En la búsqueda de argumentos para justificar la reciente devaluación del bolívar, se ha pretendido plantear que esta medida contribuye al fomento o la promoción de las exportaciones venezolanas. El argumento es más o menos el siguiente: si una determinada mercancía se puede vender en el exterior por 100 dólares, y cada dólar, a su vez, se traduce en 2.000 bolívares, entonces el exportador obtiene 200.000 por la venta de esa mercancía. Si la devaluación aumenta a 3.000 la relación entre el dólar y el bolívar, entonces por la misma mercancía, vendida al mismo precio en el mercado internacional, ese exportador recibe ahora 300.000 bolívares. Ese aumento en el ingreso bruto lo lleva a incrementar sus ganancias y, por lo tanto, a aumentar su producción y sus ventas en el mercado internacional. Ese racionamiento merecería una buena nota en el primer semestre de cualquier escuela de economía, pero una pésima nota, si continúa diciendo lo mismo al momento de graduarse, pues las cosas en el mundo real son un poco más complicadas.
En el caso particular de Venezuela, como el 93 % de las exportaciones están constituidas por petróleo, todo el racionamiento anterior se viene al suelo. Cualquiera que sea el precio interno del dólar, el país no venderá ni más ni menos petróleo por efectos de esa devaluación. La producción y la oferta de petróleo por parte de Venezuela, y la demanda del mismo por parte del mercado mundial, no dependerán del precio interno de la divisa. Por lo tanto la afirmación del párrafo primero no es válida para el 93 % de las exportaciones venezolanas.
Para el 7 % restante- constituido por las exportaciones no petroleras, que alcanzaron su nivel más bajo en 10 años en el 2009- las cosas tampoco son tan automáticas, ni responden a la idílica secuencia ya mencionada de acciones y reacciones.
El Viacrusis para exportar
En primer lugar, las exportaciones en este país no dependen de las oportunidades de negocios que detecte un empresario, sino de la autorización para exportar que le conceda el aparato del Estado. Hay que pedir permiso para exportar y la respuesta puede ser si o no, además de que esa respuesta puede tomar más tiempo que el que se acepta como lícito en el mundo de los negocios. En segundo lugar, las divisas que ese exportador obtenga por sus ventas en el exterior, deberá venderlas obligatoriamente al Estado a un precio que este determine, con lo cual puede que buena parte del negocio se le venga abajo. En tercer lugar, para poder exportar ese empresario necesita viajar al exterior, visitar ferias internacionales, conversar con varios compradores posibles, comprar insumos que solo se venden en el exterior, enviar muestras, etc., es decir, realizar pagos en dólares que no son fáciles de adquirir para estos efectos al precio oficial. En cuarto lugar, la papelería y la burocracia ministerial, bancaria y aduanera está concebida para exasperar y hacer perder la paciencia hasta al más santo de los varones.
En el mundo contemporáneo las ventas de cualquier cosa en el mercado internacional – casi con la única excepción del petróleo- están determinadas por la competencia feroz entre cientos de ofertantes de las más diversas nacionalidades. Para poder ser exitoso en ese mercado hay que ofrecer una mercancía de buena calidad y hay también que tener buen precio para el producto y para todos los servicios que rodean la venta correspondiente, tal como transporte, aduanas, seguros, autorizaciones, trámites bancarios, mecanismos de comunicación, etc. Hay, además, que tener la presteza para estar en el lugar apropiado en el momento apropiado. Hay que tener una buena imagen país y hay que tener buenas relaciones políticas y económicas con los países de destino. Hay que tener políticas internas
–económicas, laborales, educacionales, crediticias, tributarias- que incentiven la innovación y la competitividad, que reduzcan a su más mínima expresión la permisología y las perdidas de tiempo, que agilicen el funcionamiento de las aduanas, que reduzcan la corrupción y el cobro de peajes indebidos, y mejoren la eficiencia del aparato del Estado. Hay que apoyar a los eventuales exportadores con la participación organizada en ferias internacionales, con la generación sistemática de inteligencia comercial y con la conversión de cada Embajada en una avanzada comercial del país. Si no se hace nada de aquello, la devaluación a lo único que conduce es al crecimiento de los precios internos y a la perdida de competitividad internacional.