La universidad nacional debe contribuir, directa e indirectamente, a que se de paso a cambios que el país está demandando; especialmente, ante la actuación de un Gobierno que está originando transformaciones que nunca el país había afrontado, más cuando la Revolución Bolivariana está dispuesta llegar hasta las últimas consecuencias por alcanzar sus metas, la de un socialismo imperante en la política y economía de Venezuela, ideología con la que el país no estaba identificada.
Tómese en cuenta, que la universidad es, a veces, el único centro de cultura superior y el único lugar en que puede haber ciencia. En donde están los talentos que se requieren, para colaborar con las transformaciones que se necesitan para sacar al país adelante.
Es necesario prestar más atención, en consolidar una verdadera política universitaria a nivel nacional. Hasta ahora, como lo comentó el profesor Krebs, no hemos sido capaces de tener una política común. Cada universidad procede aisladamente. Continúa la vieja polémica entre universidades del Estado y universidades particulares. Todas las universidades hacen, fundamentalmente, lo mismo y basta con que una tome determinada iniciativa, para que las demás la imiten.
Se hace indispensable planificar el desarrollo futuro, conforme a un concepto de Universidad Nacional que, al mismo tiempo, debe renovar plenamente la autonomía de cada una de ellas y permitir que elijan campos específicos para su acción, incorpore a todas las personas de sus respectivos recintos en una política común.
La universidad moderna se encuentra en un proceso de cambios y experimentación y, convendría, que las distintas universidades ensayen modelos distintos y se obtengan experiencias diferenciadas.
Se requiere, en los nuevos cambios, analizar variables como: preparación escolar del alumno, factores económicos y sociales, problemas de estructura académica, gestión educativa, actuación de los profesores, programas de estudios, cohesión sistemática de prelaciones, laboratorios y bibliotecas actualizadas, pedagogía, investigaciones. No se puede seguir siendo dogmático; se debe incrementar la motivación, participación del estudiante y despertar la creatividad del alumno.
A todo ello hay que agregar, además, que no nos debe extrañar que, hoy en día, el carácter dinámico de la ciencia y la tecnología, la democratización de las formas de convivencia y la actividad de la juventud, obligan a abandonar definitivamente las formas dogmáticas de enseñanza y remplazar el viejo principio del magíster dixit por formas activa a través de las cuales el profesor y los alumnos, reconstituyen o elaboran conjuntamente los contenidos del saber, mediante la aplicación y ejercitación de la metodología correspondiente.
Si bien este principio está plenamente aceptado y su incorporación a la docencia universitaria constituye un objetivo esencial de la reforma, en la práctica se siguen oponiendo numerosos obstáculos. De aquí, que Krebs afirma, con mucha razón, que la vieja concepción enciclopédica y positivista, así como un malentendido humanismo, inducen a seguir pensando en la necesidad de transmitir al alumno, un determinado canon de un saber global.
Ello se traduce en un gran número de asignaturas, en una enseñanza basada fundamentalmente en la memorización y en una evaluación formal, que mide preferentemente el mero conocimiento de la materia, la repetición de pensamientos de otros y evita las aportaciones propias. Como consecuencia, el alumno tiene pocas oportunidades de hacer una experiencia real del quehacer científico y se detiene, a menudo, en la superficie de la ciencia o simplemente, repetir conocimientos del pasado, que algunos catedráticos han eternizado. Ello constituye también una de las razones del porqué numerosos alumnos se frustran y se sienten fuertemente motivados por los problemas extra universitarios, así como que dediquen gran parte de su tiempo y sus energías, no a sus estudios, sino a otras actividades, desperdiciándose el talento.
Es hora de realizar cambios que den paso a la evaluación real y eficaz de programas que ofrecen algunas universidades e instituciones educativas, en donde no se especifican las necesidades y requerimientos necesarios a los problemas del momento que den soluciones; tampoco hacen explícitos los objetivos a lograr, ni describen el perfil idóneo del egresado que se necesita. No denotan congruencia entre su estructura académica y los problemas que se plantean resolver. Se requiere evaluar las líneas de investigación que deben ser desarrolladas, así como los planes educacionales a ponerse en marcha, su congruencia e interrelación -por ejemplo, en los programas de estudios, en sus prelaciones-, como también el grado de flexibilidad previsto.
Debe hacerse un examen cuidadoso de las relaciones entre la universidad, a través de sus facultades y la sociedad y de la manera cómo pueden contribuir en el desarrollo de la región, del país. Deben evitarse los planteamientos demagógicos y meramente sentimentales. No se debe permitir el que la universidad, muchas veces a través de infiltrados, da paso a revolución social, inestabilidad, agitación callejera, protestas violencias, pérdidas de tiempo, en donde se pone en juego la existencia misma de la universidad.
Las autoridades deben ser más vigilantes de la inseguridad que, en el presente, se da en las universidades, en donde se ha contribuido a desprestigiar a las mismas ante la opinión pública.
La universidad debe influir sobre el proceso social, en lo cultural con sus medios propios, que son los medios del saber.
Actualmente, Venezuela afronta un escenario turbulento, en donde la participación de la universidad debe ser más dinámica con debates, propuestas, en el que sus docentes sean más proactivos. Se debe considerar, que la impaciencia por encontrar soluciones, no debe inducir a elegir el cómodo camino de la protesta verbal y de la retórica vacía.
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