La caída de la bolsa de Nueva York en 1929 produjo una gran depresión en el mundo. Quizás por eso, cuando estalló la crisis financiera mundial en 2008, algunos observadores pensaron que el contagio originado en Nueva York se extendería de nuevo hacia el sur causando un colapso en América Latina y el Caribe.
Pero eso no sucedió. ¿Por qué? La situación interna de la región en 2008 era «austera y saludable», explicó Carmen Reinhart, profesora de la Universidad de Harvard. La deuda externa en dólares había venido disminuyendo a un ritmo constante, y la deuda interna, tanto pública como privada, estaba en un nivel bajo debido a que las economías de la región habían venido reduciéndola durante años de la mano de superávit fiscales y externos.
Hubo también un factor externo que jugó un papel importante. China estaba creciendo alrededor del 10%, y ese ritmo firme le permitió, por un lado, apuntalar el crecimiento mundial, a pesar de lo que estaba sucediendo en Estados Unidos y Europa, y por otro, alimentar los altos precios de las materias primas, lo que fue de gran ayuda para América Latina y el Caribe.
Condiciones diferentes a las de la última crisis
Pero ninguna de estas condiciones se da actualmente. Si bien el mundo puede evitar otra recesión, una desaceleración mundial persistente probablemente impactará a América Latina y el Caribe, que en la actualidad es mucho más débil que hace una década en su capacidad para resistir shocks externos.
La profesora Reinhart, experta en crisis financieras, transmitió ese mensaje en su discurso en la quincuagésima reunión de la Red de los economistas jefes de bancos centrales y ministerios de finanzas, un foro creado hace 25 años por el Departamento de Investigación del BID para promover debates de alto nivel sobre macroeconomía y temas financieros, así como para estimular la investigación en el Departamento. En su discurso, la profesora Reinhart analizó el período de crecimiento excepcionalmente alto que experimentó América Latina y el Caribe entre 2003 y 2013 y explicó que «esta vez es diferente», con abundantes riesgos tanto a nivel global como interno.
A nivel mundial, las economías avanzadas carecen de los instrumentos que tuvieron a su disposición en aquel momento. Es decir, que cuentan con herramientas monetarias y fiscales más limitadas para enfrentar la desaceleración global. China a su vez está experimentando una transformación estructural que conlleva una ralentización de su crecimiento. Por ende, China no es ahora el mismo motor de los altos precios de las materias primas y el crecimiento mundial y tampoco genera la misma cantidad de salidas de capitales que sirven como flujos de entrada para las economías emergentes, incluidas las de América Latina y el Caribe.
Tasas de interés bajas
Un crecimiento global más lento también puede significar tasas de interés globales más bajas por más tiempo. Este es un factor positivo en sí mismo para América Latina y el Caribe. Pero esas bajas tasas podrían también retrasar las reformas fiscales necesarias y es poco probable que resulten tan beneficiosas para la región, como lo fueron antes, debido a otros factores externos, como los precios más bajos de las materias primas, y un menor crecimiento mundial.
Mientras tanto, la región tiene debilidades internas. Tiene mayores déficits fiscales, mayores déficits por cuenta corriente y una mayor proporción de su deuda en dólares de la que tenía antes de la crisis financiera de 2008. Los países tienen reservas internacionales más altas que hace una década. Pero, según las estimaciones de nuestro último Informe Macroeconómico, las mayores reservas no alcanzan para compensar el riesgo adicional que implican los mayores déficits y la dolarización financiera.
En pocas palabras, aunque probablemente América Latina y el Caribe no sufrirá shocks tan severos como los de la crisis financiera mundial de 2008, la región es más vulnerable de lo que era en ese entonces, con un entorno externo e interno menos favorable. «Creo que ya no estamos en Kansas», afirmó la profesora Reinhart, parafraseando un famoso artículo de Carlos Diaz-Alejandro (1984) sobre la crisis de endeudamiento de América Latina. Dicho artículo explica cómo la región resistió, casi ilesa, la recesión mundial de 1974-1975. Pero, al igual que el ciclón que acabó con el mundo de Dorothy y Toto en el Mago de Oz, la crisis de endeudamiento de 1981-1983 transformó las condiciones internas de la región y dio origen a la Década Perdida de 1980. Hoy en día, los fuertes vientos han vuelto a cambiar el entorno macroeconómico, haciendo que la región pase de ser un lugar más seguro en 2007 a un lugar más riesgoso en un mundo más desafiante con bajo crecimiento, precios bajos de las materias primas y guerras comerciales.
El reto que tenemos por delante
El desafío consiste en reconstruir los amortiguadores internos que en el pasado fueron tan eficaces para proteger a la región de shocks externos. Es indispensable garantizar la estabilidad macroeconómica y financiera para lograr un progreso más constante hacia niveles de ingresos más altos. Pero es posible que eso no sea suficiente. La región ahora «parece cansada», porque los esfuerzos de reforma se han estancado, según la profesora Reinhart. Esto es un recordatorio de que si América Latina y el Caribe espera crecer más rápido, reducir la inequidad y lograr mayor cohesión social, debe avanzar con las reformas para aumentar la productividad y la inversión como seguiremos en el Informe Macroeconómico 2018.
Por Eric Parrado Herrera, Eduardo Cavallo y Juan Hernández.
Publicado en Ideas Que Cuentan del BID