¿Qué le pedimos a nuestros políticos?

Alguien puso en boca del legendario Cicerón esta frase: “La política no es la lucha por la justicia, la política es una profesión”. Dolorosamente cierto. En su famosa novela sobre Diógenes Escalante, “El Pasajero de Truman”, el escritor venezolano, Francisco Suniaga, presenta un párrafo revelador de la naturaleza pragmática de la política:

“El primer derecho es el que priva por encima de la totalidad de las normas, incluyendo las constitucionales, es el que deviene de la realidad humana que te rodea. Sus reglas no están escritas en ninguna parte. A pesar de eso, forman un código que te dice de manera exacta lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer en un contexto determinado, en una sociedad. Ese derecho primario… se llama política, y sus reglas, con todo y ser obvias, pocos las perciben y menos las respetan. Lo paradójico es que esas reglas son mucho más rígidas y sus sanciones mucho más duras que las normas del derecho penal más severo, por lo que los políticos deberíamos prestarle mucha más atención. Un político, para ser bueno, tiene que conocer y respetar ese código porque de no hacerlo, estará condenado a llevarse una derrota tras otra y a sufrir duros golpes en el plano personal… Un buen político es aquel que mantiene el equilibrio entre lo que cree que se debe hacer y lo que reconoce que se puede hacer. En otras palabras, equilibrio entre su concepción de lo ético y sus emociones, por un lado, y el oficio político desapasionado, por el otro. Si solo cuentas con una de esas dos condiciones serás un ingenuo o un cínico, jamás un buen político” (pp. 262-263).

En ninguna latitud se puede escapar de este esquema, que como columna vertebral sostiene el ejercicio. Naturalmente existen diferencias y controles de país en país. En Latinoamérica ese balance ética-oficio ha estado pronunciado inclinado hacia lo segundo, brillando, muchas veces por su ausencia lo primero. Es así como década a década hemos perdido oportunidades de progreso, generado ingentes niveles de miseria, (aparejada a la inevitable violencia), y todo un sinfín de calamidades sobre las cuales es realmente ocioso extendernos.

Sin que quepa la menor duda, nuestros pueblos necesitan de nuevos políticos; pero ¿qué exigirles como mínimo? El articulista Juan Antonio Müller, (Webarticulista.net, 18-05-2009), resumió brillantemente algunos aspectos, me disculpo de antemano por la larga cita, pero la creo necesaria:

“Convivencia pacífica entre todos los venezolanos independientemente de sus preferencias ideológicas; obediencia irrestricta a la constitución vigente y total autonomía de los otros poderes a la injerencia del ejecutivo; colaboración entre el Gobierno central y las autoridades regionales y locales en beneficio de la descentralización, brindando más poder a la gente; transferencia a la familia, padres y representantes de mayores responsabilidades en la educación y formación de sus hijos; fomento de las libertades económicas con la debida protección e incentivos a la iniciativa y propiedad privada, para generar empleo productivo, siendo eficiente en la producción de bienes y servicios; respeto a la libertad de expresión mediante la devolución a canales y estaciones privadas de las concesiones arbitrariamente suspendidas, libre acceso de reporteros y periodistas a las fuentes de información gubernamental y medios estatales libres de color partidista, al servicio de todos los venezolanos; respaldo a la libertad sindical con respeto a las contrataciones colectivas y a los beneficios adquiridos por los trabajadores; fortalecimiento en eficacia de los programas sociales dirigidos a las clases menos favorecidas; disposición de los funcionarios públicos a responder públicamente por los resultados de su gestión; eliminación del matiz ideológico en la política exterior para que actúe en defensa de los intereses nacionales; devolución a las FAN de su responsabilidad de velar por la Soberanía nacional y respetar la voluntad popular siguiendo el mandato constitucional”.

A no dudar esta líneas programáticas, (algunos las llamarán buenos deseos), necesitan planes y expertos que los formulen y apliquen, pero también ameritarán de estadistas, que poniendo acento en lo ético y en los intereses del país depongan inclinar la balanza hacia el oficio, muy por el contrario afincarse en un proyecto de reconstrucción que nos lleve a donde no hemos estado nunca: en un país moderno, en concordia, en el que todos nos reconozcamos como iguales ante cualquier instancias.
Esto es lo que queremos de los políticos nuestros. ¿Es mucho pedir?

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