Dos cuentos breves

I) Muriendo de costumbre y llorando de oído

Así, frente a mí, me pareció que era La Maga de Cortázar: Delgada, nívea, bohemia, con nariz respingada y gruesas ojeras de juerga. Sus manos, blanquísimas, se llenaban de relumbrantes anillos. Un morral raído colgaba de su brazo como un desahuciado enano de feria.
El parque se cubría ya de una indecible penumbra. Como sí el supremo, aburrido de observarnos, bajase una vieja persiana. La conocí ese día y me bastó para saber que, ella era justo lo que nunca había esperado.
Días después, bajo las gastadas y sospechosamente olorosas sábanas de un pequeño hotel, con la sensación de placer que sucede a la cúpula, la observo, perfecta, con el infaltable cigarrillo emergiendo de sus labios de niña. De esos mismo labios que, minutos antes habían dejado escapar una sentencia: “estoy muriendo de costumbre y llorando de oído”. No pude ver más. Sólo sentí que ambos nos desvanecíamos y volábamos hacia una tarde limpia y sorprendida.

II) Ociloxte

La vieja cargó la escopeta después de mucho tiempo y le descerrajó dos tiros de cerca, el animal la vio detrás de la nube de polvo y ladró por última vez, las chispas de las explosiones terminaron por apagarse , y así fue como Ociloxte le soltó la pierna que le estaba mordiendo hacía cien años, ambos cayeron pesadamente hasta el fondo de sus miserias …

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