Un alto funcionario del Gobierno hizo recientemente declaraciones en el sentido de que las divisas que facilita el Estado para sostener estudiantes en el exterior constituyen un subsidio. Con eso lo que se pretendía era dejar claro que no tenían derecho a pataleo si les quitaban ese subsidio, pues los subsidios, al parecer, son un gracioso regalo del Gobierno, y los regalos no pueden ser obligados.
Dicho funcionario está enteramente en lo cierto cuando afirma que vender divisas a 12 bolívares por dólar, para cualquier fin -ya sea para turismo, para estudio, para remesas a familiares, para compras de cierto tipo de bienes, para depósitos en Andorra o para lo que sea- constituye un subsidio. Si suponemos, meramente para fines de análisis, que el precio real de un dólar es de 100 bolívares, entonces todo dólar a un precio menor es un dólar subsidiado. Se trata de un dólar que se vende más barato que lo que sería su precio de mercado o incluso más barato que su precio de costo. Una de los postulados más básicos de la economía, es que si un producto baja su precio, aumenta su demanda.
Pero como el producto subsidiado, el dólar en este caso, tiene más demanda que la oferta que existe del mismo, no alcanza para todos los que quisieran adquirirlo– yo entre ellos- y hay, por lo tanto, que racionarlo y entregárselos solo a unos pocos y para fines muy específicos. En otras palabras, entregarle esos dólares baratos y subsidiados solo a algunos pocos privilegiados. Hasta allí estamos claros. Pero en lo que no parece haber acuerdo con el funcionario anónimo, a cuyas declaraciones nos referimos, es que los estudiantes venezolanos que están en el exterior deberían ser parte de esos beneficiados. En el peor de los casos, deberían ser los únicos beneficiados con el subsidio que se analiza y se sataniza. Debería haber miles de beneficiados de esa naturaleza, como los hubo décadas atrás durante el funcionamiento de las becas Gran Mariscal de Ayacucho.
Pero hay otro problema: ¿quién paga ese subsidio? Si una buena cantidad de los dólares disponibles se canaliza hacia la venta de dólares subsidiados -a 6,30 bolívares por dólar, a 12 bolívares por dólar o a 52 bolívares por dólar- entonces quedan pocos dólares como para cambiarse en el mercado que se supone libre. Por lo menos, menos dólares que los que se ofertarían en dicho mercado, si no hubiera venta alguna de dólares subsidiados. Como los dólares que finalmente llegan al mercado supuestamente libre –aun cuando en realidad es un mercado sumamente controlado– son pocos, entonces el precio en ese mercado termina siendo más caro que lo que sería si todos los dólares se vendieran en este. Si el precio es más elevado, entonces los que compran caro en ese mercado, terminan subsidiando a los que compran barato en el mercado subsidiado. No se trata de un generoso regalo del Gobierno, sino un caso muy tradicional y muy estudiado de subsidios cruzados. Si la mitad de los tomates se vendieran subsidiados, y la otra mitad se vendiera a los precios que la oferta y la demanda impusieran en el mercado, los que compraran en un mercado, terminarían subsidiando a los que compran en el otro. ¿Es justo un mecanismo de esta naturaleza? Yo creo que sí. Es enteramente justo que la sociedad subsidie a ciertos sectores sociales o a ciertos sectores productivos. Puede haber muchas razones sociales o productivas como para ello, que sería largo enumerar en este artículo. Pero una cosa es subsidiar con dólares baratos a los estudiantes o a los familiares directos que se encuentran en el exterior -con lo cual reitero que estoy de acuerdo, aun cuando hay que introducir los controles que correspondan- y otra cosa diferente es subsidiar con dólares baratos a los amigos del Gobierno que han recibido por parte de Cadivi más de 20 mil millones de dólares -según una ex presidenta del Banco Central, que duró muy poco en el cargo, por ponerse precisamente a sacar esas cuentas. Una cosa es subsidiar la leche o las medicinas, con dólares baratos, por razones de orden social, y otra cosa es beneficiar la compra de whisky, con el mismo mecanismo.
El problema no es tener subsidios en la economía. Todos los países los tienen. No es posible satanizar a los subsidios en general, como si fueran una práctica intrínsecamente negativa. Solo los neoliberales más ortodoxos e ideologizados rechazan por principio todo tipo de subsidios. Además, difícilmente puede clamar contra los subsidios un alto funcionario de este Gobierno, que tiene la economía cruzada de arriba a abajo por subsidios de toda naturaleza. Lo que corresponde es ordenar, hacer trasparentes y claramente focalizados los subsidios que se decidan que deben existir.
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