Todavía la administración del presidente Trump no ha decidido que va hacer con respecto al cobre. Lo están estudiando. Pero con respecto a los alimentos parece que ya tomaron una decisión: van a ponerles aranceles. No se sabe todavía a que alimentos, procedentes de que país, y de qué nivel será ese arancel. Pero se puede y se deben analizar desde ya algunos impactos posibles que podría tener esa medida sobre la economía chilena.
Supongamos el peor escenario: se impone un arancel a todos los alimentos, provengan de donde vengan, exista o no un tratado de libre comercio que prohíba una medida de ese tipo.
Chile exporta a Estados Unidos una serie de mercancías que entran dentro del campo de los alimentos. Así, por ejemplo, según datos del 2023, exporta 2.126,4 millones de dólares en frutas y frutos comestibles, 214 millones de dólares en carnes y despojos comestibles, 123 millones de dólares en preparaciones de carnes, pescados, crustáceos y moluscos y 64 millones de dólares en cereales. La suma de esos productos, que no son todos, alcanza a los 2.527 millones de dólares.
Si la medida arancelaria va dirigida a evitar o dificultar la entrada al mercado norteamericano de alimentos provenientes del exterior, de modo de proteger e incentivar a los productores nacionales, entonces la medida puede surtir efectos dañinos para la economía chilena. Los productos exportados a Estados Unidos no son productos estratégicos para ese país, y son productos que, en el peor de los casos, ese país podría dejar de importar y de consumir o al menos reducir su importación y consumo. Son productos altamente prescindibles. Además, son productos que forman parte de la estructura productiva de Estados Unidos, de modo que puede resultar cierta la idea de que – como consecuencia del incremento del precio del producto importado – los agricultores norteamericanos incrementen su producción y logren que ese país prescinda total o parcialmente del producto importado. Ello puede conducir a que todo o parte de los alimentos exportados por Chile a Estados Unidos dejaría de poder entrar al mercado de ese país.
Si las exportaciones chilenas se reducen en mil millones de dólares, por poner una cifra conservadora, eso podría no tener un efecto macroeconómico muy sustantivo, pues las exportaciones totales del país suben o bajan, de año en año, en cantidades iguales o superiores a la mencionada, sin que ello haga entrar al país en una crisis de sus cuentas externas. Pero el problema no está en la macroeconomía, sino en la micro economía
Exportar menos frutas y otros alimentos a Estados Unidos puede significar menos producción agrícola y menos mano de obra ocupada en dichas actividades, además de que una buena cantidad de recolectores, transportistas o embaladores tendrían que reducir su nivel de producción, a menos que se encuentren rápidamente otros mercados que estén dispuestos a comprar la fruta chilena, lo cual no es fácil. El problema seria, por lo tanto, un problema social, de trabajo y de ingresos para un sector relevante de la población agraria del país.
Esta amenaza sobre nuestras exportaciones de alimentos, aun cuando de menor significación cuantitativa, es más grave que la amenaza norteamericana con respecto al cobre, pues en ese metal somos el primer productor mundial y ni Estados Unidos ni el mundo pueden prescindir de nuestra producción, pues la tecnología moderna requiere cada día más de ese noble metal. Ninguna de estas circunstancias está presente en el campo de las frutas y de los alimentos que exportamos.