Tiempos hubo en la historia de la humanidad, en que la inversión que los países hoy en día llamados desarrollados, llevaban adelante en los países pobres, subdesarrollados o en desarrollo, era un puro y
simple saqueo.
La explotación y exportación de los recursos naturales, implicaba que dejaban algún monto de salarios en manos de los trabajadores nativos y algunos tributos de menor cuantía en manos de los gobiernos locales, y todo el sistema les permitía acuñar inmensas fortunas que alimentaban el desarrollo ndustrial y financiero de los países de origen de los capitales. Los gobiernos locales, por ignorancia, por debilidad o por corrupción, no tenían acceso a las contabilidades respectivas, y no tenían conocimiento alguno de los costos y de las ganancias de las compañías extranjeras. No tenían tampoco acceso a los
precios de venta internacionales, ni a los costos de los equipos y bienes de capital presentes en las actividades productivas, ni a las tasas de interés de los préstamos que las empresas extranjeras se
hacían entre sí. Estaban, además, sujetos, a todo tipo de presiones –diplomáticas, económicas y militares- para adecuar la legislación laboral, tributaria, portuaria o bancaria, a los deseos y necesidades de las empresas inversoras. Era la época de oro del imperialismo.
Hoy en día los Estados de los países en desarrollo tienen Gobiernos más fuertes, lo cual se pone de manifiesto en que tienen mayor capacidad de diálogo y de negociación con las empresas y con los
países extranjeros. Están deseosos de que el capital extranjero se radique en sus países, –pues eso implica ventajas comerciales, tecnológicas e incluso políticas- pero están en condiciones de imponer legislaciones laborales, ambientales, tributarias, aduaneras, etc., que impliquen menores costos y mayores beneficios a los países donde esos capitales se radican. La mayor competencia internacional entre países y entre empresas trasnacionales, les da también mayor capacidad de negociación a los países en desarrollo. En algunos casos, estos están incluso en condiciones de llevar adelante por si solos actividades productivas que antes requerían obligatoriamente de la capacidad tecnológica extranjera. Se han modificado las correlaciones de fuerza, nacionales e internacionales, presentes en esa vieja y conflictiva relación.
La tributación sigue siendo, sin embargo, un campo donde las empresas trasnacionales pueden hacer todavía una serie importante de trampas que implican costos o pérdidas importantes para los países en
desarrollo. Por la vía de ponerle precios arbitrarios a los intercambios entre empresas relacionadas internacionalmente –los llamados precios de transferencia- o por la vía, muy similar, de cobrar tasas de interés arbitrarias a los prestamos financieros o comerciales entre empresas filiales, las empresas pueden ir haciendo aparecer las ganancias en un país o en otro, en función de la mayor o menor tributación que cada uno de ellos imponga a los capitales locales o extranjeros. Todo esto está en estrecha relación con los llamados paraísos fiscales, donde los capitales pueden radicarse -de ida o de regreso de sus incursiones internacionales- pagando tasas sustantivamente menores a las que pagarían en cualquier otro lugar del planeta. Barbados, Bermudas o Islas Vírgenes –estos dos últimos
territorios británicos- son algunos de los paraísos fiscales más utilizados en esta parte del mundo.
Hacia los tres, tomados en su conjunto, se canaliza el 5,1% de la inversión mundial -más que hacia
Alemania o hacia Japón- y desde allí salen el 4,5 % de la inversión que recorre los diferentes continentes.
ERRADICARLOS
Las Islas Vírgenes son el mayor inversor en China y las Bermudas es el segundo inversor en Chile, todo lo cual, desde luego, no tiene nada que ver con la capacidad productiva que se lleva adelante en esos pequeños territorios. Además de servir de base de operaciones a las empresas trasnacionales, en busca de los menores impuestos, estos paraísos fiscales también sirven de base de ocultamiento a los
capitales, que salen en forma ilícita de los países desarrollados o en desarrollo, y que provienen de la corrupción, el saqueo de las finanzas públicas, el narco o las comisiones por favores recibidos.
Poner coto a los efectos que los paraísos fiscales tienen para los países en desarrollo, es una de las tareas modernas que estos tienen en su lucha por la independencia y la soberanía.
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