El reto para los gobiernos democráticos ha sido el de mejorar la “calidad de vida” de sus habitantes. El fracaso en torno a este objetivo ha generado una discusión sobre “Calidad de la Democracia” (González Felipe 2009: 24) “Democracia y Desarrollo” (Sartori 2008: 125) “Invierno de la Democracia” (Hermet 2008) “Futuro de la Democracia” (Luhmann 1993: 159).
Este largo y ancho espacio entre “democracia” y “calidad de vida”, que cada día pareciera más difícil de estrechar, constituye la preocupación de estos tiempos.
Ahora bien, ¿qué acciones o inacciones gubernamentales permiten este distanciamiento? ¿Cómo se puede gobernar democráticamente y, que se le brinde a la vez satisfacción a la ciudadanía? ¿Democracia es el acto votar? o ¿es el ejercicio permanente de sus valores y garantías?
Los elementos que consideramos determinantes a los efectos de analizar ese estrecho margen, guardan relación con: a) ese empeño de la dirigencia política en llegar al poder a costa de lo que sea y mantenerse como sea, tipo Maquiavelo, para quien el éxito del gobierno depende de su capacidad para mantener el poder y b) la ausencia de políticas públicas dirigidas a resolver los grandes problemas de la población.
A nuestro juicio, una razón nos conduce a la otra. La necesidad de controlar a toda la sociedad políticamente, a los fines de mantener el poder, deja un estrecho margen para gobernar. La dirección del gobierno, ejercido a través de sus instituciones está dirigida a la materialización del proyecto político y no de la satisfacción ciudadana.
La mayoría de los países latinoamericanos se dicen “democráticos”, por el hecho de que sus gobiernos son designados electoralmente. Sin embargo, en la práctica, el ejercicio efectivo del gobierno se desvía hacia el autoritarismo.
Entonces el problema es: ¿de la democracia como régimen? o ¿de los actores políticos que hasta ahora la han conducido?
En Latinoamérica cambiamos la dictadura por la democracia. Sin embargo, la cultura de la dirigencia política se quedó anclada en el autoritarismo y, por ello, no consiguen consustanciarse con la ciudadanía, quienes en definitiva no se sienten representados ni por las instituciones ni por los partidos políticos.
Según el estudio de opinión Hinterlaces (mayo 2009) el 49% de la población no son ni de oposición, ni del gobierno; mientras que el 57% no es militante de ningún partido político. Los gobiernos han quedado aislados con su militancia y ese aislamiento reduce los márgenes de gobernanza.
Urge recobrar el sentido de “un buen gobierno”, el cual pasa por el ejercicio efectivo y eficaz de los valores democráticos: participación, pluralidad, descentralización, alternancia en los cargos públicos; que además diseñe políticas públicas dirigidas al desarrollo integral y sustentable de nuestra sociedad.
Esta búsqueda cobra importancia, ahora cuando vemos el atropello constante y permanente de este Gobierno contra la ciudadanía y sus instituciones, las cuales pretende controlar a través de miedo y la imposición.
Esta crisis política ha generado que la oposición democrática (UNT) trabaje en torno a la búsqueda de ese “buen gobierno”, para lo cual necesitamos recobrar la institucionalidad. Acciones como la de Antonio Ledezma, electo popularmente por más de 800 mil personas, quien debe exponer su vida en una huelga de hambre, para lograr el pago de los trabajadores de la Alcaldía Mayor, no hubiera ocurrido dentro del esquema de este “buen gobierno”.
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