“Esta noche, pregunta algo que sea
contestado en el mundo sin palabras…”
Andrés Eloy Blanco
Inaugurando, como Canciller de la República, una estatua de El Libertador en Washington pronunció una frase que bien puede aplicársele: “Bolívar pesaba cincuenta kilogramos, diez de carne y huesos y cuarenta de corazón”. El 6 de agosto se cumplirán 115 años del nacimiento, en la primogénita de América, de Andrés Eloy Blanco. Recordar a nuestros grandes hombres no es tarea vana ni mucho menos ociosa, es una labor refrescante, en cuanto y en tanto se atraviesan momentos difíciles, y hasta decepcionantes, en el país. Es apropiado evocarlo para insuflar energía a nuestras alicaídas fuerzas, ese desaliento que, de cuando en cuando, asoma en tiempos de contrariedades diversas.
Debemos recordar, por ejemplo, una de sus frases más esclarecidas, y por cierto de baja difusión, y que nos recuerda la poetisa Lucila Velásquez en su libro “Memorias de mis días”: “Para vivir sin pausa, para morir sin prisa, vivir es desvivirse por lo justo y lo bello”. Allí, resume el autor de “Angelitos Negros”, la proa de su existencia, la búsqueda incesante de la belleza que merecemos, aparejada de la justicia que todos los seres humanos necesitamos para llevar en armonía nuestro diario tránsito.
Abrevar en el mensaje de nuestros grandes hombres de pensamiento y acción, es el bálsamo que ayuda a reconfortar el alma. El oásis bendito que aparece, para recomponernos en la lucha noble por llevar una vida digna y de trascendencia verdadera.
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