Agustín Blanco Muñoz – Hace unos días se nos fue La Negra, Maximina Marsella, la compañera de Luis Mariano. Su inspiración, su regazo, su recinto. Era la voz que entonaba sus canciones y las manos pródigas que amasaban las arepas en el fogón. La que adornaba la Cruz de Mayo en el rancho de Luis Mariano. La que hacía milagros con la vida cada día. Canchunchú de alguna manera se ha quedado en silencio.
Pero ella se nos fue para reunirse con Luis Mariano. Y ahora ambos deben estar inventando nuevos acordes en el cuatro amoroso con el que Luis Mariano se fugó. Este es un homenaje a ella. Y con ella a Luis Mariano, a ese Canchunchú Florido que los albergó, a los hijos, a los compañeros, a todos los que estuvieron cerca y aún lejos.
Negra, y no sé porque estas horas se me hacen tan amargas si sabíamos que vendrían con su carga de tristeza y dolor. Hace apenas minutos me trasmitió una amiga el mensaje de Alejandro: dile a Agustín que mi mamá se fue hace un ratico a reunirse por siempre con Luis Mariano.
Yo acababa de llegar de viaje y el día que me iba te mandé a decir que me quedaba preocupado por tu estado de salud y que al regreso iría de inmediato a visitarte. Sé que recibiste mi mensaje porque me llegó tu respuesta: aquí lo estaré esperando con el cariño de siempre y le escucharé su voz que tanto me reconforta.
Eso me lo repetías cada vez que nos despedíamos. Yo te decía que esperaba que siguieras bien por lo mucho que te necesitaba y por lo mucho que te quería. Y venía entonces tu palabra de dulzura y amor: yo también lo quiero a usted como mi otro hijo y cuando lo escucho me alegro mucho.
En algunas de esas conversaciones yo comenzaba haciendo una especie de canción con la música de Canchunchú Florido: Mi negrita linda, mi negrita hermosa / es bueno que sepas una sola cosa / una sola cosa que llevo en el alma / y es que yo te quiero mucho y sin calma.
Y entonces venía tu respuesta: yo a usted también lo llevo en el alma. Y el contento se me agigantaba.
Y ese amor me nació o nos nació desde la primera vez que vine al Rancho con Mery a hacer el trabajo sobre la poesía que era la vida de Luis Mariano. Llegamos en ese momento a un recinto de amor, desprendimiento, humildad y creación.
Por todas partes estaban los versos sencillos, la canción de las florecitas. Era muy gratificante ver como ustedes estaban metidos el uno en el otro.
Recuerdo la anécdota de cuando le llegó a Luis Mariano aquella madrugada la música y la letra de Lucerito y que te quedaste despierta para que no se olvidara la composición hasta que pudieran llegar a la emisora donde estaba el grabador. En todas las cosas estaban los dos.
Cuando Luis se fue te dije que ahora te necesitábamos mucho más y me dijiste que sabías que el viejo te iba a dar fuerza para cumplirnos. Y de verdad que sacaste esa fortaleza para resistir y acompañarnos hasta más allá de tu aliento y en medio del cumplimiento con el oficio supremo de un vivir que sabemos que ahora con más razón no darás por concluido porque te vas a reunir a plenitud con ese cantor que fue la otra parte de tu existencia.
Negra, ten la seguridad que te andaré encontrando en cada uno de los floreceres, en los almácigos de Cerecitas y en el cundeamor que siempre regaste por todos los patios de tu gente amada.
Y así la dura noticia encuentra el linimento que tú me envías: usted quédese tranquilo que yo estoy bien acompañada, cumpliendo con otra de las partes del rito de la vida.
Mi Negrita Linda, tu sabes que te quiero mucho, mucho muchísimo, hasta donde ya no se puede más porque, como le dije a Alejandro, tu huella en mi vida está grabada como una cosa así de grande y para siempre.
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