La política es así: Basta de pensar en una boína roja

Este encabezado es una adaptación del título del conocido libro de George Lakoff sobre el lenguaje político: “No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político.” (Editorial Complutense, 2007).

Esta obra se inscribe en una nueva tendencia en la investigación política: situar el lenguaje en el centro de las preocupaciones estratégicas de los líderes de las formaciones políticas. En otras palabras, abordar el papel de las emociones y de las percepciones en el lenguaje político y su repercusión electoral; poner el acento en la recepción y no en la emisión política y, ello implica, ir al encuentro de nuevas lógicas e inéditos desafíos.

¿Cómo traducir este principio al debate electoral? ¿De qué forma podemos evitar pensar en un elefante? En otros términos, en nuestra cultura ¿cuál sería el equivalente a la metáfora del elefante? Antes de proseguir, es bueno recordar que el elefante es el símbolo del partido republicano; en consecuencia, no pensar en un elefante significaría, en ese contexto, abordar esa realidad a partir de nuevos marcos y palabras. No se debe discutir con el adversario utilizando su lenguaje. La razón es sencilla: porque implicaría su marco, no el tuyo.

En fin, los marcos son estructuras mentales que conforman nuestro modo de ver el mundo. Modelan las políticas públicas y las instituciones que creamos para llevar a cabo dichas políticas. Cambiar los marcos es cambiar todo esto. El cambio de marco es cambio social.

El marco cognitivo que ha prevalecido en la vida política venezolana podría proporcionar la repuesta a la interrogante formulada en el párrafo anterior. Veamos. Existe un inconsciente cognitivo que ha modelado las instituciones y nuestro sentido común.

Parafraseando a Lakoff, pudiéramos sostener que este marco lo constituye la idea del padre estado centrado, autoritario y protector que asiste a la población y postula un concepto único de país que oblitera sus diferencias culturales y no profundiza sus autonomías políticas. Sin duda, la mayoría de los actores políticos “enmarcan” los grandes temas políticos al interior de este sistema valorativo.

Regresemos al tema del debate electoral. La contienda, hasta el momento, se ha caracterizado
por la ausencia de un vocabulario nuevo que exprese un marco cognitivo diferente al del padre centrado y que apele a las estructuras profundas de la memoria, aprendizaje y pensamiento de la población votante. El abandono de temas, como por ejemplo, autonomías, federalismo fiscal, pacto fiscal; y palabras que apunten a significar nuestras identidades regionales, culturales, históricas, gastronómicas, lingüísticas, religiosas, etc. expresarían la recurrente persistencia de este inconsciente cognitivo.

Quizá ahí radique la dificultad para poder construir un nuevo discurso que se diferencie radicalmente al que ha prevalecido históricamente en el país.

La oposición debería contrapuntear con el país. Hablarle polifónicamente sin perder equilibrio armónico: pasajes, corríos, joropos, baladas, merengue, tonadas, galerones, pajarillos, etc. En fin, debe encontrar un lenguaje propio para comunicar y reconfigurar radicalmente los términos en que se discuten los asuntos de interés electoral y público.

Basta de pensar en una boina roja.

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