Aprender a escuchar

En Venezuela, en los últimos tiempos, se habla mucho y se escucha muy poco. Algunos dicen que los Venezolanos hablan hasta por los codos.

Ya anteriormente Lincoln (2011) considera: “Habla tan solo cuando estés seguro de que tu palabra es más importante que el silencio”. Lo planteado, refleja que solo una persona, debe hablar, cuando tengas algo importante que decir y opinar. Por ende, si te manejas con prudencia al hablar, de seguro, que te ahorrarás muchos inconvenientes en la práctica de la vida.

En este contexto, hay personas que se pasan toda la vida corrigiendo las actuaciones de los demás. Estas personas se convierten en unos verdaderos tiranos o verdugos que andan censurando la conducta de los demás y al propio tiempo, censurándose a sí mismos. Además, que suelen ser personas escrupulosas y enfermizas. Porque son rígidos consigo misma y con los demás.

Cury (2001) plantea, “Que las personas que viven bajo la dictadura del prejuicio no solo pueden violar los derechos de los demás y atar sus desempeños intelectuales, sino que también pueden herir sus propias emociones y experimentar motivos de angustia. Se vuelven implacables y radicales contra sus propios errores. Están siempre castigándose y exigiéndose un perfeccionamiento inalcanzable”. Ya antes en alguna oportunidad Diderot (2011) señalaba: “El que habla de los defectos de los demás, con los demás, hablará de los tuyos”.

Hasta los verdaderos santos suelen ser personas que se reconocen como pecadores y que cometen una serie de faltas y errores. Solo quién reconoce y acepta sus debilidades, entiende que necesita la comprensión, el perdón y el aprecio de los demás. Nadie es perfecto. Todos cometemos errores.

En otra oportunidad, Hemingway (2011) sostuvo: “Se necesitan dos (2) años para aprender a hablar y sesenta para aprender a callar y además, tenemos dos (2) orejas para escuchar y una boca para hablar”. Es obvio, que se requiere de poco tiempo para aprender a hablar. Basta con ver el ejemplo, de los niños que necesitan de dos (2) años para aprender a pronunciar sus primeras palabras. De modo, que a medida en que se van haciendo jóvenes y adultos, hablan sin parar. Por lo tanto, solo dejan de hablar, solo cuando le sobreviene una enfermedad o aparece la muerte.

Con relación a que el individuo posee dos (2) orejas y una boca. Cabe apuntar, que se tiene la imperiosa necesidad de escuchar el doble de lo que hablamos. No obstante, en la práctica diaria se encuentra personas que hablan demasiado e intentan convertirse en el centro de atracción de cualquier conversación.

Precisamente, en algunos casos prácticos, son comparables con lo que ocurre con las personas que ingieren licor en una fiesta, donde a menudo hablan y hablan y no dejan conversar a los demás e intentan ser el epicentro de la discusión. Sin embargo, cuando pasa el efecto del licor, la resaca y se encuentran en su sano juicio, ni siquiera se atreven a pronunciar algunas palabras.

En concordancia con lo anterior, la palabra escuchar viene de la palabra auscultare que denota “atención”. Concentración para comprender y entender a los demás. Es prestar ayuda. De allí la urgente necesidad de escuchar lo que piensa y desea la gente. Que digan lo que sienten, como se sienten, que esperan de los demás. No con la intención de juzgarlos, ni descalificarlos, de las acciones de las demás personas. Recuerdo las palabras de Juan (12:27) que sostenía: “Si alguno oye mis palabras y no las guarda. Yo no lo juzgo, porque no vine a juzgar al mundo, sino a salvar el mundo”.

Por consiguiente, se debe escuchar antes de diagnosticar, de opinar y descalificar. Escuchar es mucho más profundo que oír, esto supone entender las palabras, gestos, dolores, los silencios de las personas con un corazón abierto, sincero y desprejuiciado. Por ende, cuando uno escucha y no juzga, se está en la condición de dialogar, es decir, que no  tiene el monopolio de la verdad y que la verdad impuesta no se identifica ni es sinónimo de libertad.

Pérez (2013), dio a conocer el testimonio de un paciente que escribió una carta: Caminaba un día con mi padre, cuando él se detuvo en una curva y después de un breve silencio, preguntó: Además, del canto de los pájaros, del susurro de la brisa. ¿Escuchas algo más? Agudicé mis oídos algunos segundos y entonces le respondí: Si estoy escuchando el ruido de una carreta. En efecto dijo mi padre y es sin duda una carreta vacía. Me sorprendió su seguridad y de pronto le pregunté intrigado: Como sabes que es una carreta vacía. Si todavía no hemos tenido la oportunidad de verla. Porque mete mucho ruido. Respondió mi padre. Por ello, cuanto más vacía esta la carreta, es mayor y más fuerte el ruido que hace. Me convertí en adulto y cuando veo y escucho a una persona que habla demasiado, que intenta acaparar la palabra, que parece regodearse en el encanto de su verbo, entonces me acuerdo siempre de las palabras de mi padre: Cuanto más vacía esta la carreta, mayor es el ruido que hace y produce.

De lo antes planteado, es imprescindible aprender a cultivar el silencio para callarnos. Solo de esta manera se podrá escuchar al otro distinto si no, nos callamos. Es mucho más difícil aprender a callarse que aprender a hablar y escuchar.

Dentro de este contexto, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación  se han convertido en un instrumento para la comunicación. A través de ello, se emiten un sin número de mensajes. Se envían textos, twitter, facebook, teléfonos inteligentes, redes sociales en los cuales se establecen relaciones con las personas que se encuentran distantes o lejos geográficamente de nosotros. Esto es loable y replicable. Sin embargo, somos incapaces de establecer comunicación, con aquellos que están  a nuestro lado o viven en  casas. En muchas ocasiones, ni siquiera hay comunicación con nuestros compañeros de trabajo, familiares y hasta con nuestros propios vecinos.

Cury (2005) puntualizó: “Nunca hubo una generación como la nuestra, que tiene tanto acceso a las diversas formas de entretenimiento, sin embargo, desconoce como ninguna otra la soledad, la ansiedad y la insatisfacción”. A pesar de los múltiples avances en materia de nuevas tecnologías, redes sociales, medios de comunicación que tiene en el mundo para  vincularse, lo cierto es que cada vez más los seres humanos  viven más aislados, solos y con poca interacción. 

Por consiguiente, una de las más grave enfermedades que padece la humanidad en este siglo XXI es la soledad. Cada vez la gente se siente más sola. Cientos de miles de personas, desde los pequeños, jóvenes, adultos reclaman ser atendidos y tomados en cuenta. Por ello, se hace necesario recuperar el sentido de escuchar. Empero, no se trata, de una comunicación como un saludo a la bandera, sino de una comunicación que estimule una comunicación que sea verdadera entre los seres humanos. Esto constituye una tarea pendiente.

Carlos Blanco; [email protected]