-Domingo Alberto Rangel, Alzado contra todos (memorias y desmemorias), Vadell Hermanos Editores, Caracas, 2003.-
VI. ¿Qué es el socialismo del siglo XXI?
La idea del “socialismo del siglo XXI”, lanzada sorpresivamente en el Foro Social de Porto Alegre en enero de 2005, tiene con qué dejar perplejo. Seis meses antes de sacarla de la galera, Chávez explicaba al intelectual marxista anglo-paquistaní Tarik Alí que él no creía en “los postulados dogmáticos de la revolución marxista” y que “la abolición de la propiedad privada o la sociedad sin clases” no estaban para nada al orden del día en Venezuela. Chávez explica hoy que ya no cree posible humanizar el capitalismo pero que su socialismo será despojado de los vicios burocráticos, de los dogmatismos ideológicos y de los errores del pasado y que su llamado es, antes que todo, “una invitación al debate, incluyendo a los empresarios”, sin que se sepa cuál será su lugar en el nuevo sistema, pero aparentemente no deberían temer expropiaciones masivas. El socialismo según Chávez es “antes que todo una ética”, “el amor al prójimo”, “la solidaridad para con nuestros hermanos”. En esta línea, el primer socialista fue Jesucristo. Judas, que vendió a Cristo por 30 dinares, “es el primer capitalista”. Bolívar, defensor de la libertad y de la igualdad, habría sido socialista si hubiera vivido más tiempo. En síntesis, el socialismo es el altruismo y el capitalismo, el egoísmo.
Hace tiempo -ya mucho antes del gobierno de Chávez- que Venezuela es un capitalismo de Estado rentista en el que el mayor proveedor de empleos es el Estado y donde el sector privado mantiene con éste relaciones clientelares y hasta incestuosas. La Constitución bolivariana de 1999 sanciona la existencia de la libre empresa y la propiedad privada de los medios de producción. En la práctica, los chavistas defienden la idea de que el socialismo venezolano se desarrollará a partir de las formas de participación popular y de economía solidaria que promueve el régimen con abundancia de petrodólares. Se trata de una dinámica real, que involucra bajo diferentes formas a varios centenares de miles de personas, pero que encubre una gama compleja y variada de prácticas sociales. Desde auténticas experiencias de autogestión hasta la simple movilización clientelar de tipo peronista, pasando por una franja intermedia de prácticas de autoorganización popular ligadas a las misiones sociales (comités de gestión de tierras urbanas, comités de salud, etc.).
Los propios militantes bolivarianos confiesan, que los consejos locales de planificación, considerados un canal para la participación social en la gestión municipal, fracasaron ante la resistencia de las burocracias municipales chavistas, que no desean que sus administrados metan la nariz en sus negocios (a veces ilegales y de ganancias jugosas). El Gobierno definió el marco legislativo y desembolsó los recursos destinados a facilitar el funcionamiento de una nueva estructura, concebida para estar más cerca de la población: los consejos comunales de planificación. Además, se busca introducir en Caracas una versión del presupuesto participativo implementado en Porto Alegre. Pero esta iniciativa no ha logrado concretarse, hasta ahora, en el marco de una arquitectura municipal bastante barroca, con dos alcaldes chavistas (uno de ellos un policía sospechado de haber pertenecido a un escuadrón de la muerte antidelincuencia), con jurisdicciones enredadas y que se detestan cordialmente entre ellos, al punto que Chávez tuvo que disciplinarlos nombrando a un general como “coordinador de la acción municipal”.
Las actividades impulsadas por los “núcleos de desarrollo endógeno” -con mayor presencia en zonas rurales-, no son muy diferentes a los microproyectos de desarrollo (agrícolas, ecoturismo, etc.) promovidos en otros países de la región por ONG internacionales y hasta por el Banco Mundial.
Simplemente, en Venezuela, son financiados por el Estado y adornados con algunas manos de barniz revolucionario. Pero el sector más empujado por el Gobierno es el cooperativo. Habría al momento unas 100.000 cooperativas (contra sólo 762 en 1998) que emplean alrededor del 7% de la población económicamente activa. Junto a verdaderos proyectos de economía social sustentables, esta eclosión incluye no pocos emprendimientos “artificiales”, que viven gracias al aporte financiero del Estado. Y más grave aún, muchas cooperativas fueron creadas ad hoc por empresarios bien relacionados con potentados chavistas locales y persiguen subsidios estatales o exoneraciones impositivas y flexibilización de las condiciones de trabajo de los asalariados. De acuerdo al Superintendente de Cooperativas, Carlos Molina, en la mayoría de los casos se constata “una debilidad en términos de valores y de principios”: “menos del 1% de las cooperativas honra verdaderamente los principios del cooperativismo, como la solidaridad y el beneficio colectivo”, y sobre 2.376 cooperativas auditadas por el Gobierno, se constató malversaciones en 2.110 casos (88%).
Además de su carácter extremadamente vago, el discurso del “socialismo del siglo XXI” choca con tres realidades fundamentales. En primer lugar, la enorme importancia del sector informal: de acuerdo a una encuesta publicada por el Financial Times, 25% de los venezolanos de entre 18 y 64 años se declaraban “empresarios”, lo que haría de Venezuela el país más “capitalista” del mundo, delante de Tailandia (21%) y Estados Unidos (12%), España, Alemania y Francia (6%), y Japón (2%). En segundo lugar, el uso neopatrimonial del aparato estatal: la nomenclatura chavista o “boliburguesía” (burguesía bolivariana) y las FF. AA., han reemplazado a la nomenclatura bipartidista de la Iva. República, la “meritocracia” de PDVSA y la burocracia sindical de la Central de Trabajadores Venezolanos (CTV, ligada a Acción Democrática), en la apropiación mafiosa de los recursos públicos. Los niveles exorbitantes de corrupción son denunciados incluso por una parte de los medios chavistas (3).
Finalmente, la concepción bastante nebulosa y a veces perversa, de la “democracia participativa” fomentada por ciertos sectores del chavismo, en lugar de servir para profundizar, enriquecer, consolidar y socializar la democracia representativa (retóricamente diabolizada por los ideólogos del régimen), alienta la proliferación de estructuras paralelas paraestatales, sin una verdadera plusvalía democrática. La “participación popular” deviene entonces un arma más en el conjunto de instrumentos chavistas, para deslegitimar las instituciones en general, incluidas algunas que funcionaban de manera relativamente democrática y transparente. Contrariamente a la ilusión acariciada por la extrema izquierda chavista, lejos de anticipar la instauración de un “doble poder” revolucionario, se corre el riesgo de terminar simplemente por contribuir al autoritarismo anárquico anteriormente mencionado y a febriles sobresaltos plebiscitarios.
VII. ¿Chávez es antiimperialista?
Desde la cumbre de las Américas de Mar del Plata, en noviembre de 2005, Chávez está en la cima de su popularidad en América Latina, tanto debido a su virulenta retórica anti-Bush como a su diplomacia de Papá Noel petrolero. Caracas vende combustible barato a pequeños países del Caribe, compra bonos de la deuda externa argentina y ecuatoriana, firma contratos ventajosos con Brasilia y Buenos Aires, y navega sobre la ola de la desconfianza continental en relación a la política estadounidense.
Pero hay que cuidarse de confundir discurso y realidad: Venezuela no tiene disputas con el FMI, paga peso sobre peso su deuda y tiene las mejores relaciones del mundo con transnacionales como Chevron Texaco. El embajador venezolano en Washington, Bernardo Álvarez, lo explicaba recientemente con cierta ingenuidad: “Nuestras relaciones con las empresas estadounidenses son excelentes. En un año pasamos del lugar 16 al 13 entre los socios comerciales de EE.UU. Y somos el segundo socio a nivel latinoamericano”. De hecho, el comercio con Estados Unidos aumentó 36% en 2005, con 40 mil millones de dólares. Entre las empresas que venden servicios a la industria petrolera venezolana, el grupo Halliburton, odiado símbolo del capitalismo depredador ligado a la administración Bush, incrementó considerablemente su presencia y sus beneficios en Venezuela.
Por otro lado, conviene observar que si Chávez inició polémicas furibundas con una serie de mandatarios latinoamericanos considerados cercanos a Washington, como Fox y Toledo, nunca desató una confrontación verbal ni una escalada diplomática de mayor dimensión con el colombiano Álvaro Uribe, quien es sin embargo el más sólido aliado de Bush en la región. De hecho, a pesar de las tensiones recurrentes e inevitables, fundamentalmente ligadas a los actores del conflicto armado colombiano y a las mutuas injerencias e infiltraciones fronterizas, Chávez mantiene relaciones bastante serenas con Uribe, no duda en alabar sus méritos de jefe de Estado y lo destaca a menudo como un “amigo”.
Resulta que Venezuela es el primer mercado de la industria colombiana y que un proyecto de oleoducto hacia el Pacífico es susceptible de limar las asperezas ideológicas. Como dice el ex embajador de EE.UU. en Caracas, John Maisto, hay que ocuparse de “lo que Chávez hace, no de lo que dice”.
VIII. ¿Se debe apoyar a Chávez?
En términos diplomáticos, cualquier forma de desestabilización o de deslegitimación organizada contra el gobierno venezolano por parte de la “comunidad internacional” a pedido de Washington, bajo el pretexto de carencias democráticas reales (existen algunas) o imaginarias (que también existen) es una monstruosa hipocresía. Hay que defender la elección democrática del pueblo venezolano y denunciar la agresión imperial contra Venezuela cada vez que sea necesario, lo que no significa aprobar todas las provocaciones diplomáticas fanfarronas y algo infantiles de Chávez, y aun menos todos los aspectos de su política interna. Por otra parte, hay que difundir sin temor a “hacer el juego al enemigo” las carencias y contradicciones del régimen de Chávez y luchar contra la imbecilidad de los razonamientos binarios y del pensamiento piadoso que predomina en ese tema en una parte de la izquierda radical y antiglobalización.
Hacer una crítica ecuánime al chavismo consiste, en gran medida, en tratar de distinguir lo que proviene de la patología genérica del modelo rentista y/o del sistema político venezolano y lo que proviene de las características específicas del régimen. Tal tarea es, a menudo muy difícil, debido a la extrema complejidad de ciertos fenómenos y a la escasez de fuentes de información y de instrumentos de análisis confiables. Pero ello resulta necesario para combatir la impresionante mala fe, tanto de los chavistas (todo el mal proviene de la IV República y lo que hacemos es radicalmente diferente), como de los antichavistas (todo el mal proviene del horrible dictador Chávez).
Concretamente, ¿qué puede hacer un militante de izquierda venezolano en la práctica? Por una parte, puede intentar acompañar las experiencias sociales más interesantes que se desarrollan en el seno del proceso bolivariano, sin comprometerse con la manipulación burocrática y el chantaje ideológico. Eso es lo que hacen algunos militantes de la economía social, por ejemplo. Pero no podemos fingir ignorar que se trata de una opción subalterna, relativamente incómoda y no siempre viable. El campo donde se definen los mayores desafíos es el de lo político, y la extrema polarización obliga generalmente hasta a los militantes más lúcidos y críticos a definirse como “dentro” o “fuera” de la “revolución”. Sin hablar de la alienación ideológica y de la terrible confusión mental acarreada por la omnipresencia de una retórica revolucionaria hueca: en última instancia, siempre se trata de saber si somos “patria o muerte” con la revolución y de arrodillarse frente a los retratos del Che o de Bolívar, casi nunca de definir contenidos programáticos y operativos concretos. Obviamente, los jerarcas más odiosos y más oportunistas del aparato del MVR, se han convertido en maestros de ese pequeño juego de ser más papista que el Papa.
Por otra parte, se puede y se debe fomentar la creación de círculos de reflexión y de redes de diálogo político-intelectual con el fin de:
-Combatir la polarización artificial y grosera, promovida tanto por la oposición facciosa como por el chavismo burocrático oportunista “duro”, que alienta un sectarismo agresivo (pero en realidad sin ningún contenido ideológico coherente), para cerrar filas y esconder las contradicciones del proceso y su propia mediocridad;
-crear un tejido de interlocución susceptible de contribuir a frenar las derivas antidemocráticas del chavismo;
-favorecer un clima de permeabilidad del “chavismo inteligente” a propuestas de políticas públicas progresistas más coherentes y racionales que las que emergen espontáneamente desde las filas del régimen; -preparar el terreno a futuras recomposiciones progresistas, a sabiendas de que se tratará probablemente de un proceso de muy largo plazo.
Notas
(*) Marc Saint-Upéry, analista político y traductor francés residente en Quito, es autor de Le rêve de Bolivar. Le défi des gauches sud-américaines (Ed. La Découverte, París, 2007), de próxima publicación en español (Ed. Paidós).
Traducción: Pablo Stefanoni y Hervé Do Alto, revisada por el autor.
(1) En la feria del libro en La Paz, la delegación venezolana distribuyó miles de ejemplares de esta obra escrita en 1862 [NdT].
(2) Actualmente, el mandatario bolivariano propuso la conformación de un partido único del chavismo denominado Partido Socialista Unido [NdT].
(3) Luego de su reelección, en diciembre de 2006, Chávez habló del inicio de la “lucha contra la corrupción”, reconociendo la gravedad del problema [NdT]
Marc Saint-Upéry, Revista Archipiélago. Bolivia, octubre del 2007.
Fuente: La Insignia. España
Fuente: http://noticieroalternativo.com/2009/12/03/el-enigma-bolivariano-ocho-preguntas-y-ocho-respuestas-sobre-la-venezuela-de-hugo-chavez/#