Los actuales son tiempos revolucionarios. Esta caracterización, sin lugar a dudas, es electiva. Dependerá de la afiliación y voluntad de quien escudriñe en este panorama político. En todo caso vivimos circunstancias en donde se pretende cuestionar “verdades” que siempre hemos dadas por ciertas. Por ejemplo, algunos actores colectivos se preguntan ¿cómo podemos ser venezolanos? Interrogante compleja que marca el carácter turbulento de este momento histórico y la profunda división existente en nuestro cuerpo social.
Tres respuestas pueden esbozarse en torno a esta pregunta. Por un lado tenemos el discurso oficial. Este nos concibe de una sola manera: socialista y bolivariano. Y para mercadear esta propuesta el gobierno se ha dado a la tarea de falsear la historia, profundizar el culto militarista y propiciar un desprecio a los valores de la civilidad. Mucho himno y desfile; uniformidad mental y decorativa (camisas rojas). Socialismo abstracto y folklorismo ramplón, desconectado con lo que efectivamente sucede en el universo donde se despliegan “los poderes creadores de nuestro pueblo”. En otras palabras, se pretende secuestrar y disolver nuestra diversidad y acuñarla en una sola monedad: el llamado socialismo del siglo XXI.
En otro extremo, sectores de la oposición responden a esta versión excluyente de nuestra identidad política con una suerte de patriotismo constitucional (Habermas). Esta opción implica apego irrestricto a la Constitución de 1999. Lo cual sienta las bases para un programa unitario de transición política que se opone al centralismo antidemocrático que expresan las leyes habilitantes. Proporciona, igualmente, el cemento que pega los diversos adobes que delimitan el recinto donde se desplazan los actores que constituyen la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Sin embargo, comparte con la apuesta oficialista su carácter abstracto; desprovisto de contenidos concretos que estimule la participación real de los ciudadanos. Probablemente, esta condición facilita su comunión entre estos distintos sectores políticos.
Bien, ¿cuál otra alternativa puede ser ofertada? ¿Cómo proporcionar un sentido estratégico a este patriotismo constitucional? En fin ¿cómo dotar de contenidos reales a esta propuesta política? Una vía pudiera ser conectarse con las identidades regionales. Por ejemplo, propiciar el culto a la zulianidad o valencianidad no debe interpretarse como una búsqueda contradictoria o complementaria de la identidad democrática que se encuentra implícita en el texto constitucional. Por el contrario, este culto pudiera proveer de contenido concreto a la apuesta política que contiene la constitución de 1999. Lo que intentamos plantear es sencillo. No se trata, por ejemplo, de ser venezolano y carabobeño. Se propone ser venezolano en tanto que carabobeño. En otros términos, las culturas regionales pueden suministrar contenido efectivo a la abstracción que supone la propuesta constitucional. Y, es en este sentido, que la búsqueda de las autonomías políticas pudiera suministrar contenido positivo al programa político que intenta desplegar la MUD. En definitiva se requiere conjugar la universalidad de la constitución con la particularidad de las regiones.
Dirección-E: