JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL – A estas alturas del Round Robin Rojo, es muy difícil dejarse engañar sobre quién dirigirá el Gobierno y será la voz cantante del oficialismo en los tiempos por venir, a menos que la medicina cubana nos depare una sorpresa descomunal acerca de la salud presidencial.
Se han publicado excelentes trabajos que intentan establecer una proyección acerca de cómo se moverían las fuerzas internas en el PSUV ante la eventual ausencia de su principal fuerza inspiradora y máximo líder. Todos los análisis apuntan a que habría cambios y reacomodos, incluso la amenaza de pugnas desgarrantes entre sus partidarios para ver quién se queda con el poder.
Ha brotado, asimismo, una erupción cabalística para intentar leer en cada palabra, declaración o acto, los signos que nos vislumbren quién sería el verdadero ungido y quién el señuelo designado para distraernos. Incluso se ha desarrollado un catálogo de bondades y maldades que caracterizarían el perfil de los principales destapados. Hay quienes estiman que la verdadera oposición emergería de las entrañas del chavismo dejando sin espacio a la actual, que vería diluir sin remedio sus seis millones y medio de votos. Así, se nos ahorraría hasta el esfuerzo de hacer oposición, tan fastidioso y comprometedor. La dictadura perfecta según reza un elocuente lugar común.
A nuestro juicio, desprovisto de toda conexión extraterrenal y por tanto en todo tiempo imperfecto, la suerte está echada y ya Nicolás Maduro puede ser considerado el hombre fuerte del Régimen y el garante de un equilibrio antisísmico entre todos los factores que conforman el sostén del régimen. Lo veremos afianzarse en el puesto de mando otorgado por la voluntad del caudillo original y del adefesio jurídico ensamblado en el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) para complacerlo.
Por supuesto que habrá fricciones, escarceos, saltos mortales intratalanquera, hasta relucirán las trompadas estatutarias de las que nos hablara Gonzalo Barrios; pero difícilmente alcanzarían los niveles necesarios para mover las capas sísmicas del sistema. Es mucho lo que está en juego para arrendárselo a Rosalinda. Habrá gruñidos por las cuotas y los nuevos espacios de poder. Pero el cuadro cerrado será ley.
Sin embargo, tendrán que ponerse a gobernar y por allí se le correrá el hilo a la media. Sin el escudo del caudillo, del líder totémico, serán más vulnerables a las exigencias de sus bases y a la desilusión de los votantes producto del desgaste en el ejercicio del poder. Sin la magia, de la chistera sólo salen ratones. Y lo que viene en materia económica y social no se conjura con consignas y represión.
Corresponde a la oposición identificar una política de cambio democrático viable y designar o elegir cuanto antes a quien le toque capitanear esta nueva etapa en la lucha. El Gobierno ya tiene lista su alternativa y la va a imponer a fuerza de ventajismo oficial fuera y dentro del país. Con una jaula de grillos alborotada, por más democrática que se pretenda, no se logrará confrontar con éxito los planes hegemónicos de la burocracia gobernante. Sería lamentable argumentar después, que nos volvieron a madrugar con las fechas de un proceso electoral adelantado.
Las dos últimas elecciones pasaron por un alambique darwiniano a las opciones que presentó la oposición. Está claro quiénes salieron airosos y quiénes no. La MUD podría ordenar el juego en base a los liderazgos regionales ratificados y a la nueva recomposición partidista surgida de las elecciones regionales. Coordinar con la bancada de oposición la estrategia a seguir en la Asamblea Nacional (AN), y con los gobernadores de oposición en las regiones. Allí radica una fuerza enorme que podría ser potenciada con las elecciones municipales de este año.
Y por supuesto, echar mano a todo el acopio de experiencia que poseen tantos dirigentes de calidad, escuchar la pluralidad democrática, y congelar la tontera radical. Pero una sola voz y una sola estrategia unitaria deberían encausar la acción política y el diálogo con todo el país.
Capriles ha demostrado una gran capacidad y energía para afrontar tareas que parecían imposibles. Habrá sacado, sin duda, las lecciones de sus últimas comparecencias electorales. Una parece sobresalir: solos caminamos más rápido, juntos llegamos más lejos. Allí está su nuevo reto.
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