ASPECTOS BASICOS, ALCANCE, REPERCUSIONES
La realidad del presente nos indica, que se ha perdido la concepción precisa de lo que debe ser un profesor universitario. Todo ello debido a que ha proliferado la comercialización de la educación, se ha perdido la mística de enseñar, transmitir, generar conocimientos, ser un verdadero facilitador, líder de la educación en estos tiempos en donde los conocimientos son dinámicos, en donde los escenarios requieren de académicos capaces de enfrentar su rol, su mística en pro de generar un aprendizaje que proporcione soluciones, cumpliéndose con la responsabilidad social que se manifiesta en cada entorno en donde se desenvuelven las universidades, institutos de educación superior.
Nos recuerda Héctor Lerma Jasso, que se llama profesor (del latín professus: part. pas. de profiteri: declarar públicamente), en general, a la persona que por vocación y libre elección se dedica profesionalmente a las tareas educativas; quien poseyendo los conocimientos necesarios tiene además la intención, la preparación pedagógica y el dominio técnico de la enseñanza formativa. Es profesor quien, con voluntariedad profesional, influye en la vida espiritual de otros mediante la enseñanza, con el fin de ayudarlos a pasar de un estado a otro más perfecto. O «la persona que de modo profesional actúa sobre uno o varios individuos concretos con el propósito de elevarlos a una mayor perfección». Dicho de otro modo: es el profesional que, «poseyendo el don natural o adquirido, preparación específica, autorización necesaria y la responsabilidad de la educación intencional y sistemática, se dedica a ella como medio de realización personal y subsistencia». Siempre considerando que educar es, sobre todo, suscitar el máximo desarrollo del espíritu humano, porque la esencia del acto educativo consiste, más que en la realización de valores vitales, en la valorización de la vida, individual y socialmente considerada.
Lo cierto es, que el presente exige a la universidades, el contar con docentes profesionales que conozcan los conocimientos que las ciencias del presente exigen, que no se puede seguir deteriorando la figura del profesor universitario, como está sucediendo en nuestro entorno, predominando en la gran mayoría de ellos, falta de una formación integral, humanista, académica, debido a que se han incorporado a las universidades con la ayuda de la amistad, el compromiso político, la tradición familiar, aunado a la poca experiencia profesional, predominando profesionales recién graduados, muchos sin vocación académica, simplemente ocupando un lugar en la docencia para figurar, ocupar un puesto más.
Juan María Parent nos comenta sobre el profesor universitario, que para ser maestro universitario se requiere contar con una experiencia humana suficientemente amplia como para hacer pasar a los estudiantes las virtudes de la tradición. Un maestro universitario, por consiguiente, es una persona mayor.
No debe confundir este planteamiento con un envejecimiento de los docentes. De ningún modo. Esta idea implica que para llegar a ser maestro universitario se requiere pasar por un proceso de aprendizaje que no es solamente el estudio de alguna ciencia o de las técnicas correspondientes, sino el aprender a vivir (ética y estética). Afirmamos igualmente que no por viejo se es más ético; «quien no tiene culpa lance la primera piedra», reporta el texto sagrado, y «se retiraron, empezando por los más viejos».
Parent nos agrega, que la carrera universitaria debe ir develando poco a poco las cualidades de aquellos que son los auténticos portadores de la tradición académica hecha de sabiduría y de ciencia. Sólo aquellos que respondan a estas exigencias internas son los que guiarán la institución, los verdaderos profesores.
Definitivamente, las universidades deberán seleccionar a sus profesores de acuerdo a su academicismo, su formación, experiencia, personalidad, compromiso y garantizar a su población estudiantil, que tendrán a un guía, facilitador capaz de desarrollar nuevos paradigmas si se requieren, de generar nuevas ideas, utilizar adecuadamente el capital humano de los estudiantes, su potencial, comprometerlos a vincularse con los problemas sociales que demandan de conocimientos que ellos puedan proporcionar.
Se requiere en el presente de profesores universitarios que estén plenamente identificados con la investigación, integrados a las necesidades de su entorno, considerar lo que Antonio Pulido nos señala, que generalmente una docencia de calidad sólo puede realizarse si hay una actividad investigadora por parte del profesor que le mantenga al día de los avances del conocimiento en su campo. Además la universidad con sus profesores, debe atender tres objetivos básicos que son muy descuidados a saber: transmisión de la cultura, socialización de sus estudiantes (valores, hábitos, capacidades) y compromiso con la sociedad. No olvidemos, señala Héctor Lerma Jasso, que un conocido poeta escribió: «Quien no es feliz en su oficio, no es en él eminente». Referido a la labor del profesor universitario, el oficio viene a ser una ocupación profesional que, realizada con ciencia y técnica, talento y entusiasmo, logra dar a esa institución artificial que es la universidad, su máximo valor humano y cultural y su más firme contacto con la realidad.
Este oficio es lo que convierte —o debe convertir— a la universidad en taller luminoso de la cultura y en conciencia moral de la sociedad. Universidad entre cuyos objetivos están, según Víctor Savoy: la transmisión y discusión de los conocimientos más avanzados en todos los campos; investigación orientada hacia el incremento de los conocimientos, sin abandonar la posibilidad de resultados prácticos e inmediatos; y preparar científica y técnicamente profesionales a nivel superior. O, dicho por Ortega y Gasset: enseñar a ser hombre culto; enseñar a ser buen profesional, y ser un centro de investigación.
Como todo oficio, el del profesor universitario es la respuesta a una llamada. Limitándonos al orden natural, se puede entender por vocación ese impulso interior que condiciona —natural o culturalmente— a un individuo, hacia el ejercicio de determinada actividad laboral, en la que encuentra un alto grado de satisfacción personal. Espíritu de servicio efectivo y satisfacción personal en ese servicio son, pues, las principales características de la vocación.
Recuerde, nos comenta Lerma, que el profesor comunica el saber y ayuda a asimilarlo, tiene una gran responsabilidad y, en no pocos casos, los alumnos llegan a ver al profesor como guía seguro en la universidad, en la profesión y en la vida. Por eso el profesor necesita carácter, prestigio y autoridad. No usurpa la autoridad. Ésta emana de la influencia ejercida por su personalidad. La verdadera autoridad del profesor consiste, más bien, en el ascendiente, respeto y cariño de unos alumnos que ven cómo se entrega a su labor; que se sienten comprendidos; que nunca hiere y siempre anima; que sanciona sin ofender; que es justo, porque da a cada uno lo que le corresponde; que a su alrededor hay trabajo, aprendizaje, tranquilidad y buen humor. Esto sólo puede ser el reflejo fiel de una vida interior rica y armónica.
Por último, tomemos nota lo que Jaspers nos cita, que al profesor se le asigna la misión de suscitar y estimular al alumno para despertar en él la conciencia de su propia responsabilidad en la realización de sí mismo. El alumno debe llegar a hacerse cargo de su propia formación, con la ayuda de otros y por medio del uso adecuado de su libertad. Su tarea es pasar del «en sí», modo de existir irresponsable e impersonal, a «ser para sí», que sabe realizar con conciencia y libertad su propia personalidad.
Compartimos, con Francisco Michavila, de que el profesor además de impartir clases, ha de definir y elaborar los objetivos docentes de sus asignaturas, revisar las metodologías didácticas incorporando técnicas y recursos convenientes, preparar los materiales necesarios, desarrollar métodos de evaluación que estimulen la enseñanza activa, establecer programas útiles de tutorías presenciales y virtuales, actualizar y ordenar de manera óptima los contenidos, etcétera. Para que la renovación de la metodología educativa sea factible, es imprescindible que las tareas docentes se caractericen por la existencia de mayor interacción entre profesores y alumnos, mayor uso de nuevos medios tecnológicos y mayor cooperación entre profesores, con la constitución sistemática de equipos docentes interdisciplinarios.
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