No se trata de formas distintas de referirse a lo mismo. Hablar de un plan de emergencia implica elaborar medidas que tengan como objetivo central y prioritario el detener la pandemia del coronavirus y evitar las muertes y demás consecuencias económicas y sociales que esta plaga lleva aparejada.
Solo una vez que se haya alcanzado esa meta, es decir, una vez que la batalla de Santiago se haya ganado, podemos pasar a la fase siguiente, que será ver como reconstruimos o recuperamos el país que nos quede. Pero no puede hacerse lo segundo si no se hace en forma exitosa lo primero. La reconstrucción se hará a partir de la situación en que quede la sociedad chilena después de que ésta haya ganado la batalla sanitaria. La situación sanitaria determinará los quehaceres necesarios en lo económico y social. No es lo mismo detener la pandemia y reconstruir el país, después de tener 5 mil muertos que después de tener 50 mil. El país será distinto y serán distintas las medidas que habrá que tomar en un caso o en otro. No es lo mismo un país que presente 2 o 3 millones de cesantes, que uno en que solo haya un millón. Las medidas económicas y sociales a tomar en cada caso serán necesariamente diferentes.
Ponerse a discutir ahora sobre cuales medidas se tomarán una vez que se gane la batalla contra el coronavirus es, en el mejor de los casos, un ejercicio de futurología que no tiene muchos cables a tierra, o que no tiene una base cierta sobre la cual discutirse. En el peor de los casos, se trata de un ejercicio conscientemente engañoso para quitarle el cuerpo a las medidas urgentes que hay que tomar hoy día mismo en materia sanitaria, y poner al país y a la oposición a discutir planes y medidas económicas que se levantan sobre el aire liviano. La nueva normalidad que emerja después de la pandemia nos permitirá diseñar los planes de reconstrucción correspondientes. Pero esa nueva normalidad no se puede decretar ni se puede inventar.
La batalla sanitaria tiene que ser la principal preocupación del Gobierno y de la oposición, y de todos los ciudadanos e instituciones del país. Hay que poner al servicio de esa batalla muchas instituciones, mucha gente y mucha plata. Ahora. Sin escatimar gastos. Hay que contar a la brevedad posible con 20 mil 30 mil camas en residencias hospitalarias, para evitar que contagiados o posibles contagiados anden por las calles en busca de ingresos. Hay que hacer diariamente varias decenas de miles de testeos, barriendo en forma masiva barrios enteros. Hay que dotar a cada familia chilena de un ingreso de emergencia que le permita subsistir en el seno de su hogar, sin pasar hambre y sin tener que salir a ganarse diariamente un ingreso con que sobrevivir. Cuarentenas con hambre no funcionan. Ese ingreso tiene que estar por arriba de la línea de pobreza, pues si no, no sacamos nada. Igual los miembros de la familia tendrían que salir a ganarse el pan de cada día. Hay que permitir, igualmente, que cada cotizante en las AFP pueda retirar una cierta parte de sus ahorros, lo cual daría origen a un bono de reconocimiento por parte del Gobierno, de modo de no disminuir el tamaño de su jubilación. El ingreso familiar de emergencia – elevado a una suma ya suficientemente estudiada como para alimentar a una familia de cuatro personas o más – unido al retiro de fondos de las AFP pueden dar un respiro a la población, y generar, además, una demanda de bienes y servicios, sobre todo bienes de primera necesidad, que reactivarían a mucho de la estructura industrial del país. Es decir, se trata de una medida de social y sanitaria, pero que tendría en lo inmediato un fuerte impacto reactivador. Si nuestra derecha viera más allá de sus narices apoyaría con fuerza el otorgamiento de ingresos, pues se crea por esa vía demanda para sus empresas. En otras palabras, serían dineros que en 24 horas llegarían a manos de los empresarios chicos y grandes pues nadie está hoy en día en condiciones de ahorrar lo poco que llegue a sus manos.
También los apoyos para las micro y las pequeñas empresas, que se publicitaron con bombos y platillos, y que han tenido un resultado sumamente modesto, tienen que revitalizarse y desburocratizarse a fondo, de modo de generar la reactivación económica posible en el presente, al mismo tiempo que apoyos económicos y sociales.
Esas son las prioridades. Salvar a los chilenos.