Andres Oppenheimer: ¡Basta de historias!

El bicentenario de la independencia de varios países latinoamericanos ha desatado una oleada de necrofilia: varias naciones están literalmente desenterrando los restos de sus próceres de la independencia en medio de una creciente obsesión con el pasado.

¿Se trata de una manera saludable de promover el orgullo y la unidad nacional? ¿O esta obsesión con la historia –que se manifiesta en todos los órdenes, desde los últimos best-sellers hasta los debates en los programas periodísticos de televisión– es algo que está distrayendo a los países de la urgente tarea de concentrarse en el futuro, para hacerse más competitivos y reducir la pobreza?

En las últimas semanas, varios jefes de Estado han presidido solemnes ceremonias de exhumación de los restos de los héroes de la independencia de sus países.

En Venezuela, el presidente Hugo Chávez paralizó el país para desenterrar los restos del libertador Simón Bolívar en una ceremonia televisada a nivel nacional, tras la cual anunció conmovido que había encontrado dentro del ataúd una bota y «la perfecta dentadura» del prócer de la independencia.

La broma que circuló en círculos opositores venezolanos tras la trasmisión de la exhumación de los restos de Bolívar era que «Chávez no le mostró a Venezuela los restos de Bolívar, sino que le mostró a Bolívar los restos de Venezuela».

Chávez ordenó la exhumación para investigar las causas de la muerte de Bolívar, que según el se habría producido «en circunstancias misteriosas» y podría haber sido un asesinato perpetrado por «la oligarquía». Bolívar murió el 17 de diciembre de 1830 en la ciudad colombiana de Santa Marta, y prácticamente todos los historiadores coinciden en que murió de tuberculosis.

Tras desenterrar los restos de Bolívar, el gobierno venezolano anunció el 29 de agosto que –como parte de la misma investigación– se exhumarían los restos de dos hermanas de Bolívar. El vicepresidente Elías Jaua dijo que los médicos forenses extraerían un diente de cada una de las hermanas, para examinar su ADN y asegurarse que todos los restos de la familia Bolívar eran auténticos.

Chávez ha ido mas lejos que otros mandatarios en su obsesión con el pasado: le habla al país a diario ante una enorme imagen de Bolívar, utiliza escritos de Bolívar –por lo general sacados de contexto– para justificar sus medidas de gobierno, ha pedido que se reemplacen los juguetes de Superman y Batman por muñecos de Bolívar, y hasta le ha cambiado el nombre al país por el de «República Bolívariana de Venezuela».

Sin embargo, Chávez esta lejos de ser el único que esta desenterrando muertos.

* En México, el presidente Felipe Calderón encabezó recientemente un desfile militar en la Avenida de la Reforma de Ciudad de México, para trasladar las urnas de Miguel Hidalgo, José María Morelos y otros diez héroes de la independencia desde las tumbas en la que habían descansado desde 1925 hasta un laboratorio científico en el Museo Nacional de Historia.

Un grupo de científicos examinarán los restos de los próceres y se asegurarán de que estén bien preservados, antes de trasladarlos al Palacio Nacional, «para que los mexicanos, todos, les brindemos homenaje en este año de la patria», declaró Calderón.

* En América Central, varios presidentes se están disputando los restos del héroe de la independencia regional Francisco Morazán, que descansan en El Salvador. El año pasado, el ex presidente hondureño Manuel Zelaya le pidió a su homólogo salvadoreño que entregara los restos a Honduras, para ser sepultados en Tegucigalpa, la capital hondureña.

El Salvador rechazó la idea con indignación, mientras crecía la especulación de que también Costa Rica pediría los restos de Morazán. El problema es que el general Morazán nació en Honduras en 1792, fue ejecutado en 1842 en Costa Rica y, según su última voluntad, fue sepultado en El Salvador, explicaron los historiadores.

Según la prensa salvadoreña, los gobiernos de los tres países centroamericanos consideraron seriamente la posibilidad de prestarse mutuamente los restos de Morazán por períodos de varios meses. La propuesta –que algunos calificaron de turismo funerario– suscitó intensas objeciones de intelectuales salvadoreños.

* En Ecuador, el presidente Rafael Correa ya había empleado buena parte de su tiempo al comienzo de su presidencia en una campaña nacional para trasladar los restos del héroe de la independencia Eloy Alfaro desde Guayaquil a un nuevo mausoleo que el presidente mandó a construir en la ciudad de Montecristi. Pero los descendientes de Alfaro objetaron el traslado, generando un debate nacional.

Finalmente, se llegó a una decisión salomónica: parte de las cenizas de Alfaro permanecerían en Guayaquil, y la otra parte sería trasladada a Montecristi. «Esto acabará con los enfrentamientos», anunció triunfalmente Correa.

* En Argentina, el ex presidente Néstor Kirchner había ordenado previamente el traslado de los restos del ex mandatario Juan Domingo Perón, quien murió en 1974, a un nuevo mausoleo a 45 kilómetros de Buenos Aires.

La caravana oficial que llevaba el ataúd con los restos de Perón terminó en un pandemonio cuando varias facciones peronistas se enfrentaron a golpes.

Muchos historiadores argumentan, con razón, que los países latinoamericanos son repúblicas jóvenes que necesitan consolidar su carácter nacional, y que celebrar su historia es una buena forma de hacerlo. Pero quizás muchos presidentes latinoamericanos están exagerado la nota, porque también es cierto que los escritos de los próceres del siglo XIX no siempre pueden ser usados textualmente para los programas de gobierno del siglo XXI.

Estamos viviendo en un mundo diferente. Bolívar murió en 1830. Eso fue 40 años antes de la invención del teléfono, y 150 años antes de la aparición de la internet.

Sin olvidar –ni dejar de homenajear– a sus grandes hombres, los países latinoamericanos deberían mirar más lo que están haciendo China, India, y otras potencias emergentes que están totalmente concentradas en el futuro.

En vez de invertir tanto tiempo debatiendo sobre dónde deberían descansar sus próceres, los presidentes latinoamericanos deberían dedicar más tiempo a debatir por qué los jóvenes de sus países están entre los últimos lugares en los exámenes anuales internacionales PISA de matemáticas, ciencias y lenguaje; o por qué no hay ninguna universidad latinoamericana entre las 100 mejores del mundo del ranking del Suplemento de Educación Superior del Times de Londres; o por qué apenas el 2 por ciento de toda la inversión mundial en investigación y desarrollo va a Latinoamérica; o por qué según cifras de las Naciones Unidas la pequeña nación asiática de Corea del Sur registra 80,000 patentes anualmente en el resto del mundo, mientras que todos los países latinoamericanos juntos registran menos de 1,200.

Es hora de que Latinoamérica mire un poco menos hacia atrás, y un poco más hacia adelante. Y que sus presidentes cuenten menos historias, y se dediquen mas a mejorar la calidad de la educación, la ciencia y la tecnología.

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