SALUD HERNÁNDEZ-MORA desde Maicao, (Colombia) – 13 de octubre de 2008.- Llegaron a la comunidad La Cruz armados de chirrinchi -bebida casera- y cabra, la comida local para las grandes ocasiones. Entregaron un fajo de billetes bajo la mesa a la autoridad local y los indios, felices por la fiesta que les montaron, firmaron la autorización para que metieran el tubo por sus tierras.
En Guaitapá, a unas dos horas de distancia, los ingenieros de PDVSA utilizaron otra estrategia.
Compraron a los guardeses de la finca, les dejaron traer otras familias y regalaron diez casitas de barro, palos y zinc para que se instalaran. Abrieron zanjas y pasaron el gasoducto y cuando Francia Boscán se enteró del atropello en las tierras de sus ancestros, presentó a los ingenieros los papeles que la acreditaban como dueña de la franja de dos kilómetros que habían usurpado. La callaron con un cheque de cinco millones de pesos, (2000 euros), alegando que era lo máximo que le podían dar. Pero por menos longitud, a los wayúu de Rancho Luna les dieron 55 millones, (21.000 euros), y a los Ríos, otro caserío, más de cien, (39.000 euros),. «No soóo me engañaron y no me pidieron permiso, sino que me dejaron un problema», comenta rodeada de gallinas la anciana wayúu, de mirada retadora, en su ranchería, (casa tradicional wayúu, comunidad indígena guajira), cercana a Maicao, al norte de Colombia, en el departamento de La Guajira, fronterizo con Venezuela.
En otra comunidad, los ingenieros de PDVSA dijeron: «Escogen lo que van a recibir. Si piden molino, molino; si piden jagüey, se lo hacemos, y más nada. Casas no damos, solo mejoría». Optaron por el jagüey, (alberca), y ciento veinte láminas de zinc para arreglar sus modestas viviendas de barro. Eligieron mal. El jagüey quedó bonito, rodeado de una cerca por la que se cuelan los cerdos, pero los wayúu no pueden beber el agua contaminada por los animales, además de que la falta de lluvias lo tiene casi seco. Y encima llegaron menos láminas.
No lejos de allá, por la carretera de Maicao a Riohacha, capital del departamento, en la aldea Karinatain también están que trinan. A las cincuenta familias que pastorea el líder Miguel Epinayu, les prometieron arreglar la entrada de la vía principal, un molino, un centro de acopio, cercas para los cultivos y el diminuto cementerio, y un internado para la infinidad de niños que pueblan la zona. A todas las peticiones les contestaron: «perfecto, cero problemas».
El molino tiene escrito claro y grande el nombre del donante: PDVSA. El pequeño inconveniente es que debían cavar 220 metros para encontrar agua dulce y perforaron menos, así que sale salada y es imbebible. El centro de acopio terminó convertido en taller de la empresa; lo demás brilla por su ausencia. Para resolver la afrenta por tanto engaño, porque en la cultura wayúu la palabra es sagrada y violar un acuerdo tiene un precio, exigieron mil cabras, moneda habitual para ese tipo de pagos, al margen de que cumplieran con el resto. Los nuevos conquistadores quisieron arreglarlo por la mitad de esa cifra y los indios no aceptaron. «Siempre engañan porque saben que unos, (wayúu), son más brutos», se queja Epinayu.
Los de Acnerutamana, otra de tantos caseríos en los alrededores de Maicao, adoptaron una medida de fuerza al comprobar que para PDVSA ellos no existían, a pesar de encontrarse a tan solo trescientos metros del gasoducto. Pusieron el ‘broche’, es decir, levantaron una alambrada por donde corre el tubo, a fin de que no pudieran meter el cable de fibra óptica que siempre va por encima -detecta las averías-, y obligarlos a que los tuvieran en cuenta. Igual hicieron otras comunidades colindantes.
Algunos incluso montaron su rancho junto al ‘broche’ para que no se metieran los obreros a hurtadillas. No sirvió de nada. «Nos dijeron que no importaba, que harían el seguimiento del tubo por satélite», me dicen con evidente molestia.
Fuente: www.elpais.es