El comercio internacional es hoy en día un área de interrelaciones económicas que está extraordinariamente normada. Mucho más normada, en todo caso, que lo que está el comercio interno, dentro de cualquier país, donde la capacidad de hacer cosas “por la libre” es mucho mayor. En el ámbito internacional hay normas respecto a las calidades que deben tener las mercancías que allí se transan, así como sobre sus condiciones técnicas y sanitarias, sobre la forma como deben ir embaladas o etiquetadas, e incluso sobre los precios que se pueden cobrar por ellas, pues no se permite cobrar menos que el precio de costo, pues eso entra dentro de lo que se denomina ‘dumping’, que es una práctica de comercio desleal y prohibida. También hay normas sobre los procesos productivos del cual se derivan los productos intercambiados y sobre la política económica que lleva adelante el gobierno respectivo en ese campo de la economía nacional. Se puede mencionar también que hay normas sobe la propiedad intelectual, que protege las marcas y derechos de autor. La Organización Mundial de Comercio, OMC, es la instancia donde los países negocian y acuerdan ese tipo de normativa.
Sin embargo, ese conjunto de normas deja amplios espacios para que los ofertantes y demandantes, acatando y respetando la normativa internacional, puedan vender y comprar libremente. En otras palabras: cada demandante puede elegir entre varios proveedores posibles, entre varios países productores, entre varias calidades para un mismo producto y entre varios precios alternativos. Cada ofertante puede también decidir a quién vende y a qué precio entrega sus mercancías. Eso no significa ni remotamente que ese mercado, así caracterizado, sea un mercado donde impera la competencia perfecta y cada agente productivo obtiene el máximo de beneficio y de remuneración. La presencia de monopolios y oligopolios es una característica del mercado internacional contemporáneo, y eso, para los economistas, es señal inequívoca de que estamos en presencia de fallas e ineficiencias de dicho mercado.
ENTRE GOBIERNOS
El Gobierno venezolano –el actual y el inmediatamente anterior- ha señalado en varias oportunidades que no le gustan de las norma que presiden hoy en día el comercio internacional, lo cual es una postura totalmente lícita, pues estas normas son buenas, pero son enteramente mejorables. Sin embargo, todo parece indicar que lo que a los gobernantes venezolanos no les gusta de la actual normativa comercial internacional, es el hecho de que deja demasiado espacio como para que los agentes económicos privados puedan comprar y vender libremente. Para nuestros gobernantes, lo ideal parece ser que todas las compras y las ventas internacionales se decidan a nivel de negociaciones entre gobiernos -y no de empresas ni de personas– y sobre la base de criterios esencialmente políticos. Una estatización completa del comercio exterior pareciera ser el modelo ideal hacia donde se debe caminar. No se trata, por lo tanto, de hacer del comercio internacional un espacio económico más democratizado, más participativo y más incluyente, sino todo lo contrario.
Ya hoy en día un porcentaje cercano al 96% de las exportaciones son exportaciones gubernamentales; y en materia de importaciones, por lo menos las de tipo alimenticio, el porcentaje ronda el 50%. Y no hay dudas de que ese 4% restante de las exportaciones y ese 50% de las importaciones, le molesta bastante a ciertos sectores del equipo gobernante.
Cuando los privados exportan, suelen hacerlo al precio de mercado, o en caso contrario, al mejor precio que puedan conseguir. No suelen actuar en ese campo con el propósito de hacer política, ni caridad, ni solidaridad. El Gobierno, en cambio, sí suele hacerlo. ¿Qué consigue a cambio? Ciertos grados de amistad y de lealtad política, que salen bastante caros. Pero, en el campo estrictamente comercial, sus socios no parecen actuar con criterio de reciprocidad: los beneficiarios de la solidaridad comercial venezolana no responden ni entregando productos que Venezuela necesite importar con precios y condiciones de pago similares a las que proporciona Venezuela, ni comprando otros productos que Venezuela esté en condiciones de vender para retribuir la generosidad petrolera de nuestro país. Muy por el contrario, venden y compran a precio de mercado y al mejor postor.
SIN BENEFICIOS
Es decir, Venezuela hace todo lo posible por no participar en el mercado real y concreto, donde se actúa en función de los intereses empresariales y nacionales, y no logra tampoco obtener reciprocidad en ese mercado -más virtual que real- donde se supone se actuaría en función de los altos intereses de la amistad y la solidaridad. Es decir, Venezuela paga, en todos los frentes, todos los costos, sin sacar ningún beneficio de su peculiar concepción del comercio internacional. Entre el mundo real y concreto, y el mundo que Venezuela cree haber inventado, el comercio exterior de Venezuela se ubica en lo peor de ambos mundos.
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