Christopher Mims – 21.05.2014 – Creo tanto en el poder transformador de la informática en la nube como cualquier otro. Los smartphones, que buscan y recuperan datos constantemente, no tienen sentido sin la nube, y las empresas que no luchen por introducir sus datos y su software en los centros de datos de una tercera parte se arriesgan, bajo mi punto de vista, a que un competidor que sí lo está haciendo les deje fuera.
Pero a los defensores de la nube les gusta declarar que un día el 100% de la informática residirá en la nube. Y muchas compañías intentan vendernos esa idea. La realidad es que subir y bajar datos de la nube es más difícil de lo que la mayoría de los ingenieros, o al menos sus superiores, están dispuestos a admitir a menudo.
El problema es la banda ancha. Si eres una compañía que lo único que quiere es ahorrarse el coste y los quebraderos de cabeza de almacenar los datos tú misma, la nube resulta fabulosa siempre y cuando lo único que se necesite sea transferir datos a través de cableados de alta velocidad.
Pero en el mundo de la conectividad masiva –donde la gente necesita acceder a información en numerosos dispositivos móviles– la banda ancha es bastante lenta. Cualquier empresa que envíe datos a dispositivos móviles, ya sean sistemas de reservas de aerolíneas para los consumidores o datos empresariales para vendedores, lucha con las limitaciones de las redes móviles.
Esa es una de las razones de que las aplicaciones móviles se hayan convertido en un medio tan preponderante para hacer cosas en Internet, al menos con los smartphones. Parte de los datos y de la capacidad de procesamiento se gestiona dentro del dispositivo.
El problema de cómo hacer algo cuando dependemos de la nube se está volviendo cada vez más apremiante conforme aumenta el número de objetos que se vuelven «inteligentes», o que son capaces de sentir su entorno, conectarse a Internet, e incluso recibir órdenes a distancia.
Las redes 3G y 4G sencillamente no son lo suficientemente rápidas como para transmitir datos desde dispositivos a la nube al mismo ritmo que se generan, y a medida que vayan entrando en este juego más objetos habituales de casa y del trabajo, la situación sólo puede ir a peor.
Afortunadamente, existe una solución obvia: dejar de centrarse en la nube, y empezar a resolver cómo almacenar y procesar el torrente de datos generado por el Internet de las cosas (también conocido como Internet industrial) en los mismos objetos, o en dispositivos que actúen como intermediarios entre nuestras posesiones e Internet.
Los vendedores de Cisco Systems ya han dado con un nombre para este fenómeno: la informática en la niebla.
Me gusta el término. Como ocurrió con la informática en la nube –también un término de márketing para un fenómeno que ya estaba en curso– es una buena metáfora para lo que está sucediendo.
Mientras que la nube está «ahí arriba», en algún sitio en el cielo, distante y remoto, y deliberadamente abstracto, la «niebla» está cerca del suelo, justo donde ocurre todo. No se basa en potentes servidores, sino en ordenadores más débiles y dispersos como los que se están abriendo camino en aparatos, fábricas, coches, farolas y cualquier otro elemento de nuestra cultura material.
Cisco vende routers, un negocio que, aparte del almacenamiento, tiene que ser el menos sexy del sector tecnológico. Para darles más atractivo, y venderlos a nuevos mercados antes de que rivales chinos alteren los actuales flujos de ingresos de Cisco, la compañía quiere convertir sus routers en centros para reunir datos y tomar decisiones sobre qué hacer con ellos.
La idea de Cisco es que sus routers inteligentes no se comuniquen jamás con la nube a menos que no les quede otro remedio –por ejemplo, para alertar a los operadores de una emergencia en un vehículo en el que uno de estos routers funciona como centro neurálgico.
International Business Machines tiene una iniciativa similar para llevar a la informática «al límite», en un esfuerzo para, como señala el ejecutivo de IBM Paul Brody, dar un giro al Internet basado en la nube.
De igual forma que la nube consiste físicamente en servidores unidos, en el proyecto de investigación de IBM, la niebla está formada por todos los ordenadores que tenemos ya a nuestro alrededor, interconectados. A determinado nivel, pedir a nuestros dispositivos inteligentes que, por ejemplo, se envíen actualizaciones de software entre ellos, en lugar de dispersarlas por la nube, podría convertir a la niebla en un rival directo para la nube en lo que se refiere a algunas funciones.
La conclusión es que tenemos demasiados datos. Y acabamos de empezar. Los aviones son un gran ejemplo de ello. En un nuevo Boeing 747, prácticamente cada componente del avión está conectado a Internet, grabando y, en algunos casos, enviando flujos constantes de datos sobre su estado. General Electric (GE) explica que en un solo vuelo, uno de sus motores a reacción genera medio terabyte de datos.
Pese a su bajo coste, los sensores generan montones de «grandes» datos, algo que resulta sorprendentemente útil. El denominado análisis predictivo permite a compañías como GE saber qué partes de un motor a reacción necesitan mantenimiento, incluso antes de que el avión haya aterrizado.
¿Por qué si no hablan Google y Facebook de medios alternativos de acceso a Internet, como globos y drones? Los operadores de telefonía no están haciendo su trabajo. Hasta que no consigamos las redes móviles y terrestres que merecemos, lo más importante será adaptar lo máximo posible los equipos a los usuarios para que el Internet de las cosas resulte útil.
El futuro de gran parte de la informática empresarial sigue estando en la nube, pero el verdadero avance tecnológico que transformará el futuro se va a producir aquí, en los objetos que nos rodean –en la niebla.
Fuente: http://www.expansion.com/2014/05/21/empresas/tecnologia/1400699983.html