Rosángel, desde el espejo su figura desnuda, todavía firme, de duras carnes y turgencias volátiles. En su cumpleaños 37 se mira cuan bella e intacta es. El espejo, vacila entre proyectarla tal como está, o mostrarse impío y, darle una proyección de los años por venir. Atrás, lo sueños de conseguir el amor. Mucho más atrás, “el amor de su vida”, Paolo. La suya (la de Rosángel), es una extraña combinación de sucesos que, la han alejado, sin quererlo ella, del amor, y de su manoseado y prosaico sucedáneo, el sexo. Fueron pasando los años, desde su fracaso con Paolo y, otros dos fracasos olvidables. Ahora, es una desterrada de los sentimientos, una mujer que se contempla con una modosidad privada. Es en ese instante, mirando el espejo, cuando toma la decisión que, desde hace tiempo le ronda en las noches de alta madrugada. En esas duermevelas, donde la soledad le arrulla con sus notas melancólicas y burlonas. Esa noche, se engalana Rosángel, con sus prendas más sugerentes, y el más mortal de los aromas, abandona los trajes formales y, con aire de leona, se va al encuentro de Paolo. No lo ha visto en años, pero sus mensajes los mantienen en un contacto de bizarro armisticio, de idilio conservado en hielo seco. El que esté casado ya no importa. Esta noche, entre las sábanas, el aire volverá a ser respirable…
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