Un buen día llegó a una pequeña comunidad caribeña un señor implacablemente vestido. El hombre se instaló en el único hotel que había para descansar. Al día siguiente, por la mañana temprano, contrató un anuncio en la única página del periódico local que decía: «Estoy dispuesto a comprar cada mono que me traigan de la selva por diez dólares».
Los campesinos, que sabían que el bosque estaba lleno de monos, salieron corriendo a cazar monos. El hombre compró, tal y como había asegurado en el anuncio, los cientos de monos que le trajeron. Pagó por cada mono diez dólares sin chistar. Al día siguiente, como ya quedaban muy pocos monos en la selva y era difícil cazarlos, los campesinos habían perdido el interés.
Entonces aquel hombre decidió ofrecer 20 dólares por cada mono capturado. ¿Qué ocurrió? Que los campesinos, sin dudarlo ni un segundo, corrieron otra vez a la selva. El señor implacablemente vestido volvió a comprar todos los simios que le trajeron.
Nuevamente, fueron mermando los monos. Sin pensárselo dos veces, el hombre elevó la oferta hasta alcanzar los 25 dólares. Como resultado, los campesinos volvieron inmediatamente a la selva.
Evidentemente, su objetivo volvía a ser cazar todos los pocos monos que quedaban, hasta que ya comprobaron que era casi imposible encontrar uno. Llegado a este punto, el hombre ofreció 50 dólares por cada mono.
Al día siguiente, el señor implacablemente vestido tomó la decisión de abandonar el selvático pueblo. El motivo era que tenia transacciones comerciales que atender en la ciudad. Entonces dejó a cargo de su ayudante el negocio de la compra de monos.
Una vez que el hombre emprendió viaje a la ciudad, su ayudante se dirigió a los campesinos diciéndoles: “Fíjense en esta jaula llena de miles de monos que mi jefe compró para su colección. Yo les ofrezco venderles a ustedes los monos por 35 dólares. Cuando mi jefe regrese de la ciudad, se los venden ustedes a él por 50 dólares cada uno.
Los campesinos del lugar juntaron todos sus ahorros y compraron los miles de monos que había en la gran jaula. Satisfechos con la operación mercantil, se sentaron relajados a esperar que el hombre implacablemente vestido regresase al pueblo.
Desde ese día, los campesinos caribeños no volvieron a ver ni al ayudante ni al hombre implacablemente vestido. Lo único que vieron fue la jaula llena de monos que compraron con sus ahorros de toda la vida.
Ahora sí puedes tener, hijo mío, una noción bien clara de lo que es la Bolsa. Así es cómo funciona el mercado de valores.
Fuente:
http://www.emprendedores.es/index.php/comunidad/humor/wall_street_y_los_monos